Reconozco que existe toda una cultura para mantener la buena salud. Infinidad de consejos nos llegan por redes sociales, o nos los dan el médico, la nutricionista, el cura y hasta el tendero. Nos critican por lo que el otro considera un “mal” hábito, nos aplauden ante los “correctos”. Pongo las palabras “mal y correcto” entre comillas, ya que son muchas las creencias que se ponen de moda y luego pasan. Solo nuestro cuerpo, el propio, el personal, sabe lo que nos es útil y lo que no lo es, a cada uno de nosotros. Escuchemos las señales del cuerpo (columna del 13 enero 2018).
Cuando preparamos una buena comida, anticipamos el momento del disfrute escogiendo los ingredientes, mezclando, batiendo, cocinando con amor, para llegar finalmente al disfrute de ella, a ver su belleza en el plato, degustarla poco a poco, con lentitud, mantener sus sabores en la boca y dar gracias. Igual podemos hacer con nuestro cuerpo y mente. Acariciarnos, a nosotros mismos, por el placer de sentir nuestra piel, lo agradable que es; o poner atención a nuestro caminar, la flexibilidad, agilidad, ritmo, -sea cual sea, no estoy hablando de la perfección impuesta por lo social-; o apreciar la belleza frente al espejo sin caer en el narcicismo, ni el hedonismo extremos; disfrutar de una vista que nos permite observar los detalles de la vida; degustar la sencilla arepa o el exaltado … (cada cual ponga su ejemplo) que hace amable el comer, obviamente lejos del televisor; son estos y muchos otros actos los que nos permiten, con conciencia plena del momento, saber que tenemos una buena salud, disfrutar de ella y agradecernos por lograr mantenerla.
Solo nuestro cuerpo, el propio, el personal,
sabe lo que nos es útil y lo que no lo es, a cada uno de nosotros,
escuchemos sus señales
Ello si nos centramos en la salud física. Ni que decir de la salud emocional y mental al percibir la persona amada o querida, pareja, amigo o compañero, con los cuales brota la empatía, se pasa el tiempo como si no existiera, y al separarnos nos queda la inmensa satisfacción del rato bien pasado. Hemos invertido en nuestro bienestar y damos gracias a esa persona por haber resonado con nosotros. También, si la perdemos definitivamente, el malestar nos hará caer en cuenta cuanto bienestar sentíamos en su presencia. Y sabremos si la aprovechamos lo suficiente, o si una o muchas veces dejamos de reunirnos, por motivos fútiles, vistos ya desde el tiempo y la distancia. Cuántas veces no dejamos pasar un encuentro pleno por “estaba trabajando; estaba muy lejos; tenía pereza, etcétera”.
Pero es que, aun estando enfermos, no nos damos cuenta de todo el bienestar que tiene nuestro cuerpo en las partes u órganos que no están afectados por la enfermedad. Un malestar, aún pequeño, puede ocultar un gran bienestar ¡como ocurre con las noticias! Nos centramos en el dolor olvidando la alegría que expresa también nuestro cuerpo. Lograr disfrutar del bienestar dentro de un malestar, -suena paradójico- puede ayudar a nuestro organismo a sacar la resiliencia que nos cura. (Resiliencia, definición del diccionario de la RAE: “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”)
Estoy convencido de que darnos cuenta y disfrutar del bienestar que tenemos, nos ayuda a mantener la salud. Nos ayuda a perpetuar hábitos con los cuales construir un buen cuerpo, unas relaciones sanas, un ambiente propicio a nuestro desarrollo personal. Dar, darnos, las gracias por ello, pone un sello indeleble.