Somos una sociedad que se envenena para conquistar sus tendencias suicidas y congraciarse con la muerte como en un ritual de eterno retorno hacia sus orígenes violentos. Una exquisitez estética y literaria por supuesto: recurrir al envenenamiento como arma letal para prolongar el espiral infinito de violencia lacerante que nos recuerda de dónde venimos y para dónde vamos.
El cianuro en las noticias de este país envenenado nos habla de una conspiración entre poderosos y entre gentes de suficientes dones como para refinar los métodos de eliminar al contradictor o al que pone en peligro al estatus de clase de los que todo lo tienen y que jamás, pondrán en peligro su estable condición, así tengan que recurrir al viejo truco literario de las pócimas envenenadas.
El cianuro que a diario nos hacen ingerir en ingestas mínimas, poco a poco va abriendo el camino al cadáver político en el cual los ciudadanos de a pie nos vamos convirtiendo. La cuota que la corrupción pone de su propio veneno, ahora se hace evidente con el más sofisticado y legendario de las sustancias usadas por la humanidad para inmolarse o mandar para al otro lado a las víctimas escogidas.
Seguramente en esta misma semana nos olvidaremos de los envenenados por los conspiradores de la corrupción más emblemática del continente, y a cambio, vendrán otros a suministrarnos el cianuro dosificado que lentamente nos conmina a la indiferencia y la quietud.
La prensa para no atentar contra los poderosos que la mantienen viva,
jamás seguirán dándole largo en los titulares a un suceso como este,
porque corren el riesgo de que los obliguen a beber la cicuta o el cianuro
Nadie tiene las respuestas que queremos escuchar. Los organismos de investigación judicial se entregan a los letargos de una sociedad que nunca pide cuentas de las cosas. La prensa para no atentar contra los poderosos que la mantienen viva, jamás seguirán dándole largo en los titulares a un suceso como este, porque corren el riesgo de que los obliguen a beber la cicuta o el cianuro.
Otros escogerán el autoenvenenamiento como un suicidio asistido de media humanidad que ve como la otra media humanidad sirve de testigo ciego de la decisión.
El caso del cianuro en las noticias advierte a los que intentan derrumbar el férreo muro que la corrupción ha construido en este país envenenado, que meterse con ellos, es toda una clara violación a los códigos criminales que los poderosos han grabado en piedra sobre las ruinas de la sociedad indolente.
El método de eliminar a la vieja usanza pone de presente que los conspiradores que actúan en nombre de la corrupción y de la defensa de los poderosos que jamás caerán, no tienen límites para mantenerse en los lugares de privilegios a donde los hemos dejado amañar por tanto tiempo.
Un sujeto envenenado con cianuro pierde la capacidad de bombear oxígeno a las células y muere al poco tiempo, así estamos casi todos en este país envenenado por los mismos de siempre y queriendo estar a salvo de los tormentos de la memoria.
Quizá García Márquez nos lo advirtió al inicio de su novela El amor en los tiempos del cólera (1985): “El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint– Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro”.
Coda: dicen que la ingesta de cianuro deja un olor fuerte a almendras amargas como lo debió sentir el doctor Juvenal Urbino “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.