Uno termina por no saber cuándo o por qué decide ser escritor. En el caso de Mario Ramírez, tengo la certeza de que es el resultado de muchas lecturas y que el ejercicio de la docencia, más su forma de encarar la vida de manera crítica, le fueron creando la necesidad de decir, de contar, de ir dejando en letras su pensamiento sobre los sucesos que la existencia ha puesto delante de sus ojos.
Tampoco uno descifra a qué horas Mario Ramírez, a quien hemos conocido por su talante sociable, por ser buen conversador y amable, se embarcó en esa empresa de soledades que es la escritura, porque, para quienes no lo saben, ser escritor es uno de los oficios más solitarios del mundo. No se puede, en un momento dado, cuando las ideas se escabullen y uno piensa que se quedó sin materia gris, salir a la puerta de su casa y preguntarle al primer transeúnte que pase: ¿qué hago con este personaje?, ¿lo mato, lo encarcelo o lo dejo ir por una calle estrecha hasta que el exilio lo salve de la condena que debe sufrir?
No, uno debe resolver todo: tiene que prestarle las palabras, los ademanes, el rostro y los pensamientos a ese ser creado para que tenga vida propia en la trama de la historia que el autor ha decidido contar.
Escribir una novela es ir armando, casi con temor de derrumbe, una obra que se hace, primero, en nuestra imaginación, y exponer luego a los personajes para que se sometan a la mirada crítica de los lectores que son quienes finalmente aprueban o desaprueban el trabajo realizado.
Escribir es una invitación al público para que disfrute las aventuras que nuestra fantasía ha creado y con el consentimiento del lector —sabiendo de antemano que es un pensamiento ajeno, una historia del autor— la disfruten, la vivan, la sufran, y sean testigos de las peripecias que le toca vivir a cada uno de los protagonistas del libro en el que se refugian.
Muchas circunstancias seguramente, vividas por Mario Ramírez, podrían haberle desanimado como escritor: "¿eso para qué?", le dirían quienes piensan que todo debe tener un motivo práctico; "escribir no da plata", le expresarían los simplistas Sancho Panza, que tienen alma de alcancía; "eso que escribe es pura imaginación", señalarían los que no se asombran ante una puesta del sol ni tiemblan al contacto de una caricia.
Sin embargo, Mario siguió en su empeño de escribir la historia que caminaba dentro de su alma. Para darle más verosimilitud se fue a recorrer los caminos que transitaron los protagonistas de su cuento para descubrir nuevas motivaciones, para hacer nuevos amigos que se emocionaron con sus búsquedas, las mismas que luego se convirtieron en las en las páginas de esta novela que hoy estamos presentando a ustedes.
Se van descubriendo los porqués de una obra si conocemos las motivaciones del autor para escribirla. Mario Ramírez tiene una formación de muchos años en derechos humanos y siempre le ha inquietado saber: ¿por qué las gentes actuamos como lo hacemos en Colombia?, ¿por qué un hombre bueno se transforma en un asesino para cobrar venganza? Es como si la vida lo arrinconara a ser lo que nunca dentro de sí había querido ser.
P'arriba es p'allá no es un libro escrito de una sentada. Tomó 4 años al autor la investigación y la escritura, para redondear la historia que él mismo define como “un libro de ficción histórica”.
Es una narración de dolor, de amor y de la violencia; esa perversa violencia de la que aún no nos hemos podido liberar los colombianos, y que tiene que sufrir la familia protagonista de los sucesos narrados en P'arriba es p'allá.
En entrevista a Mario le pregunté acerca de los motivos que tuvo para dedicarle cuatro años de su tiempo a la escritura de la novela y la respuesta que me dio me hizo saber de su sensibilidad social: “ La motivación principal —dijo— fueron mis vivencias. Nunca he podido entender por qué asesinan a la gente. Uno de los impactos más grandes que viví de niño fue la llamada “Masacre de la Rivera”, que ocurrió en el municipio de Caicedonia. Me tocó presenciar, allá donde antiguamente era la cárcel, sobre las mesas de carnicería, los cadáveres de las personas asesinadas. Yo nunca he podido olvidar ese cuadro y mucho menos, entender esa violencia”.
Pero en medio de la zozobra, de los desplazamientos, del sufrimiento que deben sobrellevar los protagonistas y los intensos momentos de sangre que tienen que padecer, el fondo del libro tiene sonido de música, porque por encima de la muerte, de la desesperanza, del dolor, el autor reconoce la vida y la celebra en cada canción que por el libro anda. El libro tiene fondo de pentagrama del cual cuelgan historias duras y tristes para el lector.
En el libro de Mario Ramírez, viajando por sus páginas, nos podremos encontrar con una recua de mulas aupadas por un arriero deslenguado y soez, rumbo a la Libertad, ese pueblo creado por el autor en el que transcurre la mayor parte de la historia.
Todo libro tiene escondidas en sus páginas, rasgos, pensamientos o vivencias del novelista y este libro no es la excepción. La justicia, la libertad y la igualdad para todos cruza por las páginas como una constante libertaria, como un llamado a despertar de ese letargo conformista en el que todos vivimos. El libro no es panfletario pero sí invita a la reflexión.
En ocasiones, leyendo la novela, uno escucha la voz del maestro e historiador que Mario es; en otras, uno percibe el olor a incienso y chamusquina, cuando se habla del odiado, Monseñor Builes y los pecados creados por su resentimiento malintencionado en contra de las mujeres, amén de las prédicas virulentas e incendiarias que salían de su boca provocadora.
Por entre los reglones de la novela a veces escuchamos ecos de los discursos libertarios de Jorge Eliecer Gaitán, proponiendo una nueva patria; o pasa, como una sombra maléfica, la tenebrosa figura de Laureano Gómez, con sus diatribas radicales. Estos y otros personajes hacen parte de la historia en este libro, que es la historia de nuestra patria.
También en esta novela, el amor es una constante, pero no crean que es una novela de amor. Así mismo, la violencia dispara sus balas en algunos pasajes, pero no es una novela únicamente sobre la violencia; también la música se escucha a lo largo del libro cantando amores o lejanías y no es una novela sobre la música.
P'arriba es p'allá es una historia hecha con momentos amorosos, sencillos, tiernos. En ocasiones la muerte da zarpazos violentos sobre los seres amados, que provocan tristeza en el alma del lector, y en otras, el bálsamo de un tango, el arrullo de un bolero devuelven la calma. Lo que quiero decir es que este es un libro escrito sobre la vida de unos personajes y la violencia que les toca padecer y, como tal, tiene todos los componentes que la vida encierra.
El libro de Mario, y espero no equivocarme en mi apreciación, es un viaje hacia el pasado en busca de los recuerdos que estaban allí no más a la espera de la evocación. Es una novela en el que las enseñanzas sobre la libertad son precepto constante, pero, sobre todo, es un recorrido por la historia de las distintas violencias vividas en Colombia y que aún siguen golpeando a nuestra patria.
La novela de Mario, que desde hoy empezará a andar el mundo en manos de sus lectores, es un ejercicio crítico contra el olvido.
Y si alguien, de aquellos que se las dan de prácticos, pregunta para qué sirve, yo podría responder sin equivocaciones: para recordar…