La especie humana es joven desde el punto de vista evolutivo. Además, sus patrones migratorios son tan amplios, permanentes y complicados que solo se ha tenido la oportunidad de dividir en grupos biológicos separados los aspectos más superficiales de su evolución en los últimos 100.000 años a partir del mismo grupo reducido de tribus que emigraron desde África y colonizaron el mundo. Origen ancestral de todos los humanos modernos, donde la especie Homo Sapiens migró a partir de este continente y sustituyó el Homo Erectus entre 140.000 y 290.000 años atrás, razón por la cual la diferencia genética es minúscula y se reduce a un 0,01 por ciento.
La variedad racial o pureza de raza en el mundo tampoco existe, pues todos los países han sufrido repetidas invasiones a través de los siglos. Además la ciencia ha demostrado que una “raza pura” habría degenerado en el tiempo, como consecuencia del empobrecimiento de su carga genética. De la naturaleza somos biológicamente productos y fue la invención de la teología la que sirvió para justificar castas diferentes entre los miembros del conjunto, complicando las desigualdades que ya no dependieron de las aptitudes de los individuos, sino también de su linaje y de sus posesiones, olvidando qué es el bien y confundiéndolo con lo que gusta o conviene.
Durante cientos de miles de años la especie humana no conoció ninguna variedad racial significativa, hace unos 70.000 años se debieron dar las primeras diversificaciones genéticas (por razones de adaptación climática o geográfica), pero todavía hasta los 10.000 años compartíamos los mismo antepasados morenos.
Los racistas clasifican a la gente según la pigmentación de la piel, pero pasan por alto otros rasgos genéticos más relevantes que se distribuyen de forma diferente: por ejemplo, los grupos sanguíneos. Al grupo B pertenecen el 80% de los escoceses blancos, los habitantes negros de África Central y los aborígenes australianos de piel café oscura. ¿Por qué no decir entonces que escoceses, centroafricanos y australianos son de una misma raza? ¿O que chinos, hindúes y esquimales que tienen sangre tipo A, forman un mismo pueblo? ¿Es acaso más importante cuándo nos vamos a hacer una transfusión, el color de la piel, la forma de los ojos o nuestro grupo sanguíneo?
Calumnias generalizadas. En la mayoría de los casos, la gente no es racista sino xenófoba: detesta a los diferentes porque no se sienten cómodos con ellos (racial o culturalmente), quieren que todos a su alrededor piensen y vivan como ellos. Por eso inventan calumnias generalizadas sobre los grupos humanos: los judíos son “usureros”, los negros son “perezosos”, los gringos son “infantiles”, los árabes son “terroristas”. En el fondo estas vaguedades denigratorias olvidan que los rasgos individuales de carácter no definen un grupo humano en particular, ni dan por supuesto que los países tienen una forma de ser homogénea que debe ser preservada de cualquier contagio foráneo.
La realidad es muy distinta: todos los países han surgido de mezclas y acomodos entre grupos diversos, en donde se han dado los momentos más creativos de la civilización humana; en los lugares y épocas de mayor mestizaje étnico o cultural —la Jonia del siglo VI a.C. La España de Alfonso X, donde convivían judíos, moros y cristianos. La Norteamérica del siglo XIX y principios del XX, donde acudieron emigrantes de todas partes del mundo—.
Los grupos que se consideran “puros” o “nobles de sangre” no han producido más que crímenes. Con la forma más común de perversión “el nacionalismo de mística belicosa” que ha justificado atroces guerras internacionales.