¿Qué les queda a las y los jóvenes?

¿Qué les queda a las y los jóvenes?

Por: Christian Hurtado S
marzo 03, 2014
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¿Qué les queda a las y los jóvenes?

Cierto es que aquello de hacer del vicio una virtud se ha convertido en la premisa del Estado en Colombia. Resulta que los otrora derechos, cercenados y negados, terminan convertidos en fuente de riqueza del sector privado. El vicio, la corrupción y afán inmisericorde de ganancia a costa de la vida y dignidad de la gente, se convierte en virtud por obra de las “bondades” de la privatización. Resulta que debemos agradecer al Estado el crédito, la deuda, para acceder a educación. Resulta que debemos agradecer recibir prestaciones sociales, y la eterna – literal – espera vana de una pensión en la vejez, agradecer cotizar por una pensión que nunca llegará, y pese a ello, cada día, si bien envejecemos, se aleja por obra y gracia del gobierno.

Debemos agradecer que el gobierno promulgue leyes para “garantizarnos experiencia”, aún a costa de la sobreexplotación laboral del bajo salario, tercerización y condiciones indignas de trabajo. Debemos agradecer y respetar una institución como las fuerzas militares, en las que además de la corrupción, abuso y degradación rampante, debemos integrar obligados por el servicio militar. Paradójica, ciertamente, es la situación. Aún más al notar que el presente de la juventud colombiana traza ya determina con precisión su futuro, para nada claro, para nada mejor, para nada viable.

La posibilidad de soñar, la utopía de un buen vivir, es la primera víctima. 50 mil jóvenes en las cárceles, 4 mil asesinados por el ejército y presentados como falsos positivos; 1 millón 200 mil desempleados. ¿Futuro? Ninguno. El futuro como posibilidad, perspectiva y expectativa juvenil cede su lugar a la lucha por sobrevivir, por alimentar al sector financiero pagando créditos, y de entregar la vida – o que sea robada – por expresar y crear como desafortunadamente es la historia de artistas urbanos, luchadores barriales, defensores de DDHH, activistas y jóvenes obligados a empuñar un arma contra su voluntad. Mucho menos posible es la posibilidad de ser, de decidir: la enconada lucha contra el aborto, y la persecución a la población LGBTI en Colombia demuestran que el orden defendido por el régimen político colombiano, es de tal carácter que no solo se aniquila la oposición política sino también cualquier forma de interpelación, transgresión y subversión de la anquilosada y medieval ideología patronal de los gobernantes.

La juventud, característicamente impetuosa, irreverente y transformadora de la cultura, ideología, política, ideas y prácticas de la sociedad es en Colombia una utopía. Cierto es que en Colombia no se puede ser joven; y ello por la sencilla razón de que un orden esclerótico en lo cultural, sexual, ideológico, religioso, ambiental y estético, es pilar de un orden económico y político que para reproducirse debe eliminar, controlar y cooptar cualquier impulso de transformación.

A la juventud nos cabe luchar por poder ser jóvenes. Nos queda la posibilidad de decidir si nos hacemos posibles. Empleo, educación, vivienda, dignidad, paz con justicia social, son utopías presentes forjadoras de futuro. Ante un orden entendido como divino, dado e inmutable, el orden como aquello que está quieto, la sinfonía de la revuelta juvenil debe irrumpir reivindicando que el orden, nuestro orden, no es estático. Para la juventud, como la música, el orden puede basarse en el ritmo. Qué nos queda a los jóvenes, la rebeldía cultural, estética, sexual, política e ideológica. El país requiere de una juventud rebelde. De nuevo, la confluencia juvenil, debe apuntar a un nuevo orden, que en el contexto actual, y dada la complejidad de las privaciones que vivimos, solo será posible mediante un nuevo pacto social, estético, político y ético nacido del concurso de toda la población: una asamblea nacional constituyente para la paz con justicia social, para garantizar - paradójica de este dolido país – el derecho y posibilidad de ser joven.

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