Carta abierta a Enrique Santos Calderón

Carta abierta a Enrique Santos Calderón

De la lora caqueteña

Por: Tony López
febrero 26, 2014
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Carta abierta a Enrique Santos Calderón

Querido Enrique:

Yo soy  la lora PAQUITA, la diplomática como seguramente algunos de mis paisanos me conocen. Gracias a su altruismo y su sentido de justicia, pude unirme a mis padres adoptivos que me siguen mimando y consintiendo. Gozo  de una perfecta salud y sigo trinando y hablando como lo que soy: Una lora.

Desde que  me enteré de que en mi país adoptivo se desarrollan los diálogos de paz, estoy feliz y contenta  porque siempre fui partidaria de que la guerra entre hermanos debía culminar. Soy precisamente de las afectadas por ese conflicto, pues mi madre me abandonó, sabe dios, si ello fue debido al envenenamiento que sufrimos los animalitos y los campesinos con el genocida glifosato, y ella murió.

Personas extrañas y cuyo idioma era distinto al nuestro, regaban desde esos pájaros grandes y metálicos, cuyos rugidos  también nos asustaban y mantenían en permanente estrés, seguramente ni ellos mismos sabían el daño que estaban ocasionando, no sólo a Colombia sino a la humanidad.

Ojalá que esa practica haya sido suspendida, pues miles y miles de mi especie y de otras muchas, mueren diariamente por  el envenenamiento al medio ambiente y dentro de algunos años, los colombianos sufriremos esa política, pues nuestras selvas tan ricas, tibias y donde el agua cristalina riega montañas laderas y valles, se verán afectadas y nuestra agricultura sufrirá los embates del envenenamiento de nuestra sagrada tierra.

Que pena que hombres nacidos en tierras de la otrora Nueva Granada, hoy conocida como nuestra bendita Colombia, son cómplices de tanta felonía.

Al  saber que Usted fue uno de los artífices de  iniciar los diálogos con la guerrilla de las FARC, no sabe cuanto me alegré y lo feliz que me sentí, pues sabe usted que mi padre adoptivo Don Tony como yo le llamo, se sintió tan feliz, que parecía un muchacho con juguete nuevo.

El y mi mamá Joaqui a quien amo profundamente, siempre trabajaron arduamente en pos de ese ideario de paz y él sigue atentamente todas las incidencias de estos diálogos y las noticias que llegan desde Bogotá. Se queja mucho de la poca información que se le ofrece a mis compatriotas sobre estos diálogos, él argumenta que el pueblo quiere saber y que en la misma medida que se avanza y se alcanzan consenso en los puntos de la agenda, ello significa no sólo un triunfo para el gobierno y la guerrilla, también para el pueblo colombiano y  nuestra América.

De mi parte soy también partidaria que se haga un alto al fuego y se llegue a un cese ofensivo de hostilidades, pues en medio de un dialogo lo sensato es que no se dé ningún margen para que estas conversaciones en La Habana se empañen o peor aún que se rompan. Deben de tener presente que hay algunos interesados en que estos diálogos no continúen, pues es evidente que hay muchos interés foráneos y nacionales en juego y  malévolamente quieren hacerlos  fracasar. No les importa la sangre que se derrame, pues por demás es entre hermanos y paradójicamente la gran mayoría de ellos gente del pueblo, humildes soldados y guerrilleros que los han puesto a pelear, por una causa que en nada les beneficia.

Digamos que yo soy también como una desterrada rescatada por mi padre adoptivo  en San Vicente del Caguan, pues de no existir esa guerra, hoy estuviera volando y trinando por las selvas del Caquetá, Meta, Nariño, Amazona y el Putumayo o sabe dios por donde estaría residiendo, además tendría familia, pues aquí no hay ningún macho de mi especie y si no es así, nada de nada. Sólo tuve un novio, cuando me fui a Nicaragua con mis padres y allí conocí a un loro precioso nombrado Pancho del cual me enamoré, pero no era de mi especie y no me deje montar y ahí quedó él.

Le cuento que él se vino para la isla cuando mis padres terminaron su misión, y mi madre se trajo a Pancho para  La Habana y se fue a residir con mi tía Mary en los altos de mi casa, le cuento que este es distinto a mi, es un pájaro irreverente, peleón y malcriado y la verdad ya no lo quiero ver, pues molesta mucho a mi tía y a mi mamá aunque ellas lo quieren mucho y yo a veces me pongo celosa, jaja.

Bueno Don Enrique ya le dejo y no le tomo mas tiempo, sepa que soy feliz, que a mi casa vienen muchos colombianos y participo en las tertulias junto a mis padres y sus amigos, en ocasiones hago lo mismo que en una ocasión hice con usted, encaramarme en su hombro y créame mucho, aunque soy Lora y no paloma, creo en la paz, espero que con la sabiduría que tiene usted y nuestro presidente Juan Manuel  lograremos alcanzar la anhelada Paz.

Con gratos saludos y recuerdo.

Paquita. La lora diplomática

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