La trágica y sangrienta nochebuena de 1822 en Pasto

La trágica y sangrienta nochebuena de 1822 en Pasto

En plena Navidad, la capital de Nariño sufrió una terrible pesadilla por cuenta del avance de las tropas del ejército de Bolívar, al mando del general Sucre. Un recuento

Por: CARLOS BASTIDAS PADILLA
diciembre 19, 2018
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La trágica y sangrienta nochebuena de 1822 en Pasto
Foto: Martín Tovar y Tovar (1827 - 1902) - Palacio Federal Legislativo, Caracas - Venezuela

El pueblo de Pasto (…) quedó descontento con la capitulación ajustada después de Bomboná. Ni la forma caballerosa con que trató Bolívar a los capitulados, ni el porte correcto de las tropas de Colombia al tomar posesión de la ciudad, que pagaron religiosamente todo lo que consumieron en los pocos días de permanencia en ella, ni el haberlo considerado de igual a igual y no como vencido, pues se le dejaron sus propias autoridades para inspirarle confianza, nada había servido para calmar sus recelos. Todo el mundo volvió a sus trabajos de la vida rutinaria, es cierto, pero dentro conservaba su viejo rencor (Sergio Elías Ortiz. “Agualongo y su tiempo”).

Boyacá, Carabobo, ahora el Libertador va a Quito, rumbo al Perú. Había que pasar por Pasto. Vino Bomboná y las honrosas capitulaciones de Bolívar con los pastusos, tras la batalla. Con el triunfo de Sucre en Pichincha quedó libre el camino para la liberación de Quito. Bolívar, salió de Pasto, el 10 de julio de 1822, confiado en que los pastusos aceptarían la constitución republicana. Antes de partir, organizó el gobierno de la provincia, y, tal vez creyendo que con la cuestión de Pasto era mejor hacer borrón y cuenta nueva, decretó:

Mientras se establece el sistema constitucional de la Republica de Colombia esta capital y su jurisdicción decreto lo siguiente:

1o. La autoridad civil y militar de esta ciudad y su jurisdicción, queda sometida al señor Coronel de milicias Ramón Zambrano, que la ejercerá con arreglo a las leyes españolas, como hasta aquí, excepto en los casos en que aquellas se opongan a los principios fundamentales de la Constitución de Colombia.

2o La municipalidad queda instalada con los mismos miembros que antes componían el Ayuntamiento de esta ciudad, hasta nuevas elecciones: esta Municipalidad gozará de las atribuciones que detalla la constitución de Colombia.

3o Todos las militares civiles, militares y de hacienda, excepto los que reciban su pasaporte, ejercerán las mismas funciones y autoridad que en el Gobierno español, hasta que se establezca y organice el régimen Constitucional de Colombia.

4o La moneda que circulará en este país será toda moneda de cordoncillo colombiana y española y la antigua macuquina española, por sus respectivos valores.

 Cuartel General en Pasto, a 9 de junio de 1822.

Simón Bolívar

Como gobernador de la provincia nombró al coronel Antonio Obando, con sede en Túquerres. El territorio quedó casi libre de tropas republicanas, con su propia forma de gobierno, su moneda, sus autoridades civiles, su hacienda: como se gobernaba bajo las autoridades realistas. En ese trance generoso, el Libertador llamó aparte a Obando y, según cuenta este en su “Autobiografía”, le dijo:

“—No encuentro otro jefe más aparente que usted para que quede mandando a estos pastusos; Salom me hace falta, y Lara con su genio áspero los hace más godos. A usted lo conocen, y usted también a ellos. Es verdad que a mí me conocían desde el año de 1813, en que les hacía la guerra, y era tanto el amor que me profesaban, que escapé de ser asesinado en la ida y vuelta de mi comisión a Quito, como ya dije antes”.

Nombrado gobernador, apunta Obando que el Libertador lo instruyó: “Gobernará a los pastusos constitucionalmente (única parte del sur donde se mandó observar, porque en Quito era tan dictador como sus jefes), para lo cual hará publicar solemnemente la Constitución. Hará recoger las armas que quedan en poder de los pastusos, que son bastantes (cosa que no pudo hacer el mismo general a pesar de los bandos apoyado por todo el ejército). Hará conducir a Túquerres todo el armamento, y de allí a Quito, lo mismo hará con los enfermos que vayan convaleciendo (…) No es exacto pues que quedase con guarnición ni grande ni pequeña”. Según Restrepo, Obando no más contaba con una guarnición de 50 veteranos y 300 milicianos mal adiestrados.

Ocurrió que un tal Benito Boves, escapado del fuerte del panecillo donde habían encerrado a los realistas después de Pichincha, sin plumas y cacareando, llegó a Pasto a alborotar la gallera. Con su prédica realista encendió de nuevo los ánimos de los pastusos; convenció a Agualongo y se lo llevó en su loca aventura de su segundo al mando. En este punto, O´Leary no oculta su desprecio por los sublevados: “Los estúpidos habitantes de esta provincia, a quienes la generosidad del vencedor había concedido privilegios de que no gozaban los otros distritos de la República se dejaron seducir por un oficial español de los capitulados en Quito después de la batalla de Pichincha (…) De aspecto vulgar y de maneras groseras, no tenía más recomendación que ese nombre fatídico para con los pastusos, que por superstición lo asociaban a la causa realista que tanto amaban”.

Fue el 28 de octubre. “Boves en aquél día dio el grito de ¡Viva Fernando VII! y todo Pasto se le unió, porque allí no había guarnición alguna que se opusiera al pronunciamiento”, dice Groot; pero, en realidad, fue contra el querer de la mayoría de los ciudadanos de Pasto, dispuestos a respetar las capitulaciones que firmaron. El atolondrado chapetón nombró gobernador de la provincia a Estanislao Merchancano y logró reunir unos 1.500 hombres. Tanto él, como los clérigos que lo siguieron, fueron excomulgados; pero a ellos eso les entró por una oreja y les salió por otra. Para hacer la guerra a los republicanos, cargó a las gentes acomodadas de contribuciones forzosas; a quienes tenían ganado y caballos, se los expropió. A más de eso, asaltó la administración de correos y robó 5000 pesos con los cuales compró los fusiles a quienes los tenían escondidos, a razón de 5 pesos por arma. Improvisada y afiebrada, la tropa realista avanzó hacia el Guáitara, con rumbo a Túquerres. Sin necesidad iban a buscarle las cosquillas a Bolívar. Aunque J.M. Obando, en sus “Apuntamientos”, dice que este nuevo levantamiento de los pastusos tenía por objeto distraer las fuerzas republicanas que marchaban al Perú. Pudo haber sido. Mientras el otro Obando, Antonio, seguía pidiendo auxilios a Quito; pero solo le llegó la nota que “…el Libertador quedaba impuesto de lo ocurrido en Pasto el 28, y que yo sabría cumplir con mi deber y dejar bien puesto el honor de las armas sosteniendo la provincia. ¿Pero con qué fuerzas podía yo cumplir con esos deberes?”. Lo atacaron los rebeldes, la provincia cayó en poder de ellos y Obando se retiró a Tulcán. El resto, creyeron los alzados, que era pan comido. Se apoderaron de Túquerres y recogieron 700 fusiles que había recuperado el gobernador. Pero ese efímero triunfo será el principio del fin de la resistencia de los pastusos a la República. Por lo ocurrido, le llegó a Obando un emplazamiento para responder en un consejo de guerra por la pérdida de la provincia. Y qué iba a hacer el flamante gobernador, sino tragar saliva, mucha saliva.

En Quito supo el Libertador del alzamiento que entorpecía su campaña libertadora, cuando creía haber superado el problema del realismo pastuso. Envió a Sucre a debelarlo, con el batallón Rifles y los escuadrones Guías, Cazadores Montados y Dragones de la Guardia. Sucre, desde Tulcán le escribe a O´Leary, el 19 de noviembre: “los pastusos me han hecho volver a campaña y no puedo decir a Vd. si esto concluya breve o tarde, porque ellos poseen puntos que sí defienden, dan que hacer. Si se presentan a un combate es cosa terminada (…) Al mismo O´Leary, otra vez desde Túquerres: “Yo tendría mucha satisfacción de volverlo otra vez conmigo a campaña. Porque tal vez hallaría ocasión de darle nuevos testimonios de mi amistad; pero esta campaña tiene más incomodidad que gloria, y desearía mejor para usted una comisión a su paraíso celestial. Mil gracias por su cariño al acompañarme”.

El general Sucre encontró en Sapuyes a los realistas. Aquí pudieron ser derrotados “completamente”, dice Obando, “pero el general, no sé por qué causa, no quiso dar allí la batalla, y antes bien, le presentó ante su vista toda nuestra fuerza, la que fue observada por el enemigo”. Boves y Agualongo, tras saquear la provincia, y llevarse ganados y caballos, repasaron el Guáitara y se atrincheraron en Taindala. Que no cortaron el puente dice Antonio Obando para atraer a los patriotas hacia su territorio. Sucre se contuvo y estableció su cuartel general en Túquerres para fortificarse y prepararse para continuar la campaña. El 24 de noviembre, con tres compañías del Rifles, trató de forzar la posición realista. Se empeñó el combate por varias horas; al atardecer, Sucre repasó el río y volvió a Túquerres a esperar los refuerzos. Los realistas cortaron el puente y se retiraron a Pasto.

Desde Quito, Bolívar le escribió a Santander, el 6 de diciembre de 1822: “Mañana partirá de aquí el batallón de Bogotá para Pasto, a fin de lograr la sujeción de aquel territorio sin peligro y sin sangre. Yo partiré pasado mañana a fin de dar una buena dirección a la pacificación de Pasto, pues con modo”. A mediados de diciembre, al mando de Córdoba, llegaron los batallones Vargas y Bogotá. Marcharon hacia el Guáitara, reconstruyeron el puente bajo fuego, lo pasaron, desalojaron a los pastusos de Taindala, y los hicieron retrocede a Yacuanquer. Eso fue el 23 de diciembre. Al amanecer del 24, Sucre envió al cabildo de Pasto una intimación de rendición; pero no fue contestada y su portador fue apresado. En vista de esto, las tropas republicanas avanzaron victoriosa hacia Pasto. Ya en la ciudad, cuenta Mosquera, “El encono del batallón Rifles por el rechazo que sufrió en Taindala en el mes anterior le hizo ser cruel y no dio cuartel, de lo que provino que murieran más de 400 hombres mientras los cuerpos del gobierno nacional solamente perdieran 6 muertos”. La mayor resistencia la encontraron los republicanos a la entrada de la ciudad, por los lados de Caracha y San Felipe, en donde los milicianos pastusos pelearon a la desesperada, abandonados por sus jefes que los habían arrastrado a esa loca e irresponsable aventura y que no tuvieron el valor de combatir con ellos, y en lo más cruento del combate, para salvar el pellejo, los abandonaron y huyeron a esconderse: Boves con sus curas bochincheros al Putumayo; Agualongo y Merchancano, al convento de las monjas. De lo que pasó entonces se duele J.M. Obando en sus “Apuntamientos: “No se cómo pudo caber en un hombre tan moral e ilustrado como el general Sucre, la medida altamente impolítica sobremanera cruel, de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada: las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano, y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados, fueron también asaltados y saqueados…” Pobre ciudad de Pasto, quedó hecha un retablo de dolores. Lo más duro del combate se vivió en el barrio de Santiago: “Allí, por más de una hora se defendieron con el valor y la tenacidad que distingue a los habitantes de aquella comarca, dice O´Leary, pero al fin cedieron, y en la horrible matanza que siguió, soldados y pastusos, hombres y mujeres fueron promiscuamente sacrificados. La misma imagen del santo caballero [Santiago] fue bruscamente derribada en la última carga, y pisoteada mientras yacía por tierra por sus devotos que huían, prorrumpiendo en blasfemas acusaciones contra el que había sido objeto de su culto”.

La toma de Pasto en esa navidad sangrienta fue celebrada por los republicanos que vieron en ese hecho el sometimiento final de un baluarte realista que, con tanto coraje, obstinación y fanatismo, había resistido a las fuerzas libertadoras. José Manuel Restrepo, por ejemplo, en su “Diario político y militar”, Tomo I Año1823, enero 10: “Todo el mundo ha celebrado que Pasto haya sido castigada con el rigor que merece su rebelión después que el general Bolívar trató a aquel pueblo con tanta consideración”. Enero 25. “Pasto fue entregada al saqueo durante dos días en castigo por su perfidia. La ciudad quedó desierta, y sus habitantes, que son todos enemigos de Colombia, huyeron a los campos en donde tenían algunas guerrillas. El Libertador que llegó a pasto en los primeros días de enero, publicó un indulto para que todos se presentaran (…). A los pueblos de aquel cantón les había impuesto una contribución de 30.000 pesos fuera de bestias y ganado para el ejército, que se estaban recogiendo. Para hacer patriotas a los pueblos había pedido a Quito 25 eclesiásticos patriotas a fin de remover a todos los curas, que son los más enemigos de Colombia”. En marzo 26: “Hay noticia exacta del castigo que el Libertador impuso a Pasto. De allí han sacado y conducido a Quito para soldados y presos sobre 1.000 y 3.000 hombres; fueron exigidas 3.000 reses y 2.500 caballerías. Se han confiscado los bienes de todos los pastusos que tomaron parte en la insurrección, de cualquier modo que haya sido, los de todos los que no se presentaron al general Sucre después de ocupada la ciudad dentro de los 6 días que señaló, y que son del 26 al 31 de diciembre; finalmente, los de todos los pastusos que teniendo bienes en la provincia de los Pastos se quedaron en Pasto durante la insurrección. Con estos decretos casi todas las propiedades de los pastusos son del estado, y se han mandado repartir a los militares. En Pasto solo se encuentran mujeres, y aquel cantón debe variar de población porque ha sido el que ha hecho a la república la guerra más tenaz y destructora”.

El colofón de tan terrible hecho de armas viene del mismo Sucre, cuando al escribirle a Santander, desde Quito, el 21 de enero de 1823, le dice: “creo que usted quedará contento de la campaña de Pasto, yo lo estoy, a lo menos porque nunca calculé nos saliese tan barata”.

* Capítulo del libro Boyacá, senderos de gloria.

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