Recordando el movimiento estudiantil de los 70
(Fragmento de novela corta)
“El movimiento estudiantil en todo el país se había extendido por colegios y universidades públicas de numerosas ciudades, después de la escalada de huelgas, perdidas de semestres y enfrentamientos con la Policía y el Ejército, desencadenados desde el 26 de febrero de 1971, en Cali, cuando mataron a ‘Jalisco’ y a otro estudiante universitario y el 4 de marzo, en medio de una manifestación en Popayán, al alumno del Liceo de bachillerato, ‘Tuto’ González.
En 1975, el país continuaba en Estado de Sitio y la influencia de varios grupos de izquierda en colegios y universidades era notoria. Yo me había vinculado desde que estaba en quinto de bachillerato en Quilichao como simpatizante e integrante de una célula de “estudio y trabajo revolucionario” que tenía orientación del Partido Comunista Marxista Leninista. Cuando entré a primer semestre ya tenía más de dos años de experiencia en reuniones de estudio de teoría marxista, filosofía y economía política y desde el colegio trabajamos en la educación, organización y movilización política de los compañeros vinculándonos a la publicación de la cartelera estudiantil, conformación de un grupo de teatro, apoyo de los indígenas que adelantaban la lucha por recuperar la tierra de sus antiguos Resguardos y en 1973, en la organización del primer paro Cívico y bloqueo a la vía Panamericana que en asocio con diferentes organizaciones y líderes hicimos en Quilichao.
Cuando el movimiento estudiantil se tensionó en todo el país y en la universidad del Cauca se reorganizaron los consejos estudiantiles, yo me postule y junto con Tobías salimos elegidos como representantes de primer semestre. También me vinculé a una nueva célula de estudio y trabajo revolucionario con reuniones dos o tres veces por semanas para estudiar teoría y analizar el contexto y planificar el trabajo político.
Buscando alejar a los estudiantes de la política de izquierda a nivel nacional el gobierno había modificado los planes de estudio en la mayoría de programas de las diferentes carreras para restarle peso y tiempo de estudio a las humanidades. En primer semestre habían suprimido las clases de Antropología y estudios sociales, “para ir al grano” y los exámenes en test reemplazaron a los de desarrollo. Los directivos buscaban alejar a los estudiantes de las influencias de la contracultura hippie, las ideas marxistas, el psicoanálisis y la anti-siquiatría, en boga después del movimiento estudiantil de Mayo del 68 en Paris y la movilización juvenil contra la guerra del Vietnam y en Latinoamérica con el apoyo a la revolución cubana y otros movimientos guerrilleros.
En el pliego de condiciones para levantar la huelga se exigió que volvieran a incluir Antropología y estudios Sociales en el pensum. También exigían la salida de dos profesores de Estadística y Demografía y de un cirujano a los que acusaban de perseguir a los estudiantes de ideas de izquierda y mejores condiciones de estudio y trabajo para los médicos internos. Además se exigía modificar y democratizar el sistema de admisiones pues en los últimos años, la facultad era la más apetecida por los hijos de directivos, profesores, empleados, hacendados y políticos de la región que lograban matricularse a pesar de no obtener el puntaje del Icfes.
Recuerdo que en los movimientos para los grupos de izquierda participantes lo más importante era “organizar, educar y movilizar a las masas estudiantiles buscando su vinculación a la lucha política antiimperialista, y contra la alianza burgués-terrateniente que se oponía la liberación nacional y al sistema socialista”.
En universidades públicas como la Nacional, la del Valle, Antioquia, Caldas, Industrial de Santander, entre otras se adelantaban movimientos similares, pues la reforma universitaria había sido nacional, con ligeras variaciones y después de repetidas manifestaciones públicas y pedreas con la Policía y el Ejército, en Popayán reforzadas con la presencia activa de estudiantes de secundaria del Liceo Nacional, el Instituto Técnico Industrial y el Ulloa, el gobierno nacional ordenó la cancelación del semestre y el cierre de los claustros.
Dos meses después las reabrieron y amparados en las leyes del Estado de Sitio vigente reforzado con el Estatuto de Seguridad expedidas durante el gobierno de Turbay Ayala, aprobaron un estricto reglamento interno que de entrada incluyó la expulsión de los principales dirigentes y representantes ante los consejos estudiantiles y para el resto de alumnos les hicieron firmar matrículas condicionales para que no volvieran participar en huelgas ni manifestaciones públicas.
En medio de ese panorama nuestra rutina de estudiantes fuera de las marchas y pedreas, se repartía entre los salones de clase, laboratorios, canchas de fútbol y basket, las idas a cine-club, los bailes de fin de semana, las caminatas, prolongadas ‘tinteadas’ en el café Alcázar y parqueadas en esquinas estratégicas para ver salir de clase a las alumnas de las Salesianas, Franciscanas y Josefinas que tenían sus sedes en los claustros de antiguos conventos situados en el centro histórico…”