La vicepresidenta Marta Lucía Ramírez le envió un mensaje a su asesor, pidiéndole un favor sin favor, una de esas órdenes que hay que cumplir por antojo del poder. Decía: “Juan Manuel, por favor redáctame una nota de condolencias y tenla lista para cuando yo llegue”.
La mala suerte hizo que la vicepresidente equivocara a su asesor con Juan Manuel Santos y le hiciera llegar la nota, la que el expresidente de inmediato contestó: “Con mucho gusto, ¿pero quién es el muerto?”.
Algunos medios registraron el incidente como un cuento del más fino humor cachaco. Yo como costeño agorero pienso que la respuesta fue dada por el miedo legítimo de precisar el muerto, ya que la vicepresidenta ha adquirido cierta fama de bruja política, al anunciar por protocolo la muerte de expresidentes vivos.
Lo que sí hay que destacar de la vicepresidente es su eficiencia ejecutiva, que no se siente en el ejecutivo, que parece gobernar sin voluntad, como un títere vivo.
Eso de ordenar notas de condolencias sin tener presente al muerto, en un gobierno en que ocurren tantas muertes a diario sin ninguna explicación significa que puede girar tarjetas de pésame como cheques en blanco, con el seguro respaldo de muertos por sobregiro.