Campo Emilio Sánchez, el pescador al que la Virgen del Carmen se le reveló en una pelota de trapo

Campo Emilio Sánchez, el pescador al que la Virgen del Carmen se le reveló en una pelota de trapo

Creía haberlo visto todo hasta que en el 2012 hizo un hallazgo fortuito que le cambió la vida y fortaleció su fe. Acá la historia completa

Por: Ricardo Rondón Chamorro
enero 10, 2019
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Campo Emilio Sánchez, el pescador al que la Virgen del Carmen se le reveló en una pelota de trapo
Foto: La Pluma & La Herida

A sus sesenta bien vividos años, Campo Emilio Sánchez Cerquera, contador público y profesional de la piscicultura, oriundo de Garzón, en el departamento del Huila, asegura que antes de la magnífica revelación de la que fue testigo hace seis años, creía haberlo visto todo dentro de la cotidianidad de un ser humano común y corriente, pero no.

Independiente de una vida consagrada al trabajo y al bienestar de su familia, con todos sus esfuerzos y sacrificios, triunfos y derrotas, alegrías y sinsabores que plantea el destino, Sánchez Cerquera no había ahondado en esos enigmas metafísicos de la divinidad, aunque creyente y católico de tradición.

Fue en 2012 cuando trascendió para él un evento, al principio asombroso, inexplicable, pero con el transcurrir del tiempo, absolutamente prodigioso, que le cambiaría el pensamiento y el orden de sus días para siempre.

Así relata su increíble testimonio, con puntos y comas, en el video que subió al canal Youtube, Historia de un milagrorevelación de la Virgen del Carmen:

“En el año 2012, un jornalero de labranza cogió de un chamizo, en medio del cauce, al siguiente día de la temeraria creciente de la quebrada La Chana, en el municipio de Carmen de Apicalá, Tolima, una pelota de trapo y se la entregó a su patrón.

Este la llevó a su casa al final de la tarde, e intentó abrir el envoltorio, sin lograrlo, después de lavarla en repetidas ocasiones, retirando la arena y el lodo adheridos, pues la tela estaba muy deteriorada, seguramente por el prolongado tiempo que permaneció a la intemperie.

En las siguientes semanas, en su domicilio de Bogotá, continuó con la misma labor hasta lograr abrir el pedazo de tela, sin hallar nada que no fuera un manchón indescifrable. Pese al mal estado, decidió conservar el trapo, llevándole la contraria a su mujer y a sus hijos que insistían en que botara esa cosa mugrienta. Pero él fue más terco en mantenerla.

Días después, su sorpresa fue incontenible cuando se percató que el retazo iba tomando la forma de una persona, hasta que doña Rosita, esposa del jefe para quien labora, en una de sus visitas a la oficina, le hizo caer en cuenta de que esa forma humana a la que él se refería, no era otra que la imagen de la Virgen con el Niño de brazos.

El hombre, en medio de su estupefacción, agradeció la percepción de la noble dama, y a partir de ese momento fue cuando más le puso atención a la prenda que, en el transcurso de los siguientes tres años, fue acentuando gradualmente la sagrada figuración, con sus colores y pigmentos, hasta revelarse completa y de manera extraordinaria en lo que es hoy: la Virgen del Carmen, la misma que la fe católica y sus máximos jerarcas han instaurado con el Niño de brazos y sus respectivos escapularios, sumado a la coincidencia de haber sido encontrada en predios rurales de Carmen de Apicalá, municipio que por años se ha hecho célebre por la devoción a la divinidad, y a su adoración y peregrinación permanentes en su imponente catedral”.

Conmovido, Campo Emilio Sánchez narra su milagroso hallazgo. Milagroso, porque aún no puede explicar el interés que despertó en él ese grumo de tela sucia y maltrecha, que a los ojos de los demás no hubiese tenido otro destino que el de la caneca de la basura, o en los muchachos, un pretexto para jugar un picadito.

“Pleno de gracia”, como él asume esta bendición, llevó la tela al obispo de la jurisdicción para que la bendijera, le tomó fotografías, y le encomendó a su marquetero de confianza un trabajo digno para ubicarla en un punto privilegiado de su apartamento, al norte de Bogotá.

Argumenta Sánchez Cerquera, que no obstante estar protegida con el vidrio, la imagen ha evolucionado al punto que pareciera que, dentro del marco, estuviera flotando, a la vez que ha advertido nuevas revelaciones, como el rostro de Jesús adulto, justo al lado izquierdo de la cabeza de la Virgen.

Depositario de sus firmes convicciones y de una fe suprema, que su familia, amigos y compañeros de trabajo traducen en una obsesión, Campo Emilio abrió las puertas de su residencia para compartir con vecinos y allegados la admiración, los fervores y las oraciones a la Santísima.

Todos los primeros jueves de cada mes convoca a través de las redes sociales a la celebración del santo rosario, en punto de las cinco de la tarde. Como el apartamento le quedó pequeño por la cantidad de gente que en cada cita se reúne, separa con anticipación la sede comunal del conjunto habitacional.

Todos los primeros jueves de cada mes, Sánchez Cerquera convoca a los rosarios marianos que se celebran en su conjunto residencial, al norte de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida

Todos los primeros jueves de cada mes, Sánchez Cerquera convoca a los rosarios marianos que se celebran en su conjunto residencial, al norte de Bogotá. Foto: La Pluma & La Herida

Tan a pecho se ha tomado su vocación, que como si se tratara del más juicioso y organizado presbítero, él mismo manda a imprimir las oraciones, las alabanzas y los cánticos que hacen parte de la ceremonia. Al final obsequia estampas y medallitas de la Virgen, de su Virgen del Carmen, la de la quebrada La Chana, mientras su esposa, hijos y familiares comparten refrigerios entre los presentes.

A ella, la Santísima Virgen, le ha implorado en momentos difíciles de su trabajo, y asegura que le ha cumplido. Como una vez que arreció el temporal en su finca del Carmen de Apicalá, y los estanques de los peces estuvieron a punto de desbordarse, y en consecuencia de frustrar una producción en la que se invierte mucho trabajo, dinero y varios meses de paciencia para aspirar a la anhelada cosecha.

“Me hinqué de rodillas ante ella —dice Sánchez con su marcado acento opita—, y le pedí con alma, corazón y sombrero, como dicen en mi tierra: Virgencita, te lo ruego, cierra el cielo por un momento. No me dejes perder la pesca. Mira que si oyes la petición de este humilde siervo, te pago una promesa y te enciendo el velón más grande que encuentre. Llámelo usted casualidad o milagro, o el nombre que le quiera dar. Pero a menos de una hora de mis ruegos amainó el invierno y salvamos la producción”.

Cuando Aida Milena Carvajal, una joven mujer se enteró de los rosarios de los primeros jueves a los que invita Campo Emilio, no dudó en asistir. Agotada y escéptica de consultar médicos y teguas después de haber perdido dos embarazos, le comentó al oferente que ella no perdía las ilusiones de ser madre.

Sánchez Cerquera fue enfático: “El favor que tú estás anhelando, no corre por mi cuenta. Yo soy simplemente un ser humano, con las debilidades y pecados de cualquier persona. Pero el milagro te lo hace Ella: pídele con fe infinita, con el corazón henchido de gozo y de fe. Concéntrate en la Virgen Madre, que Ella obra, tarde o temprano”.

Al año de asistir puntual a los rosarios, Ana Milena inundó de alegría su hogar cuando comunicó a su esposo la feliz noticia. Nuevamente estaba embarazada y esta vez la gestación iba por buen camino. Hoy en día asiste con su bello y sano retoño a las jornadas de oración, y comparte orgullosa su testimonio”.

Son las cuatro de la tarde del jueves 8 de noviembre de 2018. Campo Emilio, sudoroso, apresurado, sube y baja ascensores con cuadros, atriles, candelabros, arreglos florales y velones, y toda la parafernalia proyectada a la celebración del santo rosario.

Al salón van llegando a paso lerdo los vecinos del conjunto, la mayoría de la tercera edad. También amigos de años, compañeros de trabajo, familiares y conocidos, de una cofradía que en cada cita aumenta. Los hay creyentes, de arraigada fe, de aquellos que interceden ante la imagen para clamar favores íntimos, pero también descreídos, afincados a la realidad, de aquellos que no confían ni en sus propias sombras, pero que asisten por curiosidad.

La Virgen del Carmen, cuidadosamente ubicada en un retablo, imagen tutelar de los rosarios. Foto: La Pluma & La Herida

La Virgen del Carmen, cuidadosamente ubicada en un retablo, imagen tutelar de los rosarios. Foto: La Pluma & La Herida

Después de una cordial bienvenida, Sánchez pone en cuenco sus manos a media altura, cierra los ojos, y con acento piadoso eleva la oración que corresponde:

¡Oh Virgen Santísima Inmaculada, belleza y esplendor del Carmen! Vos, que miráis con ojos de particular bondad al que viste vuestro bendito escapulario, miradme benignamente y cubridme con el manto de vuestra maternal protección. Fortaleced mi flaqueza con vuestro poder, iluminad las tinieblas de mi entendimiento con vuestra sabiduría, aumentad en mí la fe, la esperanza y la caridad. Adornad mi alma con tales gracias y virtudes que sea siempre amada de vuestro divino Hijo y de Vos. Asistidme en vida, consoladme cuando muera con vuestra amabilísima presencia, y presentadme a la augustísima Trinidad como hijo y siervo devoto vuestro, para alabaros eternamente y bendeciros en el Paraíso. Amén.

Antes de iniciar el santo rosario, camándula en mano, Campo Emilio invita a los concurrentes a hacer en silencio sus peticiones. Luego de oraciones, gozos y aleluyas a la Purísima, viene una cadena de Padrenuestros, Avemarías y Glorias, con un fervor que contagia hasta los niños que acompañan a sus padres o abuelos.

—Repitan, conmigo—, subraya el pescador con párpados trémulos:

Prodigioso y admirable / imán de nuestro desvelo; / nubecilla del Carmelo, / Sednos protectora y Madre. / Salve, Reina de los cielos, / de misericordia Madre, / Vida y dulzura divina; / esperanza nuestra, Salve. / Dios te Salve, templo hermoso / Del divino Verbo en carne, / Salve Dios, Madre Virgen, / Pues eres Virgen y Madre.

Dos horas en promedio de una ceremonia en que ninguno de los asistentes, como en la mayoría de misas ordinarias—a las que se va obligado o por el solo hecho de cumplir—, mira de reojo el reloj, o hace esfuerzos por disimular el bostezo del aburrimiento.

Al final se oyen los agradecimientos, el abrazo mutuo, una alegría despojada de toda cosmética que pone de presente sentimientos profundos en la humildad y la solidaridad con aquel que necesita una mano oportuna: el enfermo, el necesitado, el que se siente acorralado y desconcertado ante los golpes imprevistos de la vida, la ruina, el acabose y la desesperanza.

Ana Milena Carvajal atestigua que es de tal magnitud el amor y la devoción que irradia el recinto durante la oración, que ha visto caer escarcha, y que el salón queda invadido por una fragancia dulce de flores.

A su vez, Campo Emilio Sánchez sostiene que la invitación que hace a sus rosarios, no está ligada a ninguna pretensión personal, ni mucho menos en espera de un diezmo o una contribución, como es habitual en otras doctrinas.

Campo Emilio, el pescador, en plena faena laboral, en predios rurales de Carmen de Apicalá, donde se produjo el milagroso hallazgo. Foto: La Pluma & La Herida

Campo Emilio, el pescador, en plena faena laboral, en predios rurales de Carmen de Apicalá, donde se produjo el milagroso hallazgo. Foto: La Pluma & La Herida

“Aquí están las puertas abiertas a toda persona, católica, creyente, o no creyente, que quiera vivir esta hermosa experiencia. No discriminamos ningún credo ni filiación religiosa, ni estratos, ni edades, nada de eso. Es bienvenido quien quiera sumarse a la adoración o a la contemplación de la Virgen, Madre de todos nosotros, eso sí, con el mayor respeto. Es lo único que exigimos”.

Lo dice un opita que en sus sesenta años de vida ha sobrevivido a dos atentados, uno de ellos por cuenta de Pablo Escobar Gaviria, cuando el narcoterrorista mandó a explotar un automóvil con una poderosa carga de dinamita en el Centro Comercial de la 93, en Bogotá, donde estaba ubicada su oficina. Otro, por una bomba dirigida a una sucursal de Drogas La Rebaja, que dejó su apartamento semidestruido, ubicado en el segundo piso de un edificio, también al norte de la capital, donde funcionaba la farmacia. Sin descontar un aparatoso accidente cuando iba de noche al timón de un camión transportador en carreteras del Tolima, que se salió de la vía y fue a parar a una zanja.

“Si creo en milagros, es porque estoy vivo de milagro, y porque soy consciente y doy testimonio de que la Virgen ha obrado en mi vida y en la de mis seres queridos”, manifiesta Campo Emilio, que en la actualidad es un consagrado investigador y estudioso de todo lo relacionado con los misterios, intenciones, advocaciones, apariciones y revelaciones de la Santa Madre, como él la llama, y de eso da fe la cantidad de citas, lecturas, mensajes y referentes teológicos en contexto que a diario publica y recomienda en sus redes sociales.

“Hay gente que no cree en nada, y se le respeta. Cada quien tiene su forma de pensar y de expresar sus ideologías y conceptos, pero todos los días me convenzo más, de que si el mundo está como está, patas arriba, si los valores y principios se han perdido, igual que el respeto por el prójimo, por los ancianos, por las mujeres y los niños, y cada día acrecientan los abusos y desmanes de los que son víctimas, es porque la gente le ha dado la espalda a Dios, y ha perdido su fe y lo desconoce. Nunca es tarde para reflexionar y aceptar el cambio. Porque solo el amor y la oración nos salva. Y Dios y la Virgen atienden nuestras súplicas cuando lo hacemos de corazón y pedimos se nos perdonen nuestros pecados”, concluye el soldado mariano, de camándula y mística firme, fiel devoto de la Virgen del Carmen, la misma que se le reveló un día en una pelota de trapo.

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