El domingo 25 de noviembre todo el mundo esperaba ver un partidazo y lo que encontró fue una pequeña muestra de lo que es Argentina y, en general, Latinoamérica. Los inadaptados, esos imbéciles que hay en todo el mundo, pero que solo en esta parte del mundo tienen tanto protagonismo, destrozaron el fútbol y llenaron de vergüenza a un país que afronta una crisis política, económica y social terrible, pero sobre la que, a diferencia de la de Venezuela, los medios no hablan (¿será porque Mauricio Macri es un político de "derecha" y eso va en contravía de lo que venden de que son los gobiernos de "izquierda" los que destruyen las naciones?). Es que la agresión que sufrió el bus que transportaba a los jugadores de Boca Juniors no es un "hecho aislado", sino que dichos actos son el pan de cada día en el fútbol argentino.
Quienes son cortos de miras encontrarán responsabilidades únicamente en los vándalos que lanzaron las piedras y, si acaso, también se la adjudicarán a River Plate. Sin embargo, quienes hemos consumido tanta liga argentina y conocemos la sociedad argentina sabemos que hubo, como en todo punible, determinadores —conscientes e inconscientes— y partícipes en los hechos lamentables del día domingo: desde políticos, dirigentes y periodistas, hasta jóvenes y padres de familia. Es que el fútbol es y será siempre un reflejo de la sociedad, porque nadie puede quitarse el "uniforme" de ciudadano para ponerse el de "hincha". Todo tiene relación y todo es consecuencia de situaciones y fenómenos sociales, y al ser el fútbol un deporte de masas y con cubrimiento mediático, por más que la indiferencia quiera aislarse de las realidades, termina encontrándolas plasmadas en él.
Y es que, a decir verdad, en el fútbol argentino han pasado muchas cosas más graves. En tan solo este año, y hace unas pocas semanas, en un partido de la Primera C entre Deportivo Merlo e Ituzaingó fue encontrada una granada (¡una granada!) en una de las tribunas; la semana pasada, en un partido de la Primera B Metropolitana entre All boys y Atlanta ocurrieron incidentes que enviaron a más de 16 policías al hospital y solamente se detuvieron 3 personas. Ya empezamos a ver un factor común: la violencia. Violencia que dirigentes deportivos, periodistas y hasta exfutbolistas han querido esconder, disfrazándola de "folklore", "chicanas" y "cosas normales".
Acá es cuando quiero hablar de los mayores determinadores, a mi parecer. Una gran parte del periodismo argentino alienta e incita a los espectadores a la violencia y a través de sus columnas o programas de televisión venden odios y rencores a rajatabla. Personajes como Alejandro Fantino, Leon Farinella, Mauro Palacios, Daniel Mollo, Flavio Azzaro, Hernan Santarsiero, entre otros, hacen parte de una población conocida como "hincha-periodista", que en búsqueda de rating y protagonismo, con comentarios e "información" inchequeable y claramente abusiva de los derechos que la ley les da como "periodistas", buscan que el oyente acoja sus opiniones e "informaciones" sesgadas y llenas de imprecisiones. ¿Para qué? Para que la gente en la calle se pelee, se distancie entre sí.
El caso más dramático para mí es el del señor Horacio Pagani, una persona de más de 70 años, que ha convertido al periodismo deportivo argentino en un escenario de gritos e irrespeto, no solo para el televidente sino para los compañeros que comparten la mesa de "debate" con él en un programa que se llama Estudio Fútbol. Los videos en YouTube de sus "debates" son virales y lo triste es que ese personaje le enseña a todos por igual —niños, jóvenes, mujeres, adultos— que un debate no se gana con los mejores argumentos, sino agrediendo, insultando, gritando e incluso golpeando al contrincante. Ninguno de ellos salió el lunes a decir "la culpa fue mía”, ni hubo un mensaje de autocrítica; al contrario, entre más incidentes haya como esos, más trabajo tendrán. Se podría decir que siembran vientos para cosechar tempestades, porque las "tempestades" son fuente de trabajo para ellos.
Los dirigentes deportivos son otra parte problemática, ya que son los que permiten y alientan el poder y la fuerza que tienen en Argentina los líderes de las barras bravas, quienes en realidad no son hinchas sino mafiosos de poca monta, mercenarios del aliento que entre semana, cuando no hay partidos de fútbol, venden sus servicios como fuerzas de choque a movimientos políticos y civiles; son los que en muchos casos proporcionan los recursos de "gente" en marchas, mitines y reuniones políticas; y en los fines de semana, cuando hay partido, se apoderan de las entradas de ciertas tribunas y revenden sus boletas, e incluso son los jefes de los negocios de alrededores de los estadios, como por ejemplo los parqueaderos de los vehículos. Son una mafia estampillada en el fútbol argentino por más de 50 años y muchos dirigentes, en vez de luchar contra ellos, prefieren acogerlos y considerarlos "un mal necesario" que puede serles muy útil, sobre todo en la búsqueda de intereses políticos y seguridad. Muy pocos presidentes de clubes luchan contra ellos, precisamente porque al hacerlo tendrán represalias. El ejemplo del domingo es una muestra clara de una represalia contra un barrabrava que, al serle decomisadas las ganancias y 300 boletas que pensaba revender, ocasionó un incidente con el mensaje de "a mí no me jodan, que si luchan contra mí, esto es lo que tendrán".
Pero ¿por qué tienen tanto poder y nadie hace nada contra ellos? Porque por más que los dirigentes quieran luchar con ellos, no encuentran el apoyo en las instituciones públicas, ya que —al igual que en Colombia— estas son mediocres, incompetentes, inoperantes, o en el peor de los casos tienen vínculos con los barrabravas. Hoy en día se sigue discutiendo por qué el operativo policial que debía impedir los incidentes del día domingo fracasó; seguramente no se sepa nunca, pero una de las razones más obvias es porque la policía pudo haberle zanjado el camino a los desadaptados para que tomaran el protagonismo que no debieron tener simplemente con la no presencia en dicho lugar. Es que para ser cómplice de un delito no se requiere "apretar el gatillo”, también se puede dejar que el delincuente lo haga.
El presidente Mauricio Macri convivió con dichas problemáticas —de hecho fue presidente de Boca Juniors, además de alcalde de la ciudad de Buenos Aires— y, a pesar de ello, su incompetencia fue manifiesta e incluso fue vista por todo el mundo. Durante su gestión como presidente de Boca se presentó una lucha interna entre la barra brava de Boca, conocida como "la 12", entre dos personajes nefastos que se disputaban el poder en ella: Rafael Di Zeo y Mauro Martín; dos hombres que tienen prohibida la entrada a los estadios, pero como se vio en un documental sobre barras bravas del Canal + de España tienen tanto poder que hasta los encargados de la seguridad de las canchas a las que tienen vetada la entrada los llaman para preguntarle sobre incidencias en ella.
Para finalizar, hace más de 3 años que en los partidos de la liga Argentina —por lo menos en los estadios de Buenos Aires— no se permite la entrada de público visitante. La intolerancia, odio y la gran mediocridad de las fuerzas de seguridad no lo permiten. El día domingo las fuerzas de seguridad y del orden tenían que garantizar la seguridad de un bus (un bus) y fracasaron; una gran parte del periodismo argentino debatía "¿será que si River gana, borra la mancha del descenso?" ,"¿será que Boca da la vuelta en el monumental y humilla para siempre a River?"... ¿Están seguros de que la culpa fue solamente de los vándalos?