Tesoros y rarezas de la música bailable y parrandera de Colombia

Tesoros y rarezas de la música bailable y parrandera de Colombia

Un ejercicio de arqueología musical con don Élkin Giraldo y su colección de acetatos. Gustavo Quintero y Roldofo Aicardi cantando salsa, baladas, guarachas y boleros

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
diciembre 31, 2018
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Tesoros y rarezas de la música bailable y parrandera de Colombia

Bajo una atmósfera atravesada de un vapor  alcanforado, en el segundo piso de la calle 17 con carrera 8°, de la capital colombiana, don Élkin Giraldo Giraldo limpia con esmero un larga duración de Pacho Galán, grabado hace cuarenta años.

Su labor comienza antes de las siete de la mañana: restaurar, pulir, cambiar forros deteriorados y catalogar las grabaciones que configura una singular  historia musical de Colombia, el Caribe y el mundo, representada en más de 100.000 acetatos cuidadosamente organizados en las bodegas de su negocio de toda la vida: la Zapatería Cosmos.

Con la paciencia de un curador  de museo, limpia un acetato de época bajo la luz iridiscente que proyectan las carátulas multicolores. Se trata del álbum Cuba’s Queen of Rhythm, de 1957, donde aparece una Celia Cruz de aires juveniles, que pareciera observar con la mirada el trabajo de Giraldo quien, para verificar el resultado de la restauración, acomoda el vinilo en el tornamesa.

La voz de La Guarachera, acompañada por la Sonora Matancera, suena igual a como fue grababa por la Seeco Tropical, hace sesenta y un años.

Luego se compromete a dejar como nuevo un álbum de Antonio María Peñaranda y su Conjunto, de 1978, autor de éxitos imborrables como el Hombre caimánLa pringamosa. El disco, decorado en el centro con el vistoso emblema de la casa Unión Musical, de Venezuela, gira a 33 revoluciones por minuto con  las guapachosas cumbias del maestro barranquillero.

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Aquellos diciembres

Don Elkin, con dedicación, pega la maltrecha carátula al compás de esas grabaciones que hace treinta y cuarenta años interrumpían el eterno mutismo de algunos poblados de la costa, la banda sonora de un interminable baile de gentes que izaban velas encendidas al cielo.

“Esa música fue migrando a las ciudades para ser grabadas o prensadas en  los acetatos, una corriente que siguieron Lucho  Bermúdez, y luego las orquestas tropicales de los 70”, agrega el ángel custodio de la música de antología.

El tocadiscos continúa con sus despachos de nostalgias bailables. El turno es para el decembrino tema del Seis chorreado. La orquestación es simple y la voz alcanza notas muy altas, “pero no es Bobby Cruz, es un maravilloso cover que Rodolfo Aicardi grabó en 1968”, explica Giraldo, quien ahora aplica sus ungüentos a una pasta de Leonor Gonzalez Mina La Negra  Grande de Colombia, prensada por el sello Sonolux, en 1975.

Como curiosidad, explica el curador de marras, refiriéndose a otro álbum, en los créditos aparece como autor de La múcura el legendario empresario Toño Fuentes, pero la composición  es de la autoría de Crescencio Salcedo: “Al parecer, a mediados de los cuarenta, el señor Fuentes compró la canción para su disquera, pero todos saben que es propiedad del artista nacido en Palomino, Bolívar”.

Otro disco de antología recibe una dosis de agua con vinagre, una emulsión que, relata don Élkin, le fue  recomendada por el periodista Marco Aurelio Álvarez para cuidar estas auténticas joyas musicales. “Yo usaba  antes un preparado a partir de alcohol isopropílico y percloroetileno, una combinación  que es muy efectiva pero molesta para la nariz del restaurador”, indica Giraldo, mientras nos conduce a la zona donde atesora rarezas dignas del más afiebrado coleccionista.

Discos imposibles surgen de los escaparates: Roberto  Torres, el famoso salsero puertorriqueño, montado sobre un caballo y vestido de vaquero. Se trata del trabajo musical titulado Charangas vallenatas, del sello Sar, de 1982, que incluye  éxitos de la música vernácula como El testamento, de Rafael Escalona, y clásicos del folclore llanero como A usted, de Reynaldo Armas, y La yegua blanca, de Simón Díaz.

Estas y otras joyas llegan ocultas en lotes de mil, dos mil y hasta doce mil discos, por lo que su hallazgo es el resultado de una dispendiosa búsqueda. Así se han rescatado coleccionables como el álbum Internacional, 1977, del Gran Combo de Puerto Rico, que contiene  el merengue dominicano Compadre Juan, o el curioso  disco del senegalés Laba Sosseh interpretando el tema salsero Errante y bohemio. Como novedad, el disco incorpora el título Diamule Mawe, adaptado y popularizado en Colombia por Joe Arroyo como Yamulemau.

Salsa con timbre africano, salseros cantando vallenato y  tropical, una extraña alquimia que es  posible gracias a la labor de Giraldo y sus colaboradores. En esta clínica musical se clasifica, documenta y rotula, con la experiencia y la sensibilidad que le imprime a su trabajo don Élkin, tesoros con historias propias y anécdotas de cómo llegaron a sus manos:

“Primero hay que desinfectar las carátulas y las pastas, que en ocasiones llegan contaminadas con excrementos de perros, gatos y ratas, y desechos de alimañas. En una ocasión compré un lote que venía del Casanare, y tamaña sorpresa cuando, dedicados a esta labor, encontramos discos manchados de sangre, ya que venían de una emisora atacada con explosivos de un grupo paramilitar.

En este fantástico museo del sonido se aplica una regla de oro: la basura de uno es el tesoro de otro. Este axioma se cumplió cuando don Elkin encontró en una bodega herrumbrosa del sur de Bogotá la colección completa del Rodolfo Aicardi, Gustavo El loko Quintero, un disco de La Billo’s Caracas Boys en la que aparecen los cantantes vestidos de reyes magos, otro del legendario presentador de televisión de los 80, Jimmy Salcedo, cantando vallenatos, así como una rarísima grabación del inspector Ruanini, el recordado personaje del programa Sábados Felices, representado  por el fallecido  comediante Carlos Mocho Sánchez.

Las portadas, en perfectas condiciones, como si acabaran de salir de una imprenta, aportan una idea de la dinámica que se vivía en aquella época, tocada por la inspiración a raudales, el permanente movimiento de agrupaciones y orquestas tropicales que no daban abasto a producir y grabar dos, tres y hasta cuatro álbumes en un año.

Carátulas de antología

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La creatividad de productores y diseñadores también era cuota preponderante a la hora de lanzar con todos los hierros un álbum de los éxitos más sonados para fin de año, tal y como se puede apreciar en Lo mejor de lo mejor, de Codiscos, 1978, y de Los Graduados, con Gustavo Quintero, donde los integrantes de la orquesta se revelan desnudos, apenas cubiertas las partes pudendas con los instrumentos.

En ese entonces, la competencia más reñida era entre Los Hispanos, del sello Fuentes, con Rodolfo Aicardi, como vocalista, y Los Graduados, de la Casa Zeida-Codiscos, con Gustavo El Loko Quintero, como solista estella. De ambas orquestas hay decenas de discos en las bodegas de Giraldo, como La pelea del siglo, que por estas fechas de fin de año aún se oye y se baila.

Las  pastas, como en una máquina del tiempo, evocan la Colombia de los 70 y 80 con su arquitectura incipiente, camisas de colorines y cuellos mariposa, pantalones bota campana, cabellos rebeldes y espesos mostachos. Grupos que arribaban a Bogotá provenientes de regiones remotas, con sus partituras debajo del brazo, en busca de una oportunidad para grabar, darse a conocer en la radio, y cosechar públicos en festejos de clubes o plazas públicas.

Como la plaza de Medellín, que fue inmortalizada por el fotógrafo Leo Ruiz en la carátula El culebrero (1973), alusión a los personajes típicos de Antioquia y del Eje cafetero que ofrecen pócimas y elíxires para la salud, el sexo y el buen vivir, y que mejor representado por El Loko Quintero.

“En esa época los productores eran muy creativos y se ingeniaban unas carátulas que en este negocio del acetato llaman la atención. Tuve un caso de un publicista que se hizo cliente asiduo y que llevó muchos discos, pero no por el contenido musical sino por los diseños de las portadas”.

Esa apuesta transgresora se verifica al oír las melodías. Basta poner a circular el  vinilo para confirmar la fórmula del éxito en cada corte: convertir gracejos, dichos populares, refranes y trabalenguas tomados de lo más auténtico de la gran masa y de la tradición criolla en cumbias, porros, paseos y merecumbés, tal es el caso de títulos como La boda de Mandrake, Se casó Drácula, Satanás, Erre con erre, Juanito preguntón, El paisa Bedoya, Pomponio, Quita la mano, Que lo diga ella, Los apodos, Ese muerto no lo cargo yo, entre tantos.

Para todos los gustos

La colección de música decembrina, en las bodegas de don Élkin Giraldo, complace los gustos de coleccionistas y aficionados por igual. Hay que disponer de buen tiempo para internarse en escaparates de lo insólito y desconocido de la parranda de fin de año, como ese álbum de Rodolfo Aicardi que quedó para la posteridad, De peligro, publicado en 1969, en el que el mítico cantante aparece trasladado en una camilla hospitalaria por sus panas de Los Hispanos.

“Estas carátulas son de gran demanda -agrega Giraldo-, al tiempo que enseña las  portadas de Mano a mano I (1984) y Mano a mano II (1985); otra con los famosos intérpretes armados de fusiles, y una más en un tinglado, aludiendo un combate de boxeo, donde se muestran exhaustos y con los ojos colombinos.

En el trabajo discográfico De Locura, Los Hispanos (1968), el Loko Quintero simula ser un médico que atiende al paciente, representado por el Chengue Velásquez, baterista  de  la agrupación, y en la cubierta de Los Primeros (1970), es un ciclista, mientras que en Eso es Colombia (1971), se planta de torero, y en Golazo (1972). un futbolista. Este disco incluye una versión de un partido de fútbol narrado con la voz del célebre relator antioqueño Jorge Eliecer Campuzano.

Don Elkin Giraldo repara aquí y allá, con la disciplina y la vocación que cultivó en los años en que ejerció como profesor de la cátedra de religión en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín. En medio de un conversatorio con los compradores expertos en la vieja guardia musical, pone a sonar una rara versión de los tradicionales variados de fin de año: El LP, año 1976, de grata recordación entre los seguidores de las bailables tropicales.

Como lo son a su vez las carátulas de la colección de los 14 Cañonazos Bailables, en sus cincuenta y nueve ediciones, con sus parientes en acetato: Bailoteca, El disco del año, Lo mejor del año, Párese a bailar, El discómetro del año, Hit parade del año, entre otros de la fiebre decembrina.

“Hasta las seis de la mañana”

Algunos coleccionistas y estudiosos de la música que visitan el lugar puntualizan en la laboriosidad y el orden de Giraldo, y en su memoria cultivada a lo largo de casi cuarenta años de estar comercializando con la música en vinilo, formato que hoy por hoy despierta las expectativas no solo de veteranos sino de la juventud que observa en la pasta un añejo tesoro, un viaje a la nostalgia, ese infaltable recorderis de aquellos tiempos cuando se azotaba baldosa con la tía y se compartía hasta las seis de la mañana, como era la ordenanza de Rodolfo Aicardi.

Otro álbum, difícil de conseguir, el de Hasta la madrugada, del sello Tropical (1970), de la orquesta de Manuel Villanueva, que se conozca entre cultores y entendidos, la primera aparición de Joe Arroyo en vinilo, cantando el tema El cambio, cuando apenas tenía quince años.

“La música se va vendiendo, yo no me quedo con nada, salvo piezas de música clásica, que fue el género que empecé a adquirir recién comencé el negocio del calzado. La primera colección que adquirí fue la de Grandes Compositores, que Salvat promocionaba por entregas. Luego me aficioné a comprar discos raros en los mercados de las pulgas, y así me fui haciendo a una clientela numerosa, al punto que hoy en día vendo más discos que zapatos, y a la par pinchadiscos, radiolas, antiguos equipos de sonido y tornamesas. Todos ellos en perfecto”, narra don Élkin.

De modo que los coleccionistas que pasan horas esculcando, tomando apuntes y oyendo la música de sus preferencias, terminan llevándose tesoros que luego  exhiben orgullosos en Youtube. Por ejemplo, rarezas como Alégrense los cielos, tema interpretado en hebreo por El Loko Quintero, o El Gordo, éxito de Quintero con Los Teen Agers (1958), disponibles en plataformas digitales.

Del  primero, cuentan  los versados visitantes al refugio de don Elkin que fue una melodía que decidió grabar El Loko en homenaje a su abuela que era de origen sefardí, mientras que  el segundo  es atribuido a una genialidad en los arreglos del director de Teen Agers, Anibal Ángel, artista antioqueño de leyenda.

“Era un músico extraordinario que le puso arreglos a una letra que le hicieron a un tipo de Manizales que siempre se les pegaba a los grupos que llegaban a  esa ciudad. De Los Teen Agers, otro sonado tema fue Isla de San Andrés. Aníbal hizo después música bajo el nombre de Anán, con temas como La perra, La cumbia monterianaGuarituza, que se oían en circos y en dentisterías, “¡cómo serían de buenos!”, apunta Mauricio Rojas, un afiebrado a los temas bailables de época, quien no para de revisar los escaparates atiborrados de discos.

Rojas anda a la caza de los covers de Michi Sarmiento, de los primeros hits del gran Chico Cervantes, de la orquesta La Protesta, música extranjera interpretada por Los Teen Agers, en especial, destacadas versiones de números de salsa como Acuyuyé, Se te quemó la casaLa Gorda, consideradas piezas únicas.

“En esa época El Loko tenía un timbre parecido al de Bobby Cruz”, señala el coleccionista Rojas mientras encarga las citadas versiones a Giraldo.

Grandes orquestas

Era inagotable la experimentación musical de esa década, 1968-1978, de la cual Giraldo conserva acetatos que sirven como fuente de documentación para  un ejercicio de arqueología musical: desentrañar facetas desconocidas  y sorprendentes de los cantantes que luego se hicieron estrellas.

Es así como esta historia palpable en acetatos confirma que Joe Arroyo grabó en un momento su propia versión de La Reina de las Cruces, la canción de Noel Petro, que tiraba dardos a su amor de juventud, la  encopetada baladista Claudia de Colombia, a quien el Burro Mocho conoció en el tradicional y popular barrio capitalino, inmortalizado en  la citada canción.

Por su parte, Giraldo refiere que  más allá  de las orquestas exitosas como la de Pastor López, Nelson Henríquez, Luis Felipe González, Los  Melódicos, la Billo’s Caracas Boys, Los Corraleros de Majagual, Lizandro Meza, Dolcey Gutiérrez, Fruko y sus Tesos, Latin Brothers, Guayacán, Niche y Anibal Velásquez, además de las antes mencionadas, se conservan pastas de grupos bailables que, en su momento, marcaron un hito con algunas canciones  pero que se desvanecieron con el paso de los años.

En el  listado bailable decembrino que se puede rememorar en lugares como este laboratorio musical capitalino están Los Líderes, con sus notables vocalistas Moab Valencia (Pedacito de mi vida) y Joe Rodríguez (Te lo juro yo), Alcidez Díaz (Remolinos y Bota la bata), Los Bestiales (La cantaleta), La Banda de Filemón (La saporrita), Manduco (La suavecita), Grupo Contraste (Ya no te quiere), Juan Piña  (El machín), Armando Hernández ( El azulejo -Loquito por ti), Los Rivales, con Jairo Paternina (Plegaria vallenata), Hernán Hernandez  (Mala- Tonto amor), Los Black Stars, con Gabriel Romero (Pa’ve pa’ve), Afrosound (La danza de los mirlos), La Sonora Dinamita, con Lucho Argaín (La cadenita ), el Grupo Clase, de Sady Ramírez (Ingrata), La Cheverísima (Quiero ser feliz), Los Diplomáticos (Instrumental), Los Nada que ver (Me alejé llorando), Jaime Ley  (El (enterrador), Hernán Rojas (El canoero), entre otros.

Con la ambiciosa y no menos sorprendente colección de música de diferentes partes del mundo que brilla en los contornos de su depósito de calzado, don Élkin Giraldo Giraldo, el atento, juicioso y perenne curador y restaurador de vinilos, y justo para esta época de goce y festejo de fin de año, manifiesta que no sabe bailar, que jamás ha ido a una fiesta, y que por lo general, el 24 de diciembre, víspera de su cumpleaños, amanece limpiando y desinfectando pastas, y cambiándole los plásticos a las carátulas, y que si en esos trámites lo vence el sueño, pues allí tiene su propia cama.

Báilenme ese disco en la aguja.

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
Fotos: Diego Téllez

 

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