Mientras se divulga que 26 personas igualan la riqueza que pudieran tener 5.600 millones de personas, en el mundo se hace más notoria la espectacularidad cinematográfica de la siguiente noticia:
“Oligarca consiguió grandes concesiones de la Casa Blanca; el gobierno de Trump dijo que estaba levantando sanciones contra las compañías controladas por Oleg Deripaska porque el oligarca ruso estaba siendo obligado a hacer concesiones dolorosas; sin embargo, los documentos firmados por ambas partes sugieren que el acuerdo contiene disposiciones que lo liberan de cientos de millones de dólares en deudas, al tiempo que lo deja a él ya sus aliados con la propiedad mayoritaria de su compañía más importante”. Es cinematográfica porque cualquiera pudiera imaginar la ensarta de tramas y urdimbres palaciegas, y no tan palaciegas, para lograr que salido esto a la luz pública no haya manifestaciones masivas de indignación en Nueva York y otros epicentros.
Antes se pensaba que la palabra oligarquía era exclusiva del tercer mundo en donde las diferencias con la pobreza generalizada ponían en evidencia a quienes amasaban propiedad a manos llenas. Se consideraba incluso un término con que el lenguaje de izquierda flagelaba la concentración de la riqueza capitalista y al mismo tiempo su hegemonía política, a nivel de los estados nacionales y del poder imperial. Se llegó a pensar que era algo cansón que estaba pasando de moda.
Todo eso cambió cuando Piketty dinamitó y sacó a la luz las perlas ocultas del capitalismo siglo XXI, que parecieran ser más rutilantes y estrambóticas que las del socialismo Siglo XXI. Cada vez que se concentra más el capital en el siglo XXI debería incrementarse la habilidad política y social de repartirlo equitativamente, cosa de mantener alguna homeostasis que defendiera el equilibrio de la situación mundial. No es esa la lógica del capital.
Nada más contrario y desproporcionado ocurre ante nuestros ojos, empoderada la oligarquía desde la misma cabeza histriónica del imperio, para que todo nos parezca divertido. Así como se oculta, y nadie ve, el meteórico y gigante chorro de pobreza que deja la concentración del capital siglo XXI, se exalta en la prensa y se hace más evidente y notorio cómo el socialismo siglo XXI sume a grandes masas en grandes penurias. ¡Venezuela es noticia! ¡Se ha escapado de nuestras fauces dirán otros!
La velocidad de concentración de la riqueza imperial está compitiendo con el nivel cosmológico de cómo las galaxias se alejan entre sí merced a la despampanante Ley de Hubble.
Se dice que al cabo de algún tiempo los cielos serán oscuros pues las estrellas estarán cada vez más lejanas. Como todavía no sabemos nada de la energía y materia oscuras que mueven las galaxias, algo que Einstein habría incorporado en su teoría de la relatividad como constante universal, un manto de oscuridad total tiende a tejerse sobre las más aviesas formas de cómo el capital se apodera de la propiedad del mundo. No parece que todo se derivara de las utilidades empresariales: Trump ha puesto de moda que las rebajas de impuestos hinchan las bolsas oligarcas, tanto o más que la falta de controles al capital financiero que no produce mercancías.
¡Que viene una crisis avisan desde la izquierda! Bueno, dicen los megaoligarcas, si somos lo suficientemente grandes, el mundo no nos dejará extinguir, es la lección de la crisis del 2008. ¿Acaso las crisis no pudieran ser una forma, la más aviesa quizás, de seguir concentrando el capital? Nadie puede alegar que los megaoligarcas, tan solo 26 en el mundo, no estén más informados que nosotros de esa eventualidad.
¿Alguien podrá medir la proporción entre lo que hizo Trump con sus megaoligarquías, y la reciente operación Colombia de nuestra mampuesta reforma tributaria con nuestros modestos ricachones? ¡Cuál sería más cruel si es evidente que tenemos más gente al borde del precipicio. No nos engañemos. Los oligarcas forman cadenas: son cucarachas del mismo calabazo. La guerra de posiciones ante la eventual nueva crisis desde hace rato empezó. Quien tome como referente a Trump puede quedar vivo, si es que despega hacia una segunda presidencia. ¿Cuál de los nuestros escapará y se unirá a aquella pequeña jauría?
Por lo pronto debemos registrar que mientras Trump va contra China porque no considerara su firma preferente, se enamora de los oligarcas rusos, porque estarían más abiertos a ofrecerles negocios e intermediaciones financieras, pero eso no sería lo suficientemente claro todavía, a no ser que la investigación de Muller, revele qué ha habido detrás de estos asuntos. No otra cosa puede derivarse de la noticia citada, comparada con la guerra comercial contra China.
Se ha estado hablando de megametrópolis: Ciudad de México, New York, Tokio, PekÍn, Berlín, que concentran grandes, gigantescos, aprovisionamientos. El prefijo mega sirve para denominar a los mega (¿o tera?) oligarcas del mundo. Ahora que se habla de redes sociales, valdría la pena auscultar qué tan profusas y densas pudieran ser las megaredes de las oligarquías. De calle debe suponerse que teniendo más poder y siendo un simple problema de inversión esas redes en su churubito terminarán teniendo muchos menos tentáculos que un pulpo. ¿Qué tanto se concentra la información en la nube? ¿Serán más de 26 quienes estén megainformados?
Lo que queremos demostrar es que eso del prefijo corroe cada instancia social, económica y política, en la que se expresa dicho poder. El fenómeno de los megaoligarcas es geopolítico, tanto o más que el cambio climático. Es insidioso y se mete en todo.
Lógicamente hay que advertir que el mundo que Piketty investigó no es el mismo mundo que se tragarán los megaoligarcas ahora. Si la Primera y Segunda Guerra mundiales se hicieron para evitar el ingreso de Alemania a la repartición del mundo de ese entonces, cabe imaginarse qué tipo de guerras deberán fraguarse para evitar que los megaoligarcas de China y Rusia hereden el reino de los megaoligarcas de EE. UU.
¿Alcanzará Trump a dar la talla en esta sofisticada trama? Si Trump no sale para el segundo inning todo lo que ha tramado se le cae. Su desaforada forma en que se ha estado ligando a los capitales rusos no pasará desapercibido tanto como que jamás dejará de proveer protuberantes huellas de aquiescencia y marrullería.
Por eso el peligro que se cierne sobre las democracias es tan letal y abrumador. El poder en las democracias tiende a convertirse en bombas de hidrógeno. A medida que vamos avanzando la necesidad de un mejor y más informado ciudadano se hace inaplazable y urgente.
Claro, también despegan nuevas esperanzas. A medida que la megaoligarquización de EE. UU. se hace más ostensible, grandes desprendimientos se observan en los flancos políticos hacia un socialismo democrático. Luego de los espejismos del socialismo en Rusia y China, despegan nuevos líderes en EE. UU. aunque todavía pegados de la baba del partido demócrata.
Eso mientras llega a saberse qué pasará finalmente con Rusia y China. Si les hacen la guerra y les impiden acomodarse en un mundo multipolar, ¿para dónde tuercen grupas sus pueblos?
Claro, Colombia distará mucho de tener velas en ese entierro. La velocidad con que se concentra el capital entre nosotros puede ser demasiado alta, pero nunca alcanzará la masa crítica, digo, hasta que no sea sino uno solo.
Un fantasma recorre Colombia. El fantasma del próximo magaoligarca que será.