En estos últimos años, el mantenimiento del crecimiento en China y en los demás países llamados emergentes demanda más y más recursos naturales. Este proceso repercute fuertemente en la crisis ambiental global y profundiza las desigualdades sociales, generando nuevas crisis humanitarias. Todas ellas exigen respuestas urgentes que ningún gobierno puede dar. Todas exigen una modificación profunda del sistema económico, social, cultural y político vigente (el capitalismo global y sus instituciones). Ellas configuran, de conjunto, una crisis de civilización, que arrastra consigo el destino de billones de seres humanos.
Frente a esto, la reciente reunión de la ONU presentó como gran avance la promulgación de los llamados “Objetivos de desarrollo sostenible” que se presentan como metas básicas a conseguir en las próximas décadas por los Estados miembros (Andrea del Pilar Naranjo, octubre 14 de 2015).
No obstante, cabría preguntarse sobre la viabilidad de efectuar un reemplazo de los objetivos del desarrollo del milenio incumplidos, con un “nuevo” instrumento coyuntural que se apoya en un concepto de vieja data, que además pretende ocultar los graves perjuicios de un sistema productivo derrochador y depredador que se nutre del consumismo.
Pregunta, Andrea del Pilar Naranjo el 14 de octubre del 2015 si el desarrollo sostenible es ¿un concepto novedoso? Ella dice que desde la conformación de la Organización de Naciones Unidas en 1945, se reconoce de manera retórica la importancia de los ecosistemas y de las especies de fauna y flora. No obstante, el proceso asume un carácter formal con las declaraciones de Ramsar (Irán), sobre la protección de humedales de 1971, y de Estocolmo, sobre el Medio Ambiente Humano de 1972. Esta última surge en la deliberación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente1, que determina los principios y las responsabilidades de los Estados en relación con su entorno ambiental.
Sin embargo, no es sino una década después con la promulgación de la Declaración de Montreal para la reducción de sustancias que agotan la capa de Ozono, que se inserta el concepto de Desarrollo duradero y sostenido, como parte del Informe “Nuestro futuro común”, conocido como Informe Brundtland, realizado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU.
En este documento se precisan los conceptos de "medio ambiente" y “desarrollo” en una simbiosis, identificando así el primero como el lugar donde todos vivimos y el segundo con lo que todos hacemos al tratar de mejorar nuestra suerte en ese entorno. “Ambas cosas son inseparables”( Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Informe Desarrollo y Cooperación Económica Internacional: Medio Ambiente Informe de la A/42/427 agosto 1987. Documento disponible en http://www.un.org/).
Pero la realidad es que en la actual estructura de poder mundial, controlada por los intereses de las grandes corporaciones, de los países “desarrollados” y de los “emergentes”, no existe voluntad real de poner en riesgo el “negocio del desarrollo”. Pero hay un cambio enorme en la geopolítica global. El capitalismo global ahora funciona a dos velocidades en lo que parece ser una desconexión entre la dinámica de acumulación en los países centrales y en los llamados países emergentes, lo cual implica nuevos problemas para la transformación social. De un lado, los países ricos está siendo golpeados por la crisis, pero no obstante las corporaciones multinacionales consiguen llenar sus arcas, los especuladores tienen sus ganancias garantizadas; al mismo tiempo la mayoría de la población enfrenta políticas de austeridad, enormes tasas de desempleo, aumento de las desigualdades y fortalecimiento de las corrientes e iniciativas políticas de derecha – tales como las de los grupos racistas del Tea Party en los Estados Unidos y los xenófobos europeos.
De otro lado, los grandes países “emergentes” continúan expandiendo sus economías en los marcos del capitalismo global. La euforia por su crecimiento, celebrada por casi todos y todas, muestra una completa inconsciencia de los problemas colocados sobre el tapete. La crisis de la “creatividad financiera” del neoliberalismo estimuló el renacimiento de los desarrollismos. Millones de personas mejoran sus condiciones de vida en Asia y América Latina, consumiendo un poco más de lo que antes lo hacían, a pesar de que en casi todos los lugares también crezca la desigualdad social. La expansión económica se hace profundizando sus contradicciones: desigualdad y concentración de renta, sobreexplotación y precariedad del trabajo, deterioro ambiental, estructura latifundista concentrada, crecimiento de los tugurios y favelas, servicios sociales precarios. El impacto de estas pequeñas mejoras ha prevalecido por encima de la percepción de las contradicciones, mientras que la lógica del “todo va bien” obstaculiza la construcción de un proyecto contrahegemónico.
Así, cuatro años después de la peor crisis económica mundial desde 1929, cuatro años después de la enorme alza en los precios de los commodities y de los alimentos, ocasionada por la especulación hecha por los gigantes de las finanzas, cuatro años después de que el Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC) alertó respecto a la urgencia de iniciar una transición hacia una economía de bajo carbono, la totalidad de los problemas se arrastran sin perspectivas de solución, mientras que los poderes establecidos sólo están preocupados, como siempre, por mantener los negocios. Ninguna lección fue aprendida, ningún cambio estructural fue hecho, agravándose los impases que se acumulan en una lógica suicida.
María Fernanda Galindo, en Pares del 28 agosto, 2018 nos recuerda que “Debemos cambiar la mentalidad de consumo, gran parte de la sociedad aún se mueve al vaivén del mercado y piensa todavía en términos económicos (el auge de las tarjetas de crédito, shopping, la difusión y acumulación de bienes materiales, etc…), debemos procurar pensar en el mejoramiento del bienestar humano e igualdad social mientras se reducen significativamente los riesgos ambientales”.