—¿Por qué me van a matar si somos y hemos sido compañeros?... No me maten, que todavía tengo que aportarle mucho a la causa… además de mi poesía y mis escritos, están mis hijos, amigos… mi familia, mi pueblo.
Recordaba la súplica de Roque Dalton, a quien su compañero Arturo había empujado contra una cama, después de ser llevado con engaños a aquella casa escondite de los suburbios de San Salvador, por orden del comandante Óscar y otro de los jefes marxistas leninistas, estalinistas, maoístas, que integraban el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí.
—Qué hay detrás de todo esto. Están muy equivocados conmigo y con la causa— recordaba que les decía.
Después del triunfo de la revolución sandinista, que en la vecina Nicaragua derrocó a la dinastía Somoza, protegida por los Estados Unidos, la revolución salvadoreña y los combates contra el ejército del régimen de terratenientes, militares y algunos empresarios capitalistas, encabezados por el general Napoleón Duarte, se habían generalizado en casi todo el país, especialmente en las montañas que rodeaban la capital, después que escuadrón paramilitar del coronel D'Aubuisson asesinó al cardenal Arnulfo Romero, quien apoyaba la causa popular mientras oficiaba la misa dominical en la catedral primada.
Treinta años después, cuando ya "había triunfado la revolución", para que las cosas volvieran casi a lo mismo, con los partidos tradicionales de terratenientes y empresarios acaparando las principales posiciones del gobierno y el grueso del pueblo igual de pobre y jodido, más la plaga de las pandillas de los maras salvatruchas delinquiendo en las calles, a pesar de haber logrado algunas mejoras en las condiciones de vida de los pobres del país y los indígenas descendientes de los Mayas, Joaquín Villafuerte, sentado en el banquillo de los acusados, minutos después de soportar el asedio de los periodistas de los periódicos y emisoras de radio y televisión, preguntándole por qué había ordenado el asesinato del poeta Roque Dalton, pensaba en silencio y con vergüenza sobre los verdaderos motivos que lo motivaron a planearlo…
Roque acababa de llegar de La Habana, donde además de ganarse el premio Casa de las Américas en poesía y relacionarse con los intelectuales de Cuba y de otros países que la frecuentaban, le había caído bien a Fidel Castro, quien condicionó su apoyo a la revolución salvadoreña, siempre y cuando la dirigiera Roque… Eso no podían tolerarlo, puesto que Fidel era más prosoviético o revisionista del marxismo y ellos, los estalinistas maoístas prochinos, eran los de la “línea correcta del marxismo leninismo” en el Frente de Liberación Nacional y estaban llamados a ser la vanguardia de los campesinos y obreros…
Además había notado que cuando regresó Roque de su año y medio de permanencia en Cuba, su compañera Alicia demostraba demasiado interés por él y ya no lo trataba con el mismo afecto de antes… por su pinta, poemas y modo de ser alegre y parrandero atraía a las mujeres… "Sí… en el fondo sentí celos y envidia y por eso le buscamos la caída inventando que era agente de la CIA, para justificar su ajusticiamiento… no fui capaz de dispararle los dos tiros que le pegó Arturo en la cabeza después de suplicarnos. ¿Por qué me van a matar, si somos y hemos sido compañeros?... No me maten, que todavía tengo que aportarle mucho a la causa… además de mi poesía y mis escritos, están mis hijos, mis amigo, mi pueblo por el que hemos luchado tantos años".
Se frotó los ojos al recordar el latigazo seco de los dos tiros que Arturo le pegó en la cabeza después de que lo convencieron.
A lo lejos se escuchaba el murmullo creciente y con vergüenza se imaginaba el asedio al que a la salida de la sala del Tribunal lo someterían los periodistas.
Sentado ante el Tribunal el comandante Villafuerte, escuchó el veredicto y la oleada de gritos de protesta que lo siguió… los sindicados no son declarados culpables por haber prescrito el crimen del que se los acusa.