“Tanta mala televisión e internet nos está haciendo perder la esencia del ‘mundo real’, imperfecto, pero sensible”. José Facundo Quiroga
Termina la época decembrina y Colombia se prepara para la temporada de fiestas municipales. De las formas de celebrar estas festividades podríamos hablar durante años y caminar por la cuerda floja de las imposiciones estéticas y morales, pues no falta el snob de vereda que pretenda criticarlas a estas y a sus manifestaciones estéticas (como la música ‘popular’) con el infame y arribista argumento de que se trata de algo ‘vulgar’. No obstante, en ese marco sí es posible analizar algunos elementos para tratar de comprender la sociedad en la que estamos, en lugar de criticar las susodichas expresiones. En Ocaña (la ciudad en la que he crecido y de la que a veces siento orgullo y otras tantas decepción) cada año se busca hacer una reingeniería a la celebración de las festividades, que han pasado del desperdicio absurdo del agua hasta la contaminación excesiva a través de latas de espuma de fiesta, pero un elemento perenne y común a las otras festividades nacionales perdura, y es la elección de “La Reina del Carnaval”.
Mucho podríamos discutir acerca de los reinados de belleza, “que banalizan a la mujer”, “que son expresión machista”, “que empoderan a las mujeres porque les permite sacar provecho económico de un atributo (la belleza en este caso)” y jamás lograríamos ponernos de acuerdo en cuanto a su pertinencia (de las pruebas de ‘inteligencia’ y su rimbombante hipocresía podemos hablar después). Sin embargo, hay un detalle que me parece de vital importancia tocar, ya que permite analizar el rol de la mujer en la sociedad colombiana, y es que en el Reinado del Carnaval de Ocaña se dio el infortunado despropósito de otorgar a la ganadora, como uno de tantos premios, una cirugía plástica.
Aclararé de antemano que mi intención no es atacar la cirugía estética, pues contribuye tanto sicológica como físicamente a las personas que han sufrido accidentes o ataques desfiguradores a llevar una vida más plena. Tampoco condeno a las mujeres que en su vanidad buscan hacerse uno que otro retoque, siempre y cuando este deseo sea resultado de un proceso de introspección y sea hecho como un acto de empoderamiento y voluntad, sin tener en cuenta lo que un determinado grupo social espera de ellas. Lo que me rehúso a admitir es la disimulada violencia simbólica que acarrea el hecho de que, habiendo acabado de coronar a la que se supone es la mujer más bonita del año, una muchacha preciosa de apenas la edad legal, se le conceda como premio una cirugía para “mejorar” alguna parte de su cuerpo, pues no importa que acabe de ser declarada ganadora de un certamen de belleza, siempre habrá algo qué mejorarle. Y esto es relevante porque más de una vez hemos visto mujeres que, aunque encajan en el ideal que la sociedad promueve, nunca se sienten conformes con su belleza y llegan a extremos patológicos que derivan en enfermedades como la bulimia, la anorexia y demás.
Entre las mujeres locales, especialmente por redes sociales, ha habido una que otra reacción de desaprobación hacia el dichoso premio, y con mucha razón lo han rechazado señalando el preocupante mensaje que se envía a las jóvenes que de una u otra forma siguen creyendo que ‘sin tetas no hay paraíso’; pero algunas otras desaprueban las críticas al ‘galardón’, argumentando que “tener senos pequeños es un asunto que les ha acomplejado”, sin darse cuenta de que el tamaño de los pechos no es el problema, sino la sociedad que a cada rato está imponiendo estándares de belleza que se consideran más elevados entre más gasto impliquen, fiel a la dinámica del mundo capitalista.
Un dato no menor, que bien puede reflejar otra situación del orden nacional, es el hecho que Ocaña cuente con una Secretaría de la Mujer, y que sea un municipio en el que efectivamente el mandamás es una mujer. Pero fiel a la ineptitud de los políticos, que ubican gente en puestos laborales de la alcaldía con el único objetivo de pagar favores políticos sin reparos en su capacidad intelectual y académica. En cuanto a la autoridad cultural, otros que podrían también elevar su voz de protesta, es poco lo que pueden aportar a la discusión, pues poco o nada se tiene en cuenta el concepto de sociólogos o antropólogos y mucho menos trabajadores sociales o psicólogos al respecto.
Aprovecho para recordar, además, que la aceptación del propio cuerpo debe venir de uno mismo, de un proceso de introspección que nos haga reflexionar sobre lo que realmente queremos para nuestro cuerpo y nuestra imagen, pues no pocos han sido los casos en que la inconformidad ante las cirugías lleva a prácticamente destrozar la belleza inicial (inevitable recordar, por ejemplo, a Brittany Murphy, busque en Google el antes y el después si no me cree).
Termino este artículo no pidiendo que se vaya a retirar el premio a la Reina del Carnaval, pues seguramente ha trabajado su cuerpo y sus modales para llegar a este y estaría muy mal de mi parte decirle a una mujer qué es apropiado o inapropiado hacer, pero sí espero que haya una reflexión sobre el papel que cumplen estos certámenes, y, sobre todo, pensar en el efecto que estos causarán en las muchachas que observan esa vida de efímero glamour con ansias de emularla.