Ni rosarios ni negocios en nuestros ovarios
Opinión

Ni rosarios ni negocios en nuestros ovarios

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junio 25, 2013
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El cuerpo de las mujeres ha sido tal vez uno de los territorios de luchas y de control más fuertes durante siglos en la mayoría de las culturas.

Controlar el cuerpo de las mujeres garantizó la “seguridad” de la línea patriarcal de las herencias, por ejemplo, gracias a lo cual se consolidaron las sociedades de clases. Pero también garantiza alivianar el miedo de los hombres a la libertad y al poder de las mujeres, expropiarlas de un territorio clave para el pensamiento libertario, para el goce y para la rebeldía.

Desde que se impusieron las religiones monoteístas (calculan historiadores e historiadoras que hace 5000 años), las instituciones religiosas han jugado un papel protagónico en llenar de culpas y de miedos no solo a los hombres, sino a las propias mujeres sobre sus posibilidades de relacionarse de manera gozosa con el cuerpo femenino. Salvo la maternidad, las demás funciones y atributos femeninos han sido inferiorizados, patologizados, diabolizados, penalizados y medicalizados.

Así el cuerpo de las mujeres ha pasado a ser no sólo territorio de las religiones y reglas morales, sino de los sistemas jurídicos, del campo médico y por supuesto, del mercado.

Aunque a lo largo de la historia las mujeres intentaron y lograron controlar la natalidad, a  mediados del siglo XX la ciencia inventó métodos más eficaces y en apariencia más seguros de hacerlo. A diferencia de nuestras abuelas y otras mujeres más antiguas, las nuevas generaciones de mujeres pudimos decidir cuándo ser madres y cuántas veces serlo. Y eso representó una base sobre la cual edificamos otros niveles de autonomía.

Sin embargo, este grito de victoria que aún resuena en los tímpanos de nosotras y nuestras madres, se ha convertido a su vez en un nuevo cautiverio. Las industrias farmacéuticas, esos nuevos monstruos que extienden sus tentáculos comerciando con la vida y la salud de la humanidad y el resto de especies sobre el planeta, nos han aguado la fiesta de autonomía.

Con prácticas indecentes y ocultas, estas empresas han hecho que el negocio prime sobre la vida de cientos de mujeres. El reciente escándalo de,al menos 23 mujeres canadienses muertas por controlar su fertilidad con las píldoras Yaz y Yasmin de Bayer, parece confirmar que los ovarios de las mujeres han pasado de ser un territorio temido y odiado, a un territorio codiciado como un jugoso negocio.

Según la agencia AFP, las Yasminestán entre las pastillas anticonceptivas más vendidas, al menos en el mundo occidental. Contienen drospirenona combinada con etinil estradiol, un estrógeno muy común en los anticonceptivos orales. Al aumentar el riesgo de que las mujeres que los consumen formen coágulos sanguíneos, están multiplicando el riesgo de trombosis y todo tipo de enfermedades cardiovasculares y neurológicas.

En este punto del escándalo, quiero agregar un recuerdo para la reflexión: Hace unos años un secretario de salud de Cali hizo una compra masiva de Depoprovera, un anticonceptivo inyectable ya prohibido en Estados Unidos por sus terribles efectos secundarios. Miles de mujeres que acudieron a los Centros de Salud en esa época fueron medicadas con la Depoprovera, arriesgándose a sufrir hemorragias, a aumentar el riesgo de cáncer de mama, a experimentar vértigos, depresiones, etc.  Es decir, cuando en un país del llamado primer mundo surge el escándalo, las farmacéuticas lo ponen en oferta en alguno del llamado tercer mundo, donde no falta un funcionario que en el mejor de los casos por ignorancia y en el peor para recibir coima o comisión, lo compre, lo recomiende y lo prescriba a las mujeres pobres.

Es entonces, justo pensar que a la pobreza, las violencias, los controles moralistas, la penalización, la satanización del placer, hoy debemos resistir a un enemigo aún más feroz e invisible: el mercado. Por eso hoy las mujeres afirmamos con más fuerza y más razón que no queremos ni permitiremos más rosarios ni más negocios con nuestros ovarios, Es cuestión de justicia y de avanzar a mayores niveles de humanidad.

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