Claro que las elecciones del 9 de marzo cambiaron el mapa político del país. Lo grave es que uno de los hechos más importantes se refiere a la situación actual de los partidos políticos, tradicionales y nuevos. Pero ninguno reconoce su nueva realidad y todos se declaran ganadores. La verdad es que lo realmente nuevo es que la población colombiana empezó a mostrar su rechazo a la forma como se ejerce la política en este país y una indiferencia creciente hacia estas organizaciones. Todos los medios de comunicación se concentran en los ganadores, más individuos que partidos, y se olvidan de hechos contundentes: la alta abstención que en Bogotá alcanzó el 65%. El voto en blanco que prácticamente se duplicó en la elecciones parlamentarias y que ganó en las del Parlamento Andino; los más de dos millones de votos que se perdieron, que no se sabe bien por qué, pero que de alguna manera muestran desinterés.
Y la verdad es que como lo dijo la directora de La Silla Vacía, todos los partidos perdieron. El uribismo, la nueva fuerza en el Senado y no en la Cámara, no sacó las 30 curules que había anunciado, sino 20; la U que quedó de primer lugar tiene 21 senadores, 7 menos que en el período anterior; el Conservatismo que se promociona como el gran triunfador, no solo perdió curules sino que está dividido entre el uribismo y la coalición de gobierno. Pero el más dramático es el Liberalismo, que dejó de ser el partido más importante del país y que se había anunciado como el gran ganador de esta contienda electoral, terminó de cuarto y no ganó ninguna curul adicional. Se declaró ganador porque obtuvo mayoría en la Cámara. La verdad es que el que más ganó fue Cambio Radical porque figuraba entre los que podrían no pasar el umbral. Los salvó sin duda la vicepresidencia de su jefe natural.
Con respecto a los otros partidos, Verdes, Polo y Opción Ciudadana, su ganancia real consiste en que su presencia con cinco senadores cada uno, garantiza el fin del histórico bipartidismo colombiano y que se llegó, como lo afirma Alejo Vargas, a un Congreso de la República de minorías. Bueno para la democracia, sin duda. Lo malo es que quedaron intactos los gamonales con muy pocas excepciones. Las maquinarias siguen vivas especialmente en la Región Caribe y el voto de opinión se sigue concentrando en Bogotá.
Lo mejor, las grandes votaciones de Claudia López, que le dio un golpe a Navarro; de Iván Cepeda, uno de los pocos que pudo pasar de la Cámara al Senado; se mantiene Robledo como el senador más votado. Lo malo, se quemaron figuras excelentes siendo una de las mayores pérdidas la de Juan Mario Laserna a quien los conservadores uribistas le pueden haber cobrado su adhesión a Martha Lucía Ramírez; Hector Helí Rojas un excelente senador que se equivocó al irse al desprestigiado Parlamento Andino; y ojalá no se quede por fuera Guillermo Rivera a quien el exsenador Cristo lo abandonó en la campaña por su hermano cuando tanto le debía a Rivera. Siguen los hijos de los hijos de los hijos, las familias de políticos paras y corruptos. Pero poco a poco esos irán desapareciendo si se sigue despertando el electorado colombiano.
Lo más doloroso es que los partidos, los grandes perdedores, siguen montados en esa terrible costumbre de declararse ganadores, lo que frena cualquier autocrítica, tan importante en este momento de la democracia. Si siguen así, los triunfos serán para los individuos, cuando sin partidos fuertes es imposible tener una verdadera democracia. Nuevos jefes políticos es lo que se necesita y definitivamente ni la juventud ni la vejez son garantía de éxito. Lo que requiere es liderazgos distintos, independientemente de la edad.
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