El sudor le recorre la cara y los brazos, son las 2:45 de la tarde, a esa hora la pelota rueda caliente sobre la plazuela de arena. Ahí está Luis Fernando Escobar Pocaterra, con un bate en la mano derecha y una bola en la izquierda, conectando roletazos y dando instrucciones a los niños que sueñan ser grandes beisbolistas. Minutos después, se sale del home play, como lo hacía en sus tiempos de pelotero para desconcentrar a los lanzadores.
Y en el receso, me le acerco a este exjugador de la Selección Colombia de Béisbol, quien, con voz pausada, recuerda el mejor consejo que ha recibido en su vida. “Mi papá me dijo: yo no te crié para matar gente, yo te crié para querer a la gente. En esa guerra se matan los soldados y no saben por qué, quienes lo saben todo son los políticos; en 20 años, Estados Unidos estará vendiéndole televisores a Vietnam y los vietnamitas les venderán productos agrícolas a los gringos, nunca se me olvida eso”.
Esas fueron las palabras de Vicente Escobar Méndez, su padre, la tarde que llegó de Estados Unidos. Tres días antes, un oficial del Ejército le comunicó en el Fort Lewis de Washington que estaba seleccionado para la misión militar que sus tropas desarrollaban en Vietnam y que tenía trece días para venir a Colombia a despedirse de su familia, cita que no cumplió.
Después de varias décadas y al calor del sol caribeño, el exbeisbolista rememora una de sus jugadas. “Salió un roletazo fuerte por la segunda base, cogí la bola, tiré rápido a la primera y así colgamos el último out con que le ganamos a Atlántico”, en el guante de ‘Bartolo Gaviria’ se concretaba la victoria de la Selección Bolívar en una serie de intercambios.
Escobar recuerda que, en las gradas, los fanáticos bolivarenses celebraban con fervor y los jugadores se abrazaban en el campo del Estadio Tomás Arrieta de Barranquilla, donde por muchos años brillaron las glorias de la pelota caliente colombiana, escenario que solo se encuentra en los anaqueles de la historia, pues en su terreno fue construido el moderno parque de béisbol Édgar Rentería.
Así mismo, evoca su niñez expresando que su pasión por este deporte se deriva del amor maternal. Eran los tiempos de la Montería semirural y en un extenso patio de arena Alicia Pocaterra, su madre, con una pequeña tabla golpeaba una bola que él y sus hermanos atrapaban en un cuadro con bases. En un tono lento, Escobar dice que se jugaba en calles y plazas.
“En esa época aquí había béisbol por todas partes, uno practicaba sin instructores”, recuerda mientras entrega un guante y una pelota a uno de los niños que instruye en la plaza La Cruz, un campo de arena blanca del barrio 20 de julio de Los Garzones, un corregimiento ubicado en el área urbana del norte de Montería.
El profe Escobar enseña las tácticas del rey de los deportes y orienta en la práctica de valores a niñas y niños de ese sector con nombre de fecha patriótica, habitado por familias de origen campesino, varias de ellas desplazadas por la violencia, calles polvorientas, sin alcantarillado y casas sin cielo raso. Es el norte de los pobres en Montería, una ciudad que fue asediada por la guerrilla, soportó el horror de los crímenes del paramilitarismo hasta la desmovilización de esos grupos, y un lugar por donde ha transitado el narcotráfico.
Durante esta década, en la ciudad han abierto varios centros comerciales, nuevas empresas de distintos sectores de la economía; construcción de nuevas vías y espacios para la recreación y el deporte, y el paisaje se adorna con elevados edificios que se construyen en el norte del municipio. En el centro han construido obras que contrastan con los indigentes que se encuentran en los andenes, y en el sur, aunque han ejecutado proyectos viales significativos, todavía se siente el olor de aguas podridas de cunetas y canales.
Es un vistazo general a la capital de Córdoba, un departamento del norte de Colombia donde han ocurrido varias masacres de campesinos, varios procesos de paz y 19 líderes sociales han sido asesinados en los últimos tres años.
En esta calurosa ciudad, el septuagenario deportista, sigue practicando la pelota caliente con la misma pasión con que empezó a jugarla a nivel competitivo en Midland Park Public School de New Jersey, Estados Unidos, donde culminó la secundaria e inició su formación deportiva que, según él no ha terminado. “El béisbol a medida que se juega va mostrando un mundo diverso en el que se aprenden jugadas y tácticas que conllevan a practicar otras más efectivas”, expresa en el campo de entrenamiento, donde preparan el jugo que diariamente comparte con sus alumnos y vecinos.
Aunque a Lucho, como le dicen familiares y amigos, no le gusta la política y nunca menciona esa palabra, curiosamente, su carrera estuvo marcada por acontecimientos políticos. A finales de la década de los años 50, su padre fue perseguido y se vio obligado a exiliarse en Venezuela por haber sido el administrador de la granja agropecuaria del Ministerio de Agricultura en Montería, durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinillas, quien llegó al poder con el golpe militar de 1953. En Caracas, este veterinario monteriano vivió tres años con su esposa Alicia y sus cinco hijos.
Por aquel tiempo, los vientos de convulsiones sociales y políticas soplaban fuertes por toda América Latina. Las protestas y los constantes enfrentamientos de fuerzas estatales con manifestantes que paralizaban a la capital venezolana, los atemorizó. La familia colombiana que no se reponía de la persecución padecida en su patria, se fue a Estados Unidos. Llegaron al estado de New Jersey, a la población de Midland Park.
Por un momento, Escobar se detiene en los recuerdos y dice que en esa localidad de inmigrantes holandeses, fueron acogidos con cariño. “Empecé jugar de manera organizada a los 15 años cuando llegamos a Midland Park. Allá la gente nos apreciaba mucho, mis hermanos y yo jugábamos en las zonas recreativas, también jugué baloncesto y fútbol americano y aprendí a conocer las exigencias de la cultura deportiva. En el primer partido, me ponché tres veces, eso me motivó a practicar día y noche”.
Expresa que cuando se graduó de bachiller, le propusieron jugar en los Mets de New York, cuenta que su mamá se sintió muy contenta por la propuesta de ese equipo, pero el papá se opuso y lo mandó a estudiar a la Universidad de Luisiana, donde poco jugó por dificultades de salud y las exigencias académicas. Continuó sus estudios de Ciencias Generales en la Universidad del Este de Kentucky, donde participó en el torneo de la Conferencia del Valle del Centro de Ohio y su equipo resultó campeón.
Regresó a Colombia en 1968. Cuenta que su padre se sentía muy enfermo, y con nostalgia le pidió que lo acompañara. “Con mis papás llegué a Cartagena, ese año no conseguí cupo en la universidad, allá conocí al mánager de Bolívar, Antonio ‘Manía’ Torres, quien me llamó para juagar el campeonato local en el equipo Kola Román y a la selección de ese departamento”, recuerda, mientras comparte el jugo con su familia beisbolera, y agrega que fue el primer jugador de otras tierras que vistió la camiseta bolivarense.
Igualmente, vivió en Medellín donde fue una de las figuras del equipo Coltejer y durante varios años lució la camiseta de Antioquia representando a este departamento en campeonatos nacionales de béisbol. Dice que Colombia es tierra de beisbolistas valiosos y se siente orgulloso de los colombianos que han jugado en las grandes ligas.
Después del receso afirma: “En el béisbol actual se ha cambiado la magia táctica y la elegancia del beisbolista al hacer las juagadas, por la excesiva fuerza que siempre busca sacar la pelota del estadio”.
El profe y sus alumnos continúan el entrenamiento en la caja de bateo que es un rectángulo de ocho metros de largo por dos de ancho, cubierto con retazos de tela y pedazos de mallas que, en algún tiempo eran atarrayas que se lanzaban al río Sinú en faenas de pesca, y que en tierra firme, son redes con bates y bolas para la formación de niños, adolescentes y jóvenes, labor que el exbeisbolista, acólito de la fe católica, realiza sin recibir ninguna remuneración, y como lo hacía el apóstol San Pedro en los tiempos de Jesucristo, cuando el Mesías lo encontró desesperado porque no atrapaba peces en el mar, le indicó dónde pescar y le dijo que desde ese día no sería un pescador de peces, sino de almas para Dios, así lo hace Escobar guiando a talentos de la pelota caliente.
Es el apostolado de este deportista nacido en una familia aristócrata de Montería, sobrino del dirigente conservador Miguel Escobar Méndez quien fue tres veces ministro, embajador en Italia, congresista, gobernador, alcalde y no dejó delfines en la política, sus hijas y demás parientes no han incursionado a esa actividad. Al recordarlo, Lucho dice: “En la casa quisimos mucho al tío Miguel, siempre lo apoyamos, pero nosotros no seguimos eso. A mí me gusta es el béisbol”.
En su comunidad es un ejemplo de vida que los niños siguen hacia la plazuela de arena, donde, bajo un círculo de sombra que forma su sombrero de paja, con camisa de mangas largas, pantaloneta y chanclas, indica cómo atrapar la bola, girar el cuerpo y disparar rápido, para hacer el doble play, jugada que los niños, varios de ellos descalzos, repiten a la voz de su maestro. El gimnasio está en su casa, al frente del campo de entrenamiento, donde los deportistas trabajan en máquinas que ellos adaptan, pues el banco pectoral tiene el soporte de madera. Lucho asume varios gastos deportivos con su pensión de medallista en competencia deportiva internacional.
Bajo el ardiente sol, recorre el barrio en bicicleta, entra a las casas, se detiene en las esquinas y tiendas, habla con niños y padres de familias a quienes explica que a través del deporte se forman personas pacíficas. Es su rutina en Montería, donde aún es recordado el cuadrangular que anotó frente a Canadá en el XIX Campeonato Mundial de Béisbol Aficionado en la Habana, Cuba en 1971, en la que Colombia fue subcampeón y Escobar Champion Home Run y tercer mejor bateador.
Aquella tarde, en las calles había entusiasmo, la gente escuchaba atenta la radio, Colombia llegó al noveno episodio perdiendo dos carreras por una, y con dos outs, vino el turno de Escobar, le hizo swing al segundo lanzamiento y con home run, empató el compromiso que la novena cafetera ganó. Al recordar ese partido, el periodista Álvaro Berrocal Zapata exalta las cualidades del deportista.
“Lucho jugaba con el corazón, siempre fue un bateador efectivo, con una gran técnica para batear, ubicaba la pelota hacia cualquier parte del campo, un atleta de estricta disciplina. A la defensiva jugaba con una elegancia que le daba méritos para haber llegado a las grandes ligas”, expresa este veterano comentarista de béisbol.
Además de Escobar, aquel equipo dirigido por Antonio ‘Manía’ Torres, con el Colombia brilló en el firmamento beisbolero, lo integraban Abel Leal, Jorge De La Rosa, Humberto Bayuelos, Orlando ‘Ñato’ Ramírez, Luis ‘El Chino’ Herrera, Nelson García, Julio Peñaloza, Luis Carlos ‘Bartolo’ Gaviria, René Morelos, Remberto Madera, Manuel Jiménez, Pompeyo Llamas, Amaury Espinosa, Alejandro Lian y Orlando ‘El Caballo García’.
Otra jugada similar fue en los Juegos Panamericanos de Cali en 1971, Colombia perdía la semifinal con Estados Unidos, siete carreras a dos en el último inning, después de dos outs y con tres corredores en bases, el cordobés anotó cuadrangular, fue una emoción agridulce porque perdieron 7 a 6, el equipo colombiano obtuvo la medalla de bronce. En ese evento, su hermano Vicente Escobar Pocaterra fue titular de la Selección Colombia de Baloncesto.
También fue subcampeón en los Juegos Bolivarianos de Maracaibo, Venezuela en 1970 y participó en campeonatos nacionales representando a Antioquia y Córdoba. Escobar jugó la mayoría de las posiciones, le faltaron pitcher y catcher.
Después de su paso por la Selección Colombia, en 1973, con 26 años de edad, Escobar decidió volver a Estados Unidos, porque varios instructores de grandes ligas lo habían solicitado. Al regresar a ese país, sus sueños se truncaron. Fue reclutado para el ejército estadounidense, que combatía en la guerra de Vietnam.
En el Fort Knox de Infantería en Kentucky y en el Fort Lewis de Washington fue entrenado para combatir en aquella nación asiática, donde miles de vidas caían diariamente como la nieve en las calles neoyorquinas en invierno, que al esfumarse no hace falta porque le seguirá una temperatura más agradable, o probablemente otra nevada. Es una especie de lógica de ese poderoso ejército que siempre busca ganar y ocupar territorios, sin tener en cuenta el número de muertos.
Lucho no regresó a las filas militares y fue declarado desertor. Años después, siguiendo el sueño de las grandes ligas, fue a ese país y le impusieron una condena que consistió en realizar labores domésticas durante dos años en la base militar que tenía el gobierno estadounidense en el Canal de Panamá. No jugó en la gran carpa, pero dice que tiene la satisfacción de haberle dado alegrías a Colombia con el béibsol.
Lucho ama al deporte, piensa que es la actividad propicia para formar una mejor sociedad y es recordado como un deportista ejemplar. Miguel Agámez, el ex primera base de Córdoba, recuerda el tiro fuerte y preciso que Escobar le hacía desde la tercera, cuando ambos jugaban en el equipo Tigres de Montería en los años 80.
Por sus triunfos ha recibido varios reconocimientos. Hace más de 20 años fue construido el Estadio Luis Escobar Pocaterra, cuyo techo permanece perforado, las gradas no tienen sillas, los baños están taponados, hay oxido que carcome las mallas de protección y el campo de juego se convierte en una laguna cuando llueve, que se parece a las calles, que ante la falta de un alcantarillado pluvial se inundan totalmente. El gobierno municipal anunció que el escenario sería demolido en noviembre de este año para construirlo nuevo.
En la actualidad, la alcaldía de Montería no tiene escuelas de formación deportiva, ni ha suscrito convenios con las privadas que existen.
A diferencia de la niñez de Escobar, en Montería hay un complejo deportivo inaugurado en 2017, donde practican varias disciplinas, que ha generado cultura deportiva y física, que son articuladas a las prácticas de vida saludable. Sin embargo, las imágenes de la Villa Olímpica contrastan con las del Coliseo Miguel Happy Lora, cuyas gradas no tienen sillas después de un año de haber sido inaugurado.
Al finalizar la jornada, cuando el manto de la oscuridad empezaba a caer sobre Montería, Lucho me dijo que no se arrepiente de haber desertado del Ejército de Estados Unidos porque se la jugó por la vida. Si hubiera ido a la guerra de Vietnam pudo regresar sano a Estados Unidos y triunfar en el béisbol, morir en combate o resultar lisiado en plena juventud y no le hubiese dado alegrías a su patria. También se libró de participar en horrendos crímenes que la humanidad recuerda con dolor e indignación, ni estaría orientando la formación de niños y jóvenes para que sean personas de paz.