Se acaba de bajar el telón de la aburridísima ceremonia con la que cada año la Academia reparte sus premios. Como suele pasar no hubo ningún tipo de sorpresa. Por lo general los ganadores del Globo de Oro y del Bafta son los que obtienen el Óscar. Lo más parecido a un palo fue el hecho de que Lupita Nyong’o se haya impuesto por sobre Jennifer Lawrence que cómo nos tiene habituados nos regaló una de sus célebres caídas, esta vez cayó justo cuando se disponía a desfilar por la alfombra roja. El hecho de que la actriz mexico-keniata le haya ganado a la novia de América no tiene nada que ver con su talento interpretativo sino que, como cualquier aspirante a la Cámara de Representantes, ganó porque hizo una mejor campaña, porque Brad Pitt, el productor de la película, seguramente le habrá conseguido en estas últimas semanas encopetadas cenas con los magnates más duros de la industria y allí la debutante desplegó todo el buen gusto a la hora de vestirse y de agarrar con estilo los cubiertos. Si Lawrence hubiera obtenido la estatuilla se convertiría, a sus 23 años, en la persona más joven en ganar dos premios Óscar.
Mientras Lupita, emocionadísima y a punto de llorar, agradecía a tirios y troyanos por haber obtenido su estatuilla, desde sus asientos Brad y Angelina la miraban pensando en que no sería una mala idea adoptarla. Se desilusionaron un poco cuando al final de la ceremonia averiguaron su edad y descubrieron que tenía 31 años. Era demasiada vieja para jugar con Maddox. Al final decidieron adoptar a Barkhad Abdi, el joven somalí que hasta hace poco era chofer de limusina y que fue nominado a mejor actor de reparto por su debut en la pantalla grande en Capitán Phillips. Dicen los expertos que Abdi está pensando en la propuesta de Brangelina.
Tres horas y media duró esta vaina llena de propagandas y de estrellas chateando y haciéndose selfies. Todos los años me prometo que no veré el programa, que haré algo más productivo, cómo por ejemplo ver la Telepolémica o una película de ninjas, pero ahí termino, mirando con disgusto el show más soso de la televisión norteamericana. Es increíble que ellos que sean los reyes del entretenimiento no puedan moderar los discursos, hacerlos más entretenidos o por qué no, contratar a un guionista para que se lo hagan a los ganadores. Y que me dicen del escenario, lo de anoche fue muy, muy pobre. Pareciera que se estuviera entregando el Óscar de 1982. Julio E. Sanchez Vanegas tuvo mejores sets en los ochenta que este.
En cuanto a las decisiones que se tomaron anoche… que otra cosa podemos decir. Está claro que acá no se premia a las mejores películas sino a las que mejor campaña publicitaria hicieron. Además los viejos de la Academia también tienen sentimientos y culpas y es por eso que decidieron borrar un siglo de racismo dándole la estatuilla a 12 años de esclavitud, la insufrible historia narrada por Steve Mcqueen de una manera distante y fría, desprovista de emoción como ya nos tiene acostumbrados el director británico en su breve filmografía. Es una incongruencia que la mejor película de este año no haya ganado mejor guion ( Al final la campaña de desprestigio del clan Farrow sirvió y el premio se lo llevó Spike Jonze por encima de Woody Allen) ni mejor dirección. ¿Cómo puede ser considerada la mejor película del año si la misma Academia reconoce que hubo una historia mejor escrita y hubo otra mejor dirigida? La lógica de estos ancianos, la verdad, ya no la entiende nadie.
En cuanto al mejor actor Mattew McConaughey se impuso a Di Caprio por el simple hecho de que tuvo que adelgazar cuarenta libras y de que interpretó a un enfermo de sida, dos argumentos de peso a la hora de ganar el pulso por uno de estos premios. La mejor actriz nadie la discute, Cate Blanchet de la mano del poeta de Nueva York obtuvo no sólo un Óscar sino que de paso consiguió hacerse un lugar en la historia del cine.
La entrega de pizza estuvo mejor que la entrega de premios. Brad se le escapó un momento a su flaca y pudo sentir otra vez el placer de la comida chatarra. Bono volteó el rostro con asco al ver como en la superficie de un pedazo de pizza, yacían dispersas cinco anchoas asesinadas. Ellen Degeneres estuvo correcta aunque me parece que no la dirigieron bien. A veces parecía demasiado sola en el escenario, cómo si la hubieran tirado allá sin ensayos previos, sin parlamentos divertidos, sólo valiéndose de su carisma y sarcasmo inigualables.
Los organizadores del show deben preguntarse si tiene sentido una entrega de premios en dónde ya se sabe con anterioridad quienes serán los ganadores. Al menos se puede recortar una hora y no mantenernos frente al televisor, viendo propagandas, haciendo zapping, con el entusiasmo perdido después de la primera hora, cuando nos damos cuenta de que nos han vuelto a defraudar porque este año será más de lo mismo, porque otra vez no habrán sorpresas.
¿Qué por qué lo seguimos viendo? Me pregunta un amigo que dice que los únicos Óscar que le interesan son los documentalistas Óscar Campo y Óscar Ruiz Navia, y a mí lo único que se me ocurre para defender mi placer culposo es decirle que veo la entrega del Óscar porque es reconfortante constatar que el cine, a pesar de que se ha decretado tantas veces su muerte, sigue vivo y latente en las masas. Por una sola noche en el año el cine, en el nuevo mundo que son las redes sociales, es la cosa más importante de las menos importantes.