Las únicas heridas que Martha Dereix Martínez le curó a su esposo Salvatore Mancuso, fueron las que les dejó el Motocros. El “Mono”, hijo del italiano agente y mecánico de la Toyota en Monteria, estaba de regreso después de siete semestres de ingeniería en la Universidad Javieriana. Regresaba a su tierra aburrido de la arisca Bogotá e hizo de la moto y las carreras en la ciudad su nueva carta de presentación.
El reencuentro con Martha Dereix era casi natural después de haber sembrado un afecto desde que ambos tenían nueve años. Eran vecinos del barrio Costa de Oro. Los Dereix, una famila de ascendencia francesa, había inmigrado a Córdoba desde principios del siglo XIX atraídos por el negocio de la madera. Hicieron su fortuna devastando bosques de cedro amarillo, caoba, ceiba veteada y carrero, palos finos que exportaban a Europa desde Cartagena. Abrieron una finca de 2000 hectáreas que bautizaron Martha Magdalena, que sembraron en cacao y terminaron vendiéndosela al general Pedro Nel Ospina en la década del XX, antes de que el líder conservador llegara a la Presidencia. Los Dereix fueron los primeros en llevar a la ciudad el auto, la luz eléctrica y hasta fundaron el primer banco.
La riqueza acumulada se diversificó en varias fincas, que también abrieron a punta de hacha. En una de éstas, El Torno, nació Martha Dereix el 16 de febrero de 1964. Allí pasó sus primeros años hasta que su papá la llevó a la casa esquinera de Costa de Oro en donde conocería a Salvatore. Se casaron a los 18 años y Martha aceptó desde el principio el discreto rol que asumían las mujeres en una Córdoba donde el poder se lograba con el ganado o con los votos: la discreción alrededor de la casa y la crianza de los hijos, tres en el caso de la naciente familia: Jean Louis, Gianluigi y Jean Paul, pero la elegancia y la ostentación la desplegaban en las actividades sociales en el club de Tiro y posterior en el Campestre de Montería.
A principios de los noventa, cuando la ofensiva del frente 33 de las Farc arremetía sobre los ganadores cordobeses, Don Luis Dereix, padre de Martha y padrino de confirmación de Mancuso, les regaló un viaje a Pisthsburg, Estados Unidos. Allí Salvatore haría tres cursos de inglés mientras Martha cuidaba a sus hijos. A su regreso, un año después, Salvatore encontraría una ciudad cercada por el miedo. Ya nunca volvería a ser el mismo. Con la ayuda de su amigo de infancia, el mayor Walter Fratini Lobaccio, discípulo del general Yanine Diaz quien promovió en el Magdalena Medio un modelo paramilitar que no sólo replegó a las Farc sino que entronizo las nacientes autodefensas con sus prácticas violentas, Mancuso comenzó a ser un visitante fluido de depósitos de la Brigada XI de Montería. Empezaron las incursiones militares contra las guerrillas que al principio las vivían como un divertimento. La Brigada se convirtió en su segunda casa. Allí recibía entrenamiento y afilaba su puntería en el polígono.
Los ganaderos empezaban a organizarse y Mancuso y Fratini lideraban las reuniones. Una llave de inseparables que el destino la reventó abruptamente el 11 de junio de 1993. Esa tarde Martha Dereix recibió una llamada que rompería a su esposo: Fratini había muerto cuando el helicóptero se desplomó en las afueras de Montería. Mancuso nunca creyó esta versión y aún cree que su amigo fue encontrado con vida después del accidente y torturado por el EPL, una de las guerrillas que asolaba Cordoba.
Desde allí el odio se lo tragó entero. Paulatinamente se fue alejando de Martha quien se tuvo que conformar con el espectacular regalo que un día le hizo su esposo: una casa de tres pisos en el barrio La Castellana de Montería. Nunca pudo hacerle el viudo de pescado con el que pensaban inaugurarla, fueron tres años de una rutina misteriosa de la que ella poco se enteró. En marzo de 1996, en el gobierno de Ernesto Samper y cuando las masacres ya ocupaban los titulares de prensa, apareció la primer orden de captura contra su marido por conformación de grupos paramilitares. Desde entones su marido desapareció y escogió la clandestinidad como su forma de vida.
Martha Dereix prefirió hacer oídos sordos con el eco de las noticias que salpicaba al esposo ausente, ya cabeza del Bloque Norte de las Autodefensas: masacre en Mapiripán, Meta; en La Gabarra, Catatumbo; en el Aro, Antioquia y el Salado en los Montes de Maria. Más de cien muertos y 70.000 personas que huían abandonando sus parcelas. Prefería no escuchar noticias y menos las que relacionaban a su marido del envío de más de 119.000 de cocaína a Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos desde Urabá, Atlántico y la Guajira.
Al principio, cuando desapareció, se conformaba con las rosas que él le mandaba desde la clandestinidad. Un día le llegaron 20 arreglos florales y una carta de amor. Se hizo invisible, se guardaba en su amplia casa en Montería.
La casa esquinera donde ha permanecido Martha Dereix en el barrio La Castellana
Tenía un par de amigas y, las pocas veces que lo hacía, ella misma manejaba una camioneta negra e iba hasta el Centro Comercial Alamedas del Sinú en donde comía hamburguesas. Siempre de gafas oscuras, siempre con su pelo azabache tapándole la cara.
La guerra terminó distanciándolos finalmente. Ella se quedó con los hijos, él con las armas y entre tanta aventura se topó con una mujer mucho menor que él: Margarita Zapata. En el 2001 la separación se dio de manera formal y el Mono empezó a trazar su nueva vida: el camino de la política que terminó en la firma del proceso de paz con Alvaro Uribe y luego su momento de gloria efímera cuando piso entre aplausos de un congreso con 30% de aliados suyos, los escalones que lo llevaron hasta entonces el sagrado recinto del capitolio. Ya no Martha no estaba con él.
En julio de 2004 el Congreso de Colombia lo escuchó durante 40 minutos
Margarita Zapata fue la compañera de los nuevos aires y de ahí la sorpresa y furia de Martha Dereix cuando el 30 de junio del 2014 fue sorprendida en su casa de La Castellana con una orden de captura. Salió detenida acusada del delito de concierto para delinquir y enriquecimiento ilícito por sus presuntos vínculos con Emilce López, la empresaria del chance conocida como La Gata, quien habría lavado la fortuna de Mancuso. A Dereix se le señalaba de haber incrementado su fortuna en los últimos años a más de $5.000 millones de pesos. Dereix habría sido accionista, entre 2003 y 2005, de dos de las empresas que más frutos le daba a la Gata, Aposmar y Uniapuesta. Y algo más un latifundio de 700 hectáreas que terminando reclamando sus dueños originales, campesinos cordobeses, estaban a su nombre.
Desde entonces y durante los seis meses que rumió en la cárcel, Martha Drereix enconó la ira que piensa hacer explotar ante los magistrados de la Justicia Especial para la paz. Va a contarlo todo.