El juicio al Chapo Guzmán: vigilar y castigar

El juicio al Chapo Guzmán: vigilar y castigar

El narcotraficante mexicano ya está condenado y sin ilusiones. El proceso que le espera es solo una puesta en escena de un guion que no sería más exacto si fuera preconcebido

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
noviembre 15, 2018
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El juicio al Chapo Guzmán: vigilar y castigar
Foto: Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos - Ted Psahos

En Vigilar y Castigar, el filósofo francés Michael Foucault nos deslumbra con las formas a través de los siglos de cómo se ha castigado a los responsables delincuentes. Quizás porque Foucault fue ateo nunca reseñó el delito mayor del hombre: haber abandonado El Edén seducido por el amor de una mujer influenciada por el demonio disfrazado de serpiente. ¡Mira qué enredo lleno de minucias y mentiras! Eva debió ser bella y despampanante pues fue engendro divino, pero así no lo haya sido igual Adán no tenía mucho de dónde escoger. En cambio a los narcotraficantes como El Chapo las mujeres lo invadían por doquier. Se dio el gusto que quiso, cumpliendo la dulce condena adámica, pero es muy probable que las mejores andanzas del sinaloense nunca se sepan.

Foucault nos narra detalles espeluznantes de cómo los descuartizamientos más horribles y detestables ocurrieron cuando las penas se concentraban en el castigo del cuerpo. Aquí en América se conocieron casos de José Antonio Galán; Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz;  y nada más y nada menos que las heroínas Policarpa Salavarrieta, Manuela Beltrán, que no por mujeres quedaba títere con cabeza.

“Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente muera; que, bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado por la llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro; la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento; y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes. Declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al real fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta manera se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspira la fealdad del delito”. Con todo eso, fue precisamente lo contrario pues Galán venció después de muerto.

Pero Foucault nos dice que el descuartizamiento ocurría en vivo y en directo no para amedrentar a los que quedaban vivos, si no para hacer sufrir penas y dolores indecibles al condenado.

Algo va de aquellas cruentas muertes que, quizás se sepa, el Chapo impondría a sus peores enemigos de las que recibirá ahora que el castigo se ha concentrado en lo moral que significa ser sacado de la sociedad y condenado a quitarle su libertad para siempre, según concluya su juicio. La sanción moral no atacará a su descendencia; ni sus casas ni sus pertenencias serán inundadas de sal por más que el Chapo quizás desconozca su insondable valor simbólico.  Por lo demás seguro será que el Chapo tiene una piel muy parecida a la del Hombre Hicotea o, peor, de Tortugas Ninjas implacables e invencibles.

Aquella crueldad moral, con que la sociedad pretende resarcirse, quizás compita con la implícita que ya cursa indeleble: la que se desprende de auscultar las expectativas que pudiera tener El Chapo. Son tantas y tan sonadas sus habilidades casi sobrehumanas que su juicio no irá jamás sino hasta aplicarle la máxima condenación jamás imaginada. El Chapo está condenado ya, sin ilusiones. El proceso es solo una puesta en escena de un guion que no sería más exacto si fuera preconcebido, o fuera un dictado de memoria al funcionario amanuense.

Pero, ¿de dónde viene El Chapo? ¿Cómo es que un ser humano tan normal como cualquiera pudiera haber erigido un emporio de dinero y drogas como nadie en el mundo? Pudo haber nacido en un escondrijo cual chingado. Al Chapo las cosas se le fueron dando a su capacidad de improvisación sobre la marcha. Nadie pudo ser capaz de imaginar, jamás,  ni por un segundo siquiera cuántas tramas le tocaría sortear. ¿Llegaría alguna vez a saber cuánto dinero tuvo?

Cualquier trama del Chapo es tanto o más inverosímil como la ocurrida con el desplome vertical y sin torcerse un milímetro de las Torres Gemelas cuando el 9/11. Pareciera que a estos monstruos las leyes físicas les favorecieran como los héroes escurridizos de las caricaturas: se les desploma una montaña encima, quedan como acordeón arrugado y luego resurgen incólumes y fortalecidos. Hay algo inextricable y perverso en la suerte de la maldad: hasta las serpientes se confabulan. Mientras suben, estando maduras las cosas, tal parece que los ojos de la sociedad siempre están mirando hacia otro lado inmisericordemente, dejando que sigan con sus sagas. Las cosas se les dan, no sin esfuerzo, pero al cabo es tanto lo hecho que cualquiera se espanta abismado de su laboriosidad y buena suerte.

Y si no, en cuánto tiempo cavaron los topos el túnel contra la cárcel de máxima seguridad del penal del Altiplano, disponiendo luego de una moto para que pudiera escabullirse con viento fresco. ¡No importa cuánto costara el túnel, el asunto es la red de minucias que construirlo en silencio conlleva! ¡Qué de la adrenalina a chorros segundo a segundo que pudieran alterar los nervios!  Y mientras tanto él, qué actorazo, haciéndose el torpe en la celda, cuidando al detalle la dirección e intensidad de su mirada; simulando lavarse los dientes. Qué Superman, ni qué Superman para nervios de acero.

Y ahora está allí agazapado en pleno juicio. Y nadie debería dudarlo una milésima de segundo: El Chapo está a la caza de una nueva oportunidad. Así sea imposible, le cabe en la cabeza.

Aquí hemos relacionado inopinadamente a nuestros próceres de la independencia con El Chapo. Obviamente no hay ni punto de comparación, pero por qué aquellos enfrentaron suerte en sus muertes más horribles que éste u otros de igual semblanza. Igual a otros héroes populares se les siega la vida mientras los facinerosos son poco menos que homenajeados en los escenarios de las grandes cortes del mundo. Siempre aparece a nuestros ojos la misma película.

La conclusión obvia y suficiente es que el crimen sube por las escalinatas del poder untando y aceitando, no se sabe hasta dónde, aunque siempre se sospeche; en cambio los otros reman contra ellas y no ofrecen ningún incentivo jugoso que adormezca, domestique, intoxique, anestesie, los nervios del poder.

Pero debe haber algo en la naturaleza del Estado que permita que se repita una y otra vez el mismo proceder supuestamente insulzo. Si se propusiera que todo Estado es mafioso por excelencia, nadie estaría diciendo mentira ni tirando la primera piedra.

Entonces, ¿qué es lo que hace el juicio?, ¿será que el juicio es un simple cambio de tercio mientras asoma el próximo delincuente que lo sobrepase todo?

En alguna parte un nuevo Chapo despunta. Hasta ahora ni los cambios de Estado garantizan que nuevos Chapos no tengan el poder de comprarlos a todos. Para que esto siga así, el Estado mata y descuartiza a sus verdaderos enemigos. Léase si no:

Medidas extraordinarias

“Fue por sus talentos al estilo Houdini que las autoridades neoyorquinas pusieron de inmediato a Guzmán Loera en 10 South, el ala de máxima seguridad de la cárcel federal de Manhattan. Pasó más de veinte meses incomunicado y encerrado en una celda durante veintitrés horas al día. Sin embargo, se han hecho otros arreglos alternativos —y secretos— para el juicio, en gran medida debido al suplicio de tener que escoltarlo a lo largo del río Este hasta el juzgado y la pesadilla neoyorquina de tránsito que eso conllevaría al cerrar el puente de Brooklyn dos veces al día.

La seguridad ha sido igual de estricta en el juzgado. El edificio en Brooklyn Heights es recorrido de manera regular por perros entrenados para buscar bombas y patrullado por un equipo especial fuertemente armado de agentes estadounidenses, oficiales locales del tribunal y un equipo táctico de la Unidad de Servicios de Emergencias del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York. El jurado —cinco hombres y siete mujeres— es anónimo y todos los días habrá guardias que los lleven en auto al juicio, de ida y de regreso. La fiscalía ha tomado medidas extremas para resguardar a los testigos que están programados para testificar y se ha rehusado a revelar sus nombres antes del juicio; los mantiene bajo protección las veinticuatro horas del día”.

Protecciones inestimables para un amigo del poder. ¡Qué homenajes! ¡Más claro no canta un gallo!

Notas: La última tomada de NYT: Fugas, submarinos de droga y un AK-47 con oro: empieza el juicio contra el Chapo. La de los Comuneros de Credencial: Descuartizados por la patria.

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