Muy curioso es el lenguaje que emplea en estos días Carlos Holmes Trujillo, ministro de Relaciones Exteriores, al referirse al enfoque que tendría en este momento el gobierno del presidente Iván Duque sobre el tema de las modificaciones al acuerdo Santos-Farc.
En sus declaraciones, luego del encuentro con Heiko Maas, su homólogo alemán, Carlos Holmes fue excesivamente lacónico al abordar ese tema. En realidad, no hizo sino una frase al respecto, muy calibrada, en la rueda de prensa en Berlín y en esta utilizó una palabra que llama bastante la atención.
Según el ministro Holmes, no se trata de modificar el acuerdo sino de hacerle “ajustes”. Aquí se ve que hay una innovación en el lenguaje oficial de la Casa de Nariño sobre una materia que preocupa muchísimo a toda Colombia.
La diferencia entre los dos términos no es menor: una cosa es “modificar” un acuerdo de paz y otra es “ajustar” ese acuerdo de paz.
Según el Diccionario Manual de la Lengua Española (Espasa-Calpe, 1950), modificar es “limitar o restringir las cosas a un cierto estado o calidad en que se singularicen y distingan unas de otras”; “reducir las cosas a los términos justos”; “dar un nuevo modo de existir a la substancia material o en sentido moral”.
Según el mismo diccionario, ajustar es algo distinto: es “poner alguna cosa de modo que venga justo con otra”; “acomodar una cosa a otra, de suerte que no haya discrepancia entre ellas”; “apretar una cosa de suerte que sus partes vengan justo con otra cosa o entre sí”.
Se ve claramente que el término modificar implica un cambio en la esencia de la cosa: es rectificar, corregir, extraer el error de algo que riñe con su naturaleza para que tenga un nuevo modo de existencia. “Ajustar” es, por el contrario, adaptar una cosa a la otra, para que encaje con otra y para que no haya discrepancia entre ellas.
Si el gobierno de Iván Duque busca reducir y apretar tanto las modificaciones al acuerdo para que este, finalmente, se acomode a las ambiciones de las Farc, ¿qué tipo de modificación será esa?, ¿no se parecerá eso más a una capitulación adicional para que no haya discrepancia con las Farc?, ¿esa no-discrepancia con la organización narcoterrorista es posible?, ¿no estamos, una vez más, ante una utopía tan grande como un elefante?
Durante su campaña electoral, el candidato Iván Duque y el partido Centro Democrático y los sectores del Partido Conservador que respaldaron esa candidatura hablaron siempre y prometieron que si llegaban al gobierno “modificarían” el acuerdo con las Farc. Rechazaron, algunos, hacer trizas ese papel, pero prometieron, en cambio, que lo “modificarían”. Prometieron eso y ganaron gracias a esa orientación. Petro perdió pues él anunciaba que aplicaría y agravaría el acuerdo entreguista con las Farc.
Nadie dijo, en el bando liberal-conservador, y en esas jornadas, que “ajustarían” el acuerdo. El cambio lingüístico tan sutil que nos envía el ministro Carlos Holmes desde Berlín equivale, en realidad, a un viraje sustancial, brutal, en cuanto a la concepción de lo que el país debe hacer con ese pacto Santos-Farc.
¿Qué debemos hacer con eso que firmó, en Cuba, JM Santos, adefesio capitulador, y gran monumento a la impunidad, que fue rechazado, además, por el pueblo colombiano en el plebiscito de 2016?
El 21 de noviembre pasado, el presidente Álvaro Uribe dijo, durante un debate en el Senado, que el pacto de Santos con las Farc sí era modificable y que debía ser modificado por ser un texto peligroso para Colombia. Él no pudo hablar más claro. Él utilizó cinco veces la palabra “modificación”. Él no habló en su intervención de “ajustes” ni de otra cosa. Por el contrario, dijo que ese acuerdo “no se ajusta”. Su lenguaje fue el que siempre tuvo él y los parlamentarios y también los publicistas, electores, militantes y simpatizantes del CD. El acuerdo, dijo Uribe, debe ser modificado pues los colombianos le dijeron no a eso en el plebiscito, pues la violencia actual deriva de la impunidad que genera ese acuerdo, porque ese acuerdo no hace parte del bloque de constitucionalidad y porque las Farc lo han incumplido.
¿Y ante eso Carlos Holmes y el presidente Duque salen ahora con el cuento de que se trata únicamente de “ajustarlo”? No. Escuchen señores al presidente Uribe y no esquiven la cuestión, ciertamente espinosa, de cómo modificar en serio ese texto nocivo antes de que ese texto modifique totalmente a Colombia. Pues esa es la perspectiva.
Ese acuerdo debe ser modificado para que tenga una posibilidad de sobrevivir. Hay que darle otra forma para que tenga un nuevo modo de existencia. No se trata de frustrar ni de impedir la desmovilización de los insurgentes arrepentidos, ni de lanzar ofensivas contra los campamentos que tratan de buscar un modo de vida legal y digno, marginalizándose del crimen. Se trata de modificar el texto Santos-Farc para que la paz tenga una oportunidad de ser real, sobre una base de justicia.
Si la opción es dejarlo intacto, o “ajustarlo” superficialmente, hasta el punto de que las Farc —en el estado ambiguo en que se encuentran, desde el punto de vista militar y político, con una pata en la restauración de frentes ofensivos y con la otra merodeando en los salones del poder— lo acepten y lo reivindiquen, veremos muy pronto los resultados lamentables.
El festivo “gran pacto nacional” que evoca el ministro Carlos Holmes tendría que ser el resultado de un “ajuste” minimalista al acuerdo para que este encaje y no toque el dogma de la combinación de las formas de lucha. Si imponen eso veremos cómo esa falsa ilusión se convierte en otra cosa: el sistema colombiano desaparecerá en cuestión de meses en una noche obscura de impunidad triunfante, anarquía, violencia masiva, intoxicación ideológica, confusión política, crisis económica, hambre generalizada y, finalmente, injerencia y agresión extranjera, cubano-venezolana.