Viajo por todo el mundo desde los noventa. Ser colombiano, como dijo Borges, es un acto de fe, o más bien era. Ningún joven puede imaginarse lo que era llegar a un aeropuerto de Estados Unidos hace veinte años. El fantasma de Pablo Escobar nos perseguía. Las muertes de Andrés Escobar y Jaime Garzón terminaron de acabar con nuestra reputación. Además, la descertificación del gobierno Samper por parte del gobierno Clinton por el ingreso de dinero del cartel de Cali a su campaña casi termina con el nombre del país.
Todo reverdeció. El proceso de paz con las Farc, el Nobel de Santos, así a los uribistas no les guste mucho, lograron revertir la balanza. Ahora todo cambió. James y Nairo Quintana fueron fenómenos que ayudaron a ir cambiando la imagen. Sin embargo, nada se puede comparar al fenómeno de J Balvin. Tengo 55 años y no escucho reguetón, como tantos hombres de mi edad desprecio el género. Para mí la música del Caribe es Héctor Lavoe, Wilfrido Vargas, Diomedes Díaz. No sé si la guerra terminó y ganaron los brutos y en ese contexto qué podemos hacer. El reguetón domina al mundo y hasta una personalidad indiscutible como Obama dice sin sonrojarse “¿quién no ama a J Balvin?”.
Ahora, a cualquier parte a donde voy, desde Dubai a Berlín, al mostrar mi pasaporte no me dicen “oh Colombia, cocaina, Pablo Escobar”, “Oh Colombia, plata o plomo”. No, me dicen que J Balvin es lo mejor. Los muchachos lo admiran y las muchachas lo aman. Es fantástico que esto pase.
Nunca pensé decirlo, pero creo que tenemos que agradecerle al reguetón por haber cambiado la historia del país. Gracias J Balvin, gracias Maluma, no sé si lo que hacen es arte, pero, lo que sí es verdad, es que nos han hecho sentir orgullosos (por fin) de ser colombianos.