Es extraño ver la muerte de Misi el 23 de noviembre en la noche y la publicación de mi columna “El privilegio de cuidar”, el 24 en la madrugada, (escrita 2 días antes) en la que, como cosa poco común, recomiendo escuchar una canción. En este caso: Morir cantando -Mourir sur scene- por Dalida. Traducción literal: “Morir en el escenario”. Son esas coincidencias de la vida que asombran. No quiero significar nada esotérico en ello, simplemente sucedió.
Lo que me supone es tomar el tema de la muerte súbita para esta columna. La muerte súbita es la que se produce de forma abrupta, inesperada y repentina en personas que aparentemente tienen un buen estado de salud. Una muerte súbita, bajo la definición médica, supone la muerte no prevista por enfermedad previa y claramente sin violencia (suicidio, asesinato, accidente). La muerte súbita puede ocurrir a cualquier edad. En general se acepta que la muerte sea dentro de 1 hora de ocurrido el evento que conduce a ella.
Un aneurisma desconocido, la enfermedad cardiaca no detectada, una embolia pulmonar no previsible, son algunas de las causas posibles. Si la persona no tiene factores de riesgo, ni ha tenido síntomas previos, se considera muerte súbita, espontánea. Tal vez las más impactantes son las de los bebés y las de los atletas, por suponer que tienen perfecta salud.
La muerte, en un estado de supuesta buena salud, nos atemoriza. Nos hace ver la fragilidad de la vida, el nulo control que tenemos sobre ella, la incertidumbre del momento en que partiremos. Tantas personas que salen de un chequeo médico en que “todo está perfecto” y mueren en las horas subsiguientes. Humildad ante esta certeza –la muerte- en la vida, es lo que nos queda.
Difícil de aceptar este tipo de muerte. Difícil, ya que contábamos con la presencia de ese ser seguramente por muchos años más. Difícil asumir lo que se nos viene encima, los aspectos prácticos de la vida -dinero, bienes, viajes, negocios, proyectos, sueños- que posiblemente quedan inconclusos. Difícil perder así nuestro apoyo emocional, si eso significaba la persona ida para nosotros. Fácil culpar a los demás de no haber logrado que viviera más. La culpa y el remordimiento de no haber estado más tiempo compartiendo con la persona, también puede hacer su aparición en la vida de quienes quedamos.
El alma se retira del cuerpo cuando se siente preparada, lista
y ni nuestra personalidad, ni nuestra mente
tienen control sobre ello
Como dice la canción, hay quienes prefieren morir durmiendo, o en soledad o como Misi, acompañados de su adorado elenco y público, al final de una función. Sea cual sea nuestra “función” en la vida, un escenario, una mesa de juntas, conduciendo un automóvil, en la cocina, o en la cancha de juego. No importa, cada quien tiene derecho a soñar con la muerte que prefiere. Ojalá, a mi parecer, pocos soñaren con morir en un hospital. Yo quisiera morir en un momento de gran paz interior, no me preocupa que esté haciendo o no haciendo.
En el terreno espiritual, es el alma de cada quién la que decide cuando partir. Las causas pueden ser: una misión de vida ya cumplida o un desvío total de ella, de la misión. El alma se retira del cuerpo cuando se siente preparada, lista y ni nuestra personalidad, ni nuestra mente tienen control sobre ello. Es algo que a la grandísima mayoría de seres humanos nos puede suceder como dice el título de esta columna, súbitamente. Por tanto, ni para qué preocuparnos de ello. Podemos, eso si, ocuparnos en vivir a plenitud, como al parecer lo hizo Misi. Gratitud para con ella.
Misi; “Morir cantando”
