Hace pocos días 20 expresidentes latinoamericanos (todos ellos de derecha, qué casualidad, ¿no?) le enviaron una carta al papa Francisco, en lo que constituye, en mi criterio, una seria presión para que el pontífice se declare abiertamente en contra del régimen de Nicolás Maduro y precipite, por ende, su salida o derrocamiento a través de cualquier método, aun con lo sangriento que pudiera llegar a ser. De dicha misiva se desprende que los exmandatarios no ven con buenos ojos que las víctimas de tan lamentable tiranía lleguen a un acuerdo con los victimarios, o que Venezuela por sí sola encuentre una salida a tan grave situación. Doble moral evidente de tan ilustres personajes, porque los mismos no dudaron, ni dudarían, en hacer todos los esfuerzos y votos para que las víctimas de la ultraderecha y su aparato paramilitar perdonaran a sus victimarios y llegaran a un acuerdo con ellos. Está de más decir que eso está bien, y siempre he defendido esa opción pacifista en muchos de mis artículos de opinión: la paz es el único camino, y el perdón es la venganza de los buenos. Pero resulta que ahora, conforme al contenido de dicha misiva, no estaría bien que los venezolanos a través del mismo método, encontraran una luz en el camino en medio de tanta incertidumbre y sufrimiento. El mismo papa lo expresó en su discurso de Navidad, con palabras que aplican tanto para Venezuela como para Nicaragua; esto es que “se redescubran como hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país”.
Señores expresidentes, el sumo pontífice hace bien en preservar su imparcialidad, pues, en tanto vocero del príncipe de la paz que es Jesucristo, debe exhortar a todos los hermanos divididos por criterios humanos y políticos a buscar puntos de encuentro y caminos de reconciliación, de tal forma que por sí mismos encuentren una salida a una grave crisis que trae tanto dolor al pueblo venezolano. Francisco no ve enemigos de un lado y amigos del otro, ni odia a unos y ama a otros; sino que cumple la labor de un buen pastor que ama a todas sus ovejas sin discriminar entre negras y blancas, y lo cual constituye el mismo llamado que hace Jesús desde el Evangelio. Ya no estamos en tiempos de Juan Pablo II, el más político de todos los pontífices, que no dudaba en denunciar y señalar todos los atropellos de las dictaduras de izquierda (entre otras cosas, denuncias y señalamientos justificados, porque toda tiranía, ya de derecha o de izquierda, cae en excesos y crímenes), pero que guardaba silencio ante las injusticias cometidas por las tiranías provenientes de la ultraderecha. Por ejemplo, desoyó las súplicas de quien comparte con él los altares: San Romero de América. Recordemos que el buen Arzobispo de San Salvador sufrió la indiferencia de Karol Jozéf Wojtyla, cuando éste, con cierto desgano, se dignó atenderlo en el Vaticano a finales de 1979. Los asesinatos y amenazas que padecían los sacerdotes, y la angustia del pueblo salvadoreño en tiempos del General Carlos Humberto Romero Mena, no conmovieron al que hoy funge de San Juan Pablo II. No respetables expresidentes, el papa Francisco hace bien en ser imparcial, y en cuanto teólogo y exseminarista opino que el mismo Dios observa con misericordia y sin sesgos la realidad de este mundo donde impera la hipocresía y la mentira. Y en cuanto al actual pontífice, me atrevo a afirmar que es el más sensato, virtuoso y humilde de los 266 papas que han existido. Y para que no piensen que me estoy acomodando, así lo expresé en una entrevista que transmitió el programa Congreso y Sociedad del Senado de la República, poco antes de que el obispo de Roma visitara a Colombia. Y lo sostengo, más allá de mi voluntaria distancia de la Iglesia católica, apostólica y romana, pues hoy por hoy no profeso ninguna religión, y si bien creyente y admirador del Divino Maestro, me declaro amigo de la espiritualidad y no de ningún culto o secta.
En esencia, un pontífice, como su nombre lo indica, debe hacer las veces de puente, de punto de encuentro, y no de división, y menos de factor de violencia o de derramamiento de sangre, como sí lo fueron, para vergüenza de la misma iglesia otros papas del pasado reciente y del más antiguo. En este sentido, la imparcialidad de Francisco no es un exabrupto, ni debe ser perseguida ni cuestionada; por el contrario, es una virtud que debe brillar en todo aquel que profese el cristianismo. La injusticia y la violencia de la extrema derecha, de la extrema izquierda, y de cualquier origen o índole es necesario denunciarla por igual, o ¿acaso la teología no dice de Dios que es el justo juez? En cambio, los seres humanos somos permeables al odio, la corrupción, el hambre insaciable de poder y a toda mezquindad propia de lo oscuro que nos caracteriza; es decir, cuando el egoísmo y la soberbia no nos permiten ver la luz de la verdad, y la verdad es Jesús de Nazaret: hombre y Dios de paz, de amor e imparcialidad absoluta, porque ama por igual a la humanidad sin discriminar origen, raza, nivel cultural, status socio-político, y mucho menos discrimina a los pecadores: definitivamente sólo Él es justo y misericordioso.
Por otra parte, porque lo cortés no quita lo valiente, comparto lo que la mayoría de los colombianos y de latinoamericanos opinan: Nicolás Maduro es un tirano, el pueblo venezolano está sufriendo demasiado, y lo que sucede allí es absolutamente injusto. Mi solidaridad para los hermanos venezolanos; pero que ese asunto lo resuelvan ellos, porque como se dice vulgarmente: la ropa sucia se lava en casa, y no tiene por qué lavarla el vecino o el vecindario en su conjunto. El papa es prudente y objetivo: los aconseja, les da luces, los exhorta, ora por ellos; pero no es un francotirador, ni un conspirador, y menos un corrupto politiquero de oficio que anhela aumentar los odios y la violencia; por el contrario, es un ser humano proclive al amor y a la paz.
Por último, no sé si ustedes lo han considerado, pero el tema venezolano está adquiriendo un color y una temperatura muy preocupantes. Por eso, no dudo en afirmar que hay oscuros y malignos intereses detrás de todo este montaje escenográfico de confrontación. En efecto, aves carroñeras y poderosas rondan con gula al hermano país. Recuerden, o entérense, que la posición que ocupan Colombia y Venezuela reviste un interés geopolítico de grandes dimensiones para las potencias mundiales que están detrás de todo este decorado de guerra. Toda la paz del planeta puede verse comprometida, y el iluminado y sabio papa Francisco lo sabe muy bien. Así que señores expresidentes, al papa lo que es del papa, y a ustedes lo que es de ustedes.