Es más fácil resolver los problemas, sin acudir a la violencia física. De esta reflexión parte la caja de Pandora. Si uno le hace seguimiento a los acontecimientos que han puesto en el centro del debate en los últimos meses, para después detener las propuestas y pasar a otra agenda conveniente, en la que siempre aparece un Dr. Jekyll, un Mr. Hyde y un Hood Robin —que le esquilma a los pobres para enriquecer más a los opulentos—, ve con más claridad los intereses y estrategias de establecer una nueva versión de la política de ‘golpe suave’ o, más bien, al absurdo autogolpe, con varios ejemplos, entre otros, como la propuesta de IVA a la canasta familiar, que seguro se cae en el Congreso o si llegara a pasar, la declararían inconstitucional en el tribunal de cierre; la compra de baterías antiaéreas, cuando el conflicto armado se terminó con un pacto de paz; ampliar los períodos de alcaldes y gobernadores actuales o establecer su reelección inmediata; la tragedia anunciada de Hidroituango; y los ejemplos que faltan o vendrán; cuando lo que, como la serpiente emplumada, volaría por las sombras, serían los recortes a la justicia social, el desmonte del proceso de paz, la construcción de planes, programas, proyectos y normas retardatarias, con otras recetas más, para el sueño erótico de la perpetuación en el poder de los sectores de la caverna, que irían encaminados, en conjunto, pareciera que a la sustitución de nuestra democracia.
Campañas de desprestigio, acciones judiciales, pérdida de la intimidad hasta el punto de convertir a la persona en un “enemigo público”, con otras formas de represión que incluyen la manipulación mediática, no solo mediante encuestas que parecen más sentencias, sino a través de los mass media o de las fake news en las redes sociales, para generar una matriz de opinión que le ponga la letra escarlata de corrupto o inmoral al líder que emerja —como pasaría en lo local con Caicedo y Martínez y, en lo nacional, con Petro—; o mediante el bloqueo institucional, la exclusión política, las sanciones administrativas por encima del mandato popular, la muerte civil, con las perversas bases de datos, quizás, por ejemplo, como cuando un banco no le presta dinero para financiar campañas electorales a un movimiento o partido político creciente, o a su candidato, por estar reportado en centrales de datos, o cuando el Estado pone trabas para entregar los necesarios anticipos. En fin, desde lo militar, lo judicial, lo mediático, lo económico —remember los contratos basura— y lo político, utilizar todas las herramientas necesarias para que las élites sostengan o recuperen, los espacios de poder; para que se queden con todo.
Plan pistola a líderes de base, con el cuento de terror de las aguiluchas oscuras y la paradoja de que ya no forman gorilas para torturar sino juristas para condenar; gobernabilidad, burocracia y presupuesto, solo para los sectores gobiernistas; cargas tributarias a los más débiles para que aumente la informalidad, pierdan poder adquisitivo o compren contrabando, tal vez para que el man de a pie, asfixiado, agache la cabeza, y, en ese sándwich, se dedique al rebusque diario, al gota a gota, al pago diario, a esclavizarse a los bancos, a trabajar para pagar o para conseguir el plato de comida, y termine por resistirse al cambio, ser indiferente o por lamer la bota del opresor, porque no se puede patear la lonchera; divide et impera con la cooptación de los simpatizantes de movimientos políticos alternativos, o con el entrenamiento de agitadores profesionales que rompen las movilizaciones. Desviar la atención de la gente, inoculando ideas de fraudes electorales y de compra y venta de votos de los sectores alternativos; válgame Dios, como si los dueños del gran capital y de los big business, no fueran otros o serían quienes contarían con la posibilidad de hacerlo. Tal cual aún estuviéramos en la República Romana, la mujer del César no solo debe serlo sino además parecerlo o, más bien, padecerlo. De manera que se aparenta fortalecer la democracia mediante el no uso de la violencia con acciones que no admitirían críticas, para obtener resultados antidemocráticos, para que la gente se convenciera de que "América es una vasta conspiración para hacerte feliz", como alguna vez escribió John Updike
Ablandar, deslegitimar, en el eficaz 'golpe blando' de quienes practican impunes la estrategia de la combinación de todas las formas de lucha, para generar el hecho político de un vacío de poder o de una fractura institucional o de producir un ficticio desencanto hacia la oposición, hacia la movilización social en defensa del bienestar general, del buen vivir, de la libertad y de la dignidad, a través de generar condiciones de miedo, percepción de inseguridad e indignación, hasta el punto de criminalizar a la protesta, de judicializar a los detractores; o en el caso de los dirigentes políticos, anticipando pruebas de supuestos hechos de violencia o de corrupción, o generando rumores, hasta con prejuzgamientos de operadores de justicia; confrontación mediática, batalla jurídica, control administrativo y policial, hasta debates políticos desequilibrados, enfrentando a las mayorías gobiernistas, con las voces de golondrinas en verano de la oposición —que muchas veces prefieren inflarse de ego y de sectarismo, antes de aliarse con su compañero— e incitando al rechazo ciudadano.
Bajo la premisa de la defensa de la democracia y la libertad, se mantienen los poderes hegemónicos, en el anhelo de un mundo de la vida homogéneo, proclive a preservar privilegios, a segmentar a la sociedad y a concentrar la riqueza: todo un cóctel de las fases del Jiu-Jitsu político de Gene Sharp que, en últimas, puede lograr el fin perverso de borrar del mapa político los avances —y conexiones con la gente— de las fuerzas alternativas; los liderazgos y los procesos, para sembrar la idea del temor a ser un individuo que ejerce su ciudadanía, goza y defiende sus derechos y se une en propósitos comunes que generan esperanza. En últimas, evitar que la multitud despierte y frenar las bolas de nieve, para poder encauzar el descontento ciudadano, hacia las cortinas de humo blando, mientras, por debajo de la mesa, se cuecen las habas, que posibilitan mantener las cosas como están.