Hace más de dos meses la Universidad de Los Andes y la W Radio sellaron una alianza para "becar a los mejores estudiantes del litoral pacífico colombiano en la carrera de economía", una noticia que pese a sus implicaciones ha pasado desapercibida.
Algún jesuita, decano de la Facultad de Educación de la Javeriana, por allá por los años 70, decía que son tantos los problemas en educación que se configura un blanco tan amplio como una pared: ¡donde caiga el tiro, aciertas! En esa mentalidad se formaron muchos de los intelectuales y de los administradores de la educación en Colombia (Vicky Colbert, una de ellas).
Esta es la fórmula del consorcio U. de los Andes y W Radio: solo hasta el viernes 21 de octubre ya habían conseguido los primeros mil millones de pesos para esta, según la moral cristiana en la que nos educamos tantos, obra de caridad. Seguro las universidades privadas, de extracción católica, hayan echado de menos no haber tenido esa ocurrencia. Con esa estrategia se evoca, con facilidad, las empanadas bailables y los bazares de las parroquias con cuyo resultado económico se hacían mercados para los pobres.
No cabe duda que el decano de Economía de los Andes ha explicado bien cómo hacer rentable, sostenible y viable el proyecto en que se embarcó el consorcio, en este objetivo, con la W Radio. Los que creemos en la educación como un derecho, uno de los derechos humanos, inalienable desde luego, vemos con mucho valor el esfuerzo que hacen estas dos empresas y, con ellas, otras empresas del sector privado; y, aunado al esfuerzo de estos privados: la ciudadanía. Es el desplazamiento de Teletón, de la falta de Estado: para la salud, para la seguridad, para las vías. Ahora lo que se reemplaza es la responsabilidad de un Estado que en su soberanía, y para el ejercicio de ella, acude a las diversas formas de la limosna para solventar un problema que requiere respuestas de fondo.
Muy bien por la expresión ciudadana que prohíja, irreflexivamente, en pasividad, esta forma de caridad. Muy mal por la falta de respeto a la dignidad de las personas que serán beneficiarias de esa forma de caridad. Los Andes llegaron muy pronto a la comprensión de que Ser pilo paga está en vilo. Entonces el ingenio de los economistas no se hizo esperar y apuntó, directo, a tener una masa de recursos que mantenga el flujo de caja que, en algo, supla el retroceso financiero que tal vez no sea reemplazado por el programa de gobierno Generación E.
Tal vez se pueda preguntar, entonces, ¿qué era mejor hacer, en este caso? De inmediato, sin pensarlo dos veces —como se sabe, los expertos en educación nos hemos tenido que meter de cabeza en el problema, ese sí real, de la desfinanciación de la universidad pública—, una alternativa: que los Andes o las demás instituciones de educación superior de la nación, tanto públicas como privadas, apadrinen programas e instituciones de educación superior tanto del Chocó como de las demás regiones del país que acusen los peores rendimientos en las mediciones nacionales e internacionales.
El contraste es el siguiente: si se logra traer los mejores talentos del Chocó para Bogotá se alcanzaría la promoción de los individuos, pero si se apoya en apadrinamiento —o cualquiera otra fórmula: diseño y ejecución de programas conjuntamente entre las universidades regionales y las de los mejores desempeños en Colombia, en el nivel nacional e internacional— o en comodato con las instituciones regionales —sea el caso, la Universidad Tecnológica del Choco Diego Luis Córdoba o las demás regionales— se logra la promoción de la ciudadanía local, de sus niveles educativos, de la transferencia de conocimiento, de reconocimiento y valor de las iniciativas con las cuales se atiende el desarrollo local con enfoque y perspectiva internacional.