Llenemos a nuestros hijos de bambucos, pasillos, guabinas, joropos, vallenatos, salsas y cumbias para que aprendan a querer a nuestro país. El resto vendrá por añadidura.
Mi hija tiene 7 años. En este mundo de dictaduras, corrupción, chuzadas, izquierda, derecha, opresión, vandalismo, cómo enseñarle a ser alguien de bien? La respuesta la encontré en nuestras raíces, en la música colombiana…
Y comencé por preguntarme todo lo que se preguntan los que hoy somos padres, como lo diría el maestro Héctor Ochoa en El Camino de la Vida: “Después cuantos esfuerzos y desvelos, para que no les falte nunca nada, para que cuando crezcan lleguen lejos y puedan alcanzar esa felicidad tan anhelada”
Y recordé vagamente mi infancia que muy bien describe Rafael Godoy en Soy Colombiano: “A mi cánteme un bambuco de esos que llegan al alma, cantos que ya me alegraban cuando apenas decía mama”. Pero, como les pasa a muchos jóvenes de nuestro país, deben salir de su tierra a las grandes ciudades para encontrar un futuro mejor, cómo lo dice Rafael Escalona: “Oye morenita te vas a quedar muy sola porque anoche dijo el radio que abrieron el liceo. Como es estudiante ya se va Escalona, pero de recuerdo te deja un paseo”
Claro que esa es la historia de muy pocos que tuvieron la fortuna de tener el respaldo económico para llegar a la gran ciudad. Muchos de nuestros campesinos no tuvieron otra elección y debieron abandonar su hogar por culpa de la violencia como lo relatan Jorge Molina y Vicente Medina en Las Acacias “Ya no vive nadie en ella y a la orilla del camino silenciosa está la casa, se diría que sus puertas se cerraron para siempre, se cerraron para siempre sus ventanas”, o Tomás Villarraga y Carlos Vieco en este pasillo: “Adios casita blanca, adiós mi dulce tierra, colocada en la sierra cual copo de algodón “
Y repasando letras y letras me encuentro con estas sabias palabras del maestro Arnulfo Briceño en su canción A quién engañas abuelo: “Se aparecen en elecciones unos que llaman caudillos, que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos, y al alma del campesino llega el color partidizo, y entonces aprende a odiar hasta a quien fue su buen vecino, todo por esos malditos politiqueros de oficio”
Hasta este punto el panorama pinta bastante desolador. Pero qué pasa con la esperanza que queremos sembrar en nuestros hijos de una Colombia mejor? Y nuestras raíces musicales siguen abriéndome el camino….”Soy paisa, aventurero y soñador, tengo finca en el cielo y un negocio en el sol” reza Héctor Ochoa en el bambuco Muy Antioqueño, como una premonición de lo grande que es nuestra raza. Quién, en el rincón más escondido del mundo, no se ha encontrado con un negocio de un colombiano? No es este bambuco la mejor lección de cómo ser un emprendedor? Pero también la ética es importante. Cómo enseñarles a nuestros hijos escoger a sus amistades? Esta inquietud se la plantea Jorge Villamil en Oropel: “Amigo cuanto tienes, cuanto vales, principio de la actual filosofía, amigo no pierdas la partida, tomemos este trago, brindemos por la vida, brindemos por la vida pues todo es oropel”
Y aquí me encuentro con algo muy inherente a los colombianos: la alegría, la fiesta, buscamos cualquier pretexto para celebrar como lo dirían Anselmo Durán y Sofía Gaitán en El Sanjuanero: “Sírvame un trago de a cinco, sírvame otro de a cincuenta, y sirva, sirva sin descanso, hasta que pierda la cuenta, al son de este joropo la vida hay que gozar”
Y también los colombianos somos soñadores y enamoradizos. Y en ese terreno de las promesas no existe político que nos gane. Que tal este verso de Rafael Escalona?...”Voy a hacerte una casa en el aire, solamente pa que vivas tú”…. Y como no podemos cumplir nuestras promesas solemos sufrir por amor. Y con unos buenos aguardientes Jorge Villamil llega con “Necesito olvidar para poder vivir, no quisiera pensar que todo lo perdí. En una llamarada se quemaron nuestras vidas, quedando las pavesas de aquel inmenso amor”. O que tal para esa tusa este verso del pasillo del maestro José Barros: “Que me dejó tu amor, mi vida se pregunta, y el corazón responde: pesares, pesares”
Entonces nuestros hijos nos confrontan: eso no es cool, ni es sexy. Y yo digo, para un hombre qué es más excitante? Una canción de reggaetón o este verso de Campesina Santandereana de Jose A Morales: “Cuando bailas la guabina, con tu camisón de olán, hay algo entre tu corpiño que tiembla como un volcán. Es el volcán de tus senos al ritmo de tu cintura”. O que tal este de La Ruana de Luís C Gonzalez y José Macías: “Sabor de pecado dulce y dulce calor de faldas, grita con sus cuatro puntas el abrazo de la ruana”
Pero volvamos al asunto de esta columna que es cómo recuperar el amor por nuestra patria y el orgullo de ser colombianos a través de la música. Para esto debemos recorrer las hermosas poblaciones y paisajes de nuestro país. Una lección que nos da El Grupo Niche en Mi Valle del Cauca: “Sevilla, Cachimba, Restrepo, Versalles, El Cairo, Guachín de Ceila, Roldanillo, Bugalagrande, Dagua, La Cumbre, Yotoco, El Salao”. Y cómo olvidar nuestros inmensos llanos orientales que nos describe Arnulfo Briceño: “Ay mi llanura, embrujo verde donde el azul del cielo se confunde con tu suelo en la inmensa lejanía”. Y que tal que cada vez que Nairo Quintana conquiste las montañas de Europa entonáramos al unísono el bambuco Yo Soy Boyacence de José Jacinto Monroy: “Yo soy boyacence, quiero a Boyacá, la tierra del puente de la libertad, me gusta el ciclismo, soy hombre de paz y rezo a la virgen de Chiquinquirá”
O que tal que en cada rincón de Cartagena sonara por lo menos una vez esta cumbia de Mario Gareña: “Yo nací en las bellas playas caribes de mi país, soy barranquillera, cartagenera, yo soy de ahí, soy de Santa Marta, soy monteriana pero eso sí, yo soy colombiana, oh tierra hermosa donde nací”
Y esta agradable trasnochada valió la pena si alguno de los que leyeron estas líneas se fue a la cama tarareando por lo menos alguna de estas bellas melodías colombianas ….. Como diría Lucho Bermudez: “Cantando, cantando yo viviré, Colombia, tierra querida”.