Hoy los medios de comunicación, en su mayoría, se rasgan las vestiduras porque alguien arrojó ratas en plena sesión del Congreso. Cuentan los que vieron la jugada que la rata de Paloma Valencia se negaba a dejar el atril de su anfitriona. A pesar de que le ofrecían queso cheddar al animalito, este no quería salir de debajo del mueble. Reitero, no uso la palabra paloma como un elemento de ofensa, sino simplemente como un recurso de redacción para hacer pintorescas estas cortas líneas.
Pero más allá de la fijación de una ratica hacia una señora llamada Paloma, cuya explicación científica comprobada por una prestigiosa universidad de Suazilandia es que "Dios las crea y el diablo las junta", la verdadera discusión radica en si tales actos son válidos o no.
Tengamos en cuenta que el Congreso por lo general es una de las instituciones peor calificadas por los colombianos, y que día a día gracias a las redes sociales y algunos medios es evidente que las mayorías de esa corporación legislan de espaldas al pueblo.
En Francia, la neomamertada neoliberal de Macrón, porque es libertario y amplio en sus ideas de tolerancia y tales, pero ortodoxo en cuanto a economía, empleo, beneficios sociales y demás, ha desembocado en fuertes marchas que volvieron a colocar de cabeza al país galo, creo yo que los “Chalecos Amarillos” sí que generan un verdadero tema de debate.
En Nicaragua, la dictadura de Daniel Ortega no amanece sin una sola manifestación en su contra. Maduro en Venezuela no tiene descanso, pues un pueblo con hambre y sin poder adquisitivo es obvio que viva rebotado... y ni se diga de Trump, que cada vez que pincha su táctil crea titulares de su bien aborrecido New York Times, además que cuenta con grupos de presión populares sumamente activos en la tarea de hacerle difícil la pasarela.
Sin embargo, en Colombia se genera un debate porque alguien arrojó inofensivos ratones (los medios les dicen ratas) al Congreso y esto es visto como una vulgaridad, como lo propio de algún plebe que no entiende nuestra tradición institucional de resolver todo con largas charlas, pero sin arreglar nada con los hechos, algo muy colombiano, muy godo, muy de los mismos con las mismas.
Colombia ha soportado mucho, mucho de tantas legislaturas que parecen llegar a trabajar para intereses minoritarios, intereses que por lo general no son ni siquiera intereses minoritarios de nacionales, sino de foráneos. Colombia es una nación con gran potencial, con un pueblo capaz, pero con líderes que no están a la altura de sus liderados. Que uno o varios colombianos en protesta simbólica hayan arrojado ratones al Congreso no debe ser un escándalo por la violación al librito del señor Carreño, el verdadero punto es “cuál es la medida del hastío de esta nación con sus políticos” que de alguna u otra manera busca manifestar que confía más Jerry de Tom que los colombianos en sus instituciones de participación democrática.
No discuto que es un poco curioso que el ratoncito asignado por ley de la atracción a Paloma Valencia se negara a abandonar el calor de hogar, pero sí discuto que el debate no está en señalar a los autores del hecho como unos antisociales, sino en buscar sin tapujos quienes actúan como anticolombianos desde una curul.
Por favor, que alguien despoje lo más pronto posible al ratoncito de Paloma Valencia de ese atril, que siga siendo un ratoncito, animalito inofensivo, roedor, rastrero, que no mute a una paloma.