Imposible no retomar y destacar lo dicho por el papa Francisco en el sentido de “no mundanizar la navidad, ni convertirla en una bonita fiesta tradicional del consumismo y el individualismo”. El papa tiene razón, porque la navidad que debería arrancar en diciembre, ahora forzosamente se inicia en septiembre, debido a la promoción y motivación artificiosa que de ella hace la publicidad capitalista que impone reflejos condicionados a una gran masa carente de defensa intelectual, con la creencia de que "todo esto hace parte de nuestra cultura".
Es evidente que cultura son todas las manifestaciones de la vida en sociedad, incluidas sus creencias, costumbres, el vestir, la gastronomía, la escritura, los sentimientos, los géneros musicales y literarios; en fin, todo lo que se practica dentro de una sociedad. Pero de qué cultura podemos hablar: ¿la natural o la impuesta? Independiente de creer o no creer en dios, diciembre es un mes que llega cargado de alegría. Algunos podrían pensar que quienes no somos creyentes en dios no podríamos o no deberíamos experimentar la alegría de la navidad. Pero aún por caminos distintos y, tal vez extraños para muchos, también nosotros nos alegramos de ver tanta alegría junta. Porque no es fácil ver tanta gente alegre al mismo tiempo, lo cual es, de por sí, motivo de emoción. Y es que el ser humano, como seres vivos y emotivos, tenemos el legítimo y natural derecho a la diversión, sea por razones culturales, sociales, individuales, geoantropológicas o simplemente biológicas y psíquicas. El filósofo y ambientalista Paúl Sánchez Puche explica que “los animales tienen su época de celos y calor sexual, los árboles dan frutos y cosechas en determinado espacio de tiempo o estaciones del año. Lo hacen en forma natural, sin condicionamientos más allá de lo que la misma naturaleza y sus propios cuerpos les general y les brindan”. Igualmente ocurre con la naturaleza humana. Sin embargo, el ser humano, con el poder que brinda el dinero y con apoyo de la religión, por esta época del año, condiciona el concepto de la felicidad y la diversión.
Ahora, no solo desde diciembre sino desde septiembre, usted se siente en la obligación de comportarse como todo un ser humano capaz de amar a media humanidad y de creer que es, incluso, todo un reformador social comprensible, que aspira conscientemente a que la humanidad retorne a los tiempos del “Paraíso Terrenal” y del Nacimiento del mismo Niño Dios. También es posible que, desde septiembre, repentinamente, se vea en el baño, o en cualquier sitio de la casa, asaltado en su cerebro por una de esas interpretaciones clásicas de la navidad y el año nuevo, desde un villancico hasta un acordeón entonando un parrandón. Pero debe cuidarse, porque cuando diciembre llega con esas ventoleras y esas ráfagas de alegría prematuras es muy probable que usted haya empezado a ser la primera víctima de eso que el papa muy acertadamente le ha llamado “el ruido del consumismo”, de una indigestión que se siente verdaderamente en el mes de enero.
Por estos días de diciembre se puede apreciar a la gente empeñada en reconocer que el día está hermoso aunque en verdad sea un día como cualquiera otro. Y es que diciembre tiene interpretaciones que van desde las más religiosas hasta las más pragmáticas y académicas, pero lo cierto es que llega cada año con cantidades de sueños aunque en enero despertemos y nos demos cuenta que soñar no cuesta nada, y que esa alegría natural ha sido cambiada, desde septiembre, por una alegría en gran medida artificiosa e insustancial por esa tropelía de la publicidad capitalista y consumista. De modo que por estos días, a parte de la alegría natural a la que tenemos derecho, lo único que preocupa es que por simple improvisación y por falta de sentido crítico la sociedad, o almeno gran cantidad de personas, se dejen llevar hacia una alegría efímera, hacia una forma de pasar el tiempo para gastarse la prima de navidades incluso en cosas insustanciales y diversiones elevada a la categoría de “cultura”, por la publicidad que ve en los niños su más preciado objetivo.
A propósito, leo en Textos Costeños, de Gabriel García Márquez, algo que me llama la atención: “Hace ochocientos cincuenta mil años –dice– hubo un diciembre como este que por un sistema natural y no por el conteo de días, hacía que el hombre escribiera versos en piedra. Entonces diciembre no era un mes sino reflejo de lo que era el hombre de las cavernas que, con un garrote, le llevaba regalos de murciélagos, venados y conejos a sus hijos”. Pero diciembre fue evolucionando hasta convertirse en lo que es hoy, un mes en gran medida condicionado por la publicidad, en el que a muchos les resultaría mejor agarrar un morral e irse a vivir por estos días a la cima de una montaña para mirar de noche las estrellas en un firmamento deslumbrante, y regresar en enero, para no indigestarnos. Pero, de todos modos, diciembre está aquí, así sea por fabricación artificiosa, y no necesariamente por un derecho natural a la diversión. Por eso quiero aprovechar para darles a todos un fuerte abrazo de Feliz Navidad y desearles un nuevo año lleno de reflexiones críticas y constructivas, para no dejarnos arrastrar por lo que el papa Francisco ha llamado “el triunfo del consumismo” y que sea –como el mismo Francisco también lo ha dicho–, la del triunfo de la humildad sobre arrogancia y la sencillez sobre la abundancia”. En fin, el verdadero sentido y derecho a la diversión y la felicidad.