Señoras y señores, me olvidaré del estilo. Olvidaré también, mientras escribo este breve texto, mi oficio de escritor: seré lo más sensiblero y patético posible, pero tengan la certeza de que hablará el corazón, un corazón herido desde mi niñez por la maldita violencia del país que amo, y que en sus furiosas aguas arrastró a seis de mis seres amados, víctimas de todas las formas de violencia y de todas los actores de esa misma violencia.
Paloma Valencia, Álvaro Uribe, Gustavo Petro, María Fernanda Cabal, Iván Cepeda y Farc, etc., ustedes se ven tan divinos reunidos en ese momento histórico que captó el lente de algún fotógrafo: esa es una instantánea eterna, donde la protagonista no es la muerte, ni el ego ni la guerra ni los insultos, tampoco las cuentas pendientes en los estrados judiciales de uno y otro lado. La protagonista es la esperanza, y el don más preciado del ser humano: la paz.
No sé qué habitaba en sus corazones en esos momentos. Prefiero acudir a la limpia mirada de los niños y a la buena intención de los inocentes. Quiero creer que en esos instantes no hubo lugar para intereses mezquinos ni para la hipocresía. Decido creer que no hubo sitio en ese fugaz momento para maquinaciones rencorosas ni pensamientos oscuros: elijo creer que estaban concertando un acuerdo en aras de la pacificación del país. Quiero creer que a partir de ese instante nacerá una luz que iluminará todos los rincones de la patria. Insignes representantes del Congreso de Colombia: observándolos así en una misma sala, en un tono moderado, con miradas suaves y apacibles, recordé a los míos, que ya no están y a las millones de víctimas de la barbarie… y me puse a llorar.
Por favor, que se repitan esos encuentros hermanados con tan buena onda y energía, no saben el bien que le hacen al país. Esto es lo que se merece Colombia, mi país amado, desangrado y sufrido. No importa que me convierta en rey de burlas. Qué más da si hago el ridículo ante el público lector que se muestre insensible e insultante ante este corto mensaje de esperanza. Sé que las víctimas o las exvíctimas somos los más sensibles ante este tipo de logros. Que nadie me niegue el más secreto y feliz de todos los derechos: el derecho a soñar. Nadie me arrebatará el sueño que se desprende de esta hermosa fotografía
Por último, me siento con la autoridad moral para enviarles este mensaje, tal como lo expresé en un artículo visceral y lacrimoso que publicó este mismo medio: yo también salgo del clóset, ahí como en esta fotografía histórica me declaro un soñador de la reconciliación. Que el Señor y príncipe de la paz los bendiga e ilumine, así sea.