¿Se acabará el viacrucis de las visas?
Opinión

¿Se acabará el viacrucis de las visas?

Por:
marzo 03, 2014
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Hace algunos meses los colombianos nos ilusionamos con la propuesta de Mariano Rajoy a la Unión Europea, consistente en eliminar el requisito de la visa Schengen para Colombia y Perú. Y no era para menos: esta medida nos permitiría el fácil ingreso y una permanencia hasta por noventa días a veintisiete países europeos. Las razones de la propuesta, según el embajador de España en Colombia, van desde lo sentimental, el afecto y amor que en la madre patria sienten por el país, hasta las más realistas de tipo económico y político como la vigencia del tratado de libre comercio, la presencia colombiana en la Alianza del Pacífico, el futuro ingreso al Club de países con buenas prácticas, y sin duda el incremento de turistas e inversionistas a países cuya economía todavía se resiente.

Hasta hoy, la aprobación de la medida que exige desde conversaciones políticas hasta lo más difícil, que es cambiar una mentalidad, parece cada vez más cercana, aunque no se puede cantar victoria hasta que los servicios administrativos de la Unión Europea ejecuten la decisión política del Parlamento Europeo donde hace unos días se dio una votación mayoritaria, con solo 41 votos en contra, y 523 a favor.

Las políticas en torno a las visas, ese ansiado documento que demuestra que una persona está autorizada a entrar a un país y a permanecer en él por un determinado número de días, pero que además puede ser revocado, especificar ciertas restricciones, y que no garantiza el ingreso, ha tenido variaciones a lo largo  del último siglo y medio. En los países de Europa Occidental, por ejemplo, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, no se pedía visa de ingreso. Solo a partir de la I Guerra Mundial se comenzaron a exigir pasaportes y visas. Prueba de esa movilidad para los viajeros fue la cantidad de intelectuales colombianos que en el siglo XIX publicaron sus libros en París, en hermosas ediciones que hoy son el orgullo de bibliotecas públicas y privadas. Sin embargo, hay que constatar también el endurecimiento de las políticas antes y durante la II Guerra Mundial, cuando la Italia fascista les exigió a sus propios ciudadanos visa de salida del país entre 1922 y 1943, o la Alemania nazi, donde ocurrió lo mismo entre 1933 y 1945.

En nuestro caso, no se trata solo de demostrar que no se tienen intenciones de permanecer en el país visitado, que la persona cuenta con medios económicos suficientes, que no se considera una amenaza para la seguridad nacional, entre otros requisitos. Me atrevo a decir que son muchos los colombianos que cumplen con todos y cada uno de ellos, y a quienes, no obstante, se les ha negado una visa para entrar a Europa, o lo que es más humillante, se les ha concedido apenas por el exacto número de días del viaje. Hasta hoy, quien haya estado frente a una ventanilla blindada detrás de la cual se sienta un cónsul cargado de suspicacia, sabe muy bien que a pesar de esa carpeta llena de documentos donde el solicitante da cuenta de su vida y milagros, la mirada de quien la examina minuciosamente está velada por unos prejuicios difíciles de superar, como lo son todos.

Decía el César que su mujer no solo tenía que ser, sino parecer. No hay mancha más difícil de borrar que la mala fama, aún la inmerecida; sin embargo, parece que en Europa están dejando de pensar que los colombianos somos violentos por naturaleza, personas hábiles para engañar, para robar, por no decir nada del narcotráfico. Lo cierto es que los esfuerzos que hacemos a diario para superar nuestros problemas parecen estar siendo tenidos en cuenta, en beneficio de ambas partes. El país cuenta hoy con una clase media educada, con medios para hacer turismo cultural en Europa. Un turismo que en realidad no es costoso si se planean cuidadosamente las estadías en hoteles buenos que no necesariamente tienen que ser de cinco estrellas, las comidas en restaurantes visitados por los locales en lugar de los turistas. De ahí a que se concreten negocios, o se hagan inversiones, grandes o pequeñas, no hay más que un paso.

Más difícil será que Estados Unidos, más abierto por lo menos en el período de duración de las visas, llegara a eliminarlas. Su guerrerista  política exterior ha tenido consecuencias sicológicas para ellos mismos, creando una paranoia generalizada que será tanto, o más difícil de vencer, que los mismos prejuicios contra los colombianos. Los norteamericanos tendrán que dejar de temer, justificadamente, una retaliación. Dejar de pensar que cada persona que pisa su territorio es sospechosa, que en cada visitante hay un terrorista en potencia. Entonces el viacrucis de las visas, dispendioso para todos, pero aún más para quienes no vivimos en la capital y nos vemos obligados a viajar para cumplir con los trámites, será cosa del pasado.

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