Sobre las periferias de nuestras ciudades latinoamericanas existe un elemento que las caracteriza: la incapacidad del establecimiento para resolver los problemas críticos de la comunidad y eso les impide acceder a los derechos ciudadanos, o al disfrute pleno de sus libertades.
Similares razones ponen a millones de ciudadanos a sobrevivir en tierra infértil al borde del desierto o de un abismo, sobre un planeta donde es inhóspita la vida humana: lejos de la atención sicosocial, de la seguridad, del cuerpo de bomberos, de la salud, la educación, de los servicios básicos que permitan a la gente vivir dignamente.
Las periferias marginales de nuestras ciudades y municipios, se parecen a la superficie de Marte: huellas de soledad y de abandono, tormentas de polvo con arena amarilla desértica, barrancos, surcos sin una gota de agua. La gente no es dueña del espacio de las pesebreras construidas con sus manos polvorientas; no existen títulos de propiedad para nadie.
La gente antes de vivir, sobrevive:
Sin faltar, todos los años ese desierto es visitado fugazmente por quienes desempeñan o aspiran desempeñar los más altos cargos públicos; relucientes aterrizan escoltados provenientes de otro planeta; los nobles marcianos tan pronto llega el candidato o funcionario de turno, salen alegres y desempolvan el mejor de sus vasos para servir un jugo hecho con esperanza.
La CEPAL reportó 75 millones de pobres en Latinoamérica
Por distintas circunstancias allí se instalaron seres humanos capaces de resistir el sol de Marte; la miseria apenas da fuerza para espantar moscas; la gente mira el horizonte sin encontrar árboles frondosos; el polvo que penetra sus narices no les hace perder el chispazo de alegría que habita en sus ojos.
Durante el servicio militar visité varios parajes de ese planeta con infantes de marina, o en compañía de ilustres visitantes quienes a nombre de la política, arriban en mangas de camisa; la gente los percibe como habitantes de un sistema extraterrestre, y ven en ellos la mejor oportunidad para escapar de Marte.
En cualquiera de estos viajes, como si fuera hoy, un niño me contaba que su padre “murió por consumir muchas drogas, que se –endrogó- tanto, que se volvió como loco, se cogía la cabeza y quedó tirado en la pesebrera echando espuma por la boca.
Su mamá no tiene trabajo y no puede ver por ellos; no le alcanza lo que vende en la calle; su tío responde por todos; el mayor de sus sueños: tener un iPhone para enviar mensajes, ser político, para tener carros veloces escoltados que levantan grandes polvaredas; su cuento terminaba pidiéndome que le ayudara a cambiar su vida, consciente de su destino.
En medio del desierto me presentó otros dos niños: uno quiere ser camarógrafo como el que acompaña a los candidatos, otro, quiere ser militar como su abuelo; los relatos no paraban y los niños me mostraban el vecindario.
Ninguno de estos tres chicos vive con sus dos padres biológicos; uno con su padrastro y otro con una madrastra; entre tanto un señor de 45 años me pedía ayuda, porque su esposa lo había abandonado al irse con otro, y él no podía alimentar a sus cuatro hijos, con el salario de la mina donde trabaja: en su rancho no hay nada más que miseria; ahora, debe pagar a su ex mujer cinco salarios mínimos por la demanda que le puso, y no tiene a quien acudir para dirimir su conflicto.
¿Cómo pagar la deuda histórica de estos territorios tan desolados como el planeta marte?
El presidente Iván Duque acaba de cumplir sus primeros cien días en el gobierno y se graduará como buen gobernante si logra cambiar la forma de hacer política; él dijo en campaña que su bandera es la equidad.
Si persiste la incoherencia en la política, seguirá expandiéndose en nuestra Tierra la aridez del planeta Marte.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, recientemente reportó 175 millones de pobres en Latinoamérica; e informó además, que en sólo un año, el número de indigentes en la región pasó de 70 a 75 millones.
En los techos de cada una de tantas invasiones alentadas por las violencias y el descaro institucional de varias décadas, queda la polvareda del Sahara, la fotografía de Marte, el ruido del desorden y las reglas del más fuerte; crimen, drogas, maltrato intrafamiliar e interestatal: la combinación perfecta para alimentar más conflictos.
En tal sumo de miseria, se entrelazan historias desgarradas por sus habitantes, que hacen todo lo posible por sobrevivir durante la noche con la luz del firmamento, durante el verano con un sol inclemente, y durante los inviernos con el agua hasta el cuello...; son habitantes solitarios del planeta Marte.
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