“Nada se ha visto más ridículo desde que Calígula nombró cónsul a su caballo” Anónimo.
El relato bíblico dice que Dios ha puesto a elegir a la humanidad entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, e insiste en que elija bien para que su vida tenga sentido y su destino llegue a buen término. Aun así, el pueblo israelita prefirió a Barrabás en lugar de a Jesús, prefirió la esclavitud de Egipto a la libertad en la antigua palestina y prefirió tener a un rey como dirigente en lugar de Dios mismo. Además, mediante una metáfora fundacional —dentro de un paraíso pletórico de árboles y plantas de todo tipo—, prefirió el único que le estaba prohibido, como denunciando que —si hay algo que nos define como humanos— es nuestra irremediable capacidad de elegir mal una y otra vez con tanta regularidad y prontitud que la imagen que con mayor precisión puede resumir a la humanidad es el meme del niño moreno que llora desconsoladamente mientras se agarra su cabeza porque escribió su nombre en un formulario sin revisar que lo que debía escribir era su apellido.
Esta incómoda virtud rige los destinos de los hombres a lo largo y ancho de la historia desde los días en que el antropoide comenzó a caminar erguido, siendo también nuestro peor yugo porque aunque, de todos los seres vivos, el hombre es el único ser moral dotado de conciencia y de razón, es además el único que no logra convivir pacíficamente dentro del círculo de la tierra y cuyas acciones desencadenan un sinfín de catástrofes solo comparables con los cataclismos finales del apocalipsis, donde las consecuencias las vamos pagamos los que venimos a formar en esta larga fila del tiempo para encontrar, recién se acerca nuestro turno, que la cuenta bancaria no tiene fondos pero sí intereses por pagar, y que sin haber comenzado a devengar un sueldo mínimo ya estamos con el agua al cuello.
Venimos presenciando la multiplicación de nuestra idiotez para elegir durante estos últimos años gracias al acceso que tenemos a la información en nuestro mundo globalizado. Hace poco precisamente nuestro Brasil, pentacampeón del fútbol, aportó su buena ración de insensatez histórica al balde de desgracias que desborda en el mundo desde la elección de Trump en los Estados Unidos de Norteamérica. El país del redundante "mais grande do mundo" eligió a un tipo que públicamente le dijo a una mujer que no la violaría porque ni eso se merecía. Bolsonaro es un anacronismo en la arena política brasileña y tengo el presentimiento de que su elección se dio bajo los efectos de la cochina envidia más que por causa de su plan de gobierno o las cualidades personales y profesionales que pueda tener para ocupar el cargo para el que fue elegido; y es que, luego de ver que Colombia eligió al anodino Iván Duque (uno todavía se pregunta cómo diantres llegó a la presidencia ese individuo), los hermanos brasileños han debido pensar que la gloria de montar en el poder de una nación a un neonato la podrían superar poniendo a un bárbaro al timón de la potencia suramericana. Contra todo pronóstico, Calígula fue más sensato nombrando cónsul a su caballo que Latinoamérica eligiendo mandatarios en los albores del siglo XXI.
Frente a este panorama se escucha decir que es culpa de Hugo Chávez en Venezuela y de Fidel Castro en Cuba que la izquierda en Latinoamericana esté tan desacreditada, pero eso no es más que echarle culpa a los que no se pueden defender por estar fundamentalmente fríos y haciendo alarde de nuestra mejor versión artística de Poncio Pilatos. En primera medida, porque el curso de las naciones no está (ni debe estar) circunscrito solamente en dos direcciones únicas e ineludibles, a menos que pretendamos que la vida es tan simple y plana como una línea recta en un papel (lo que ameritaría serios cuestionamientos respecto a nuestra educación). En segundo término, porque debemos ser los individuos más irresponsables e infelices sobre la faz del planeta si como nación decidimos, actuamos y obedecemos como borregos ante el miedo producido por la perorata insufrible de un grupo particular de personas sin atrevernos siquiera a examinar los tiempos y las sazones para determinar nuestro propio rumbo. Es muy fácil atribuir nuestros desaciertos a causas externas y ajenas para no tener que responder por nuestras decisiones por con todos los perjuicios que no han traído.
Elegir los destinos de un país no se debe reducir solamente a ideologías de derechas e izquierdas. Elegir tiene que ver con lineamientos particulares sobre una abundante cantidad de temas y problemáticas que son importantes en menor o mayor medida para cada persona sabiendo que nunca un candidato va a llenar todas nuestras expectativas por la sencilla razón de que somos muchos los habitantes de un país, cada uno con intereses muy diferentes. El fantasma de las derechas e izquierdas del siglo pasado ya han hecho el daño suficiente para seguir enfrascados en la misma lógica destructiva. Hasta el momento Brasil se está quedando también con el error “mais grande do mundo”, que será cobrado con los intereses respectivos a sus futuras generaciones, con el pírrico consuelo de que, si nuestra proverbial tradición de triunfar al revés no nos traiciona, peores cosas vendrán tal como dice la Biblia.