Escuchaba ayer a Alberto Carrasquilla, ministro de Hacienda, cuya elocuencia es dudosamente comprensible, se enreda y farfulla de manera ininteligible. Pues bien, este hombre con un obtuso pasado tiene ya una relación promiscua con la realidad: ha anunciado que se aumentará en 500 mil millones de pesos colombianos la inversión para la educación superior en 2019, lejos de los 1.1 billones de pesos esperados para alcanzar la cifra de 4.5 billones.
Entre la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional de Bogotá, solo entre ellas dos, se asciende a un gasto de 139 mil millones de pesos, lo que hace alarde de la insuficiencia de esta cifra para llevar a cabo la reestructuración necesaria en el ente público.
Es bien sabido que desatada la polémica por la culminación del programa Ser Pilo Paga se evidenciaba una clara y colosal tendencia favoritista hacia las universidades privada. La Universidad de los Andes, la Universidad del Norte de Barranquilla y la Universidad Javeriana de Bogotá encabezan el ranking de las más favorecidas por este programada, sumando entre ellas 83 mil millones de pesos (solo ellas tres, solo en este programa). Debatible, pero entendible ante la necesidad de hilvanar los sueños de nuestros jóvenes y favorecer por competitividad a los "chicos" más "pilos" de nuestras academias.
La respuesta posmortuoria y merluza, las pocas luces del gobierno Duque, del ministro Carrasquilla y de su coequipera, la ministra Ángulo, contrasta con el puñado de nobles, corajudos, gallardos estudiantes y jóvenes que han hecho acopio de bravura al salir a protestar en todo el país, quienes no han sido insuflados por el miedo, sino que han espoleado su ánimo rebelde y la determinación de luchar por su causa.
La injusticia educativa que se imparte desde la satrapía colombiana tiene claramente su origen y consecuencia en la Ley 30 del 1992, totalmente pérfida y nociva, que intenta equiparar el crecimiento e inversión educativa junto a la exponencia del IPC anual desde dicho año, representando un techo maléfico, malvado para el crecimiento de nuestra universidades públicas, y que debe ser ulteriormente conculcada.
En esta etapa otoñal de mi vida, con varios lustros encima, ya no me jacto de mi coraje. Yo conozco a un montón de gente que es más valiente que yo: ¡y son ustedes muchachos! ¡Libres, libérrimos, libertarios! ¡Felicitaciones!