Un albergue en Ciudad de México para mujeres que fueron trabajadoras sexuales

Un albergue en Ciudad de México para mujeres que fueron trabajadoras sexuales

Alejadas de prostíbulos se refugian en la Casa Xichiquetzal para vivir con tranquilidad los últimos años de sus vidas

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octubre 05, 2018
Un albergue en Ciudad de México para mujeres que fueron trabajadoras sexuales

Marbella Aguilar guarda su colección de libros usados en un estante escondido en su habitación de Casa Xochiquetzal, un hogar de estilo colonial grande y de color amarillo en el centro de esta metrópoli. «Me encanta leer y escribir”, dijo Aguilar, de 61 años. “Poesía, prosa, lo que sea. No puedo dormirme sin que estén mis libros aquí al lado”. Entre sus favoritos menciona Los miserablesLolita y las obras de Pablo Neruda y de Tolstoi.

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Marbella Aguilar, de 61 años: «No quiero hablar del pasado, solo olvidarlo».

Pero ella misma podría llenar todo un libro con sus experiencias, pues su vida ha sido todo menos ordinaria. Y Casa Xochiquetzal no es cualquier hogar: es un albergue para trabajadoras sexuales retiradas o semijubiladas.

Norma Angélica Sánchez Garduza, de 53 años: «Nunca quiero regresar a las calles, es muy duro. Pierdes tu dignidad como ser humano». Nombrada en honor a la diosa azteca del amor sexual y de la belleza, la casa abrió sus puertas en 2006 después de que Carmen Muñoz, quien fuera trabajadora sexual, encontró a algunas de sus antiguas compañeras durmiendo en camas improvisadas hechas de cartón en la zona de La Merced, un “barrio rojo” en el centro de Ciudad de México. Las mujeres, después de una vida de trabajar en las calles, estaban solas sin tener a dónde ir.

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Norma Angélica Sánchez Garduza, de 53 años: «Nunca quiero regresar a las calles, es muy duro. Pierdes tu dignidad como ser humano».

Muñoz las acogió con apoyo de algunos aliados: un grupo de feministas mexicanas ofreció ayudar y con dinero tanto privado como público, y un edificio provisto gratis por el gobierno de Ciudad de México, fundaron Casa Xochiquetzal, un refugio para que las mujeres que dejaran las calles pudieran vivir con dignidad.

“Es un hecho recurrente que familiares, hasta los hijos, las abandonan, e incluso las lastiman, cuando descubren que son trabajadoras sexuales”, dijo Jésica Vargas González, la directora del albergue. “Todavía es una profesión muy estigmatizada”.

No es fácil encontrar la casa: está escondida entre un laberinto de puestos callejeros. Las puertas gigantes de madera de la entrada usualmente están cerradas. “Solo se permiten visitas con cita previa por correo”, dice un cartel a la entrada.

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Sol, de 60 años: «Todavía me duele el remordimiento. Lo que más duele es que tuve que hacerlo».

Durante una visita reciente, una de las residentes, que pidió que la llamara Sol, gritó desde el patio en el primer piso hacia el balcón de la segunda planta: “¡Ya está el desayuno!”.

En la actualidad hay dieciséis residentes, con edades que van desde los 53 a los 87 años, y cada una es responsable de cocinar su propia comida y de limpiar tanto sus habitaciones como las áreas comunes. Se atienen a un programa diario con actividades obligatorias, aunque la manera en la que cada una hace el trabajo establecido a veces las lleva a pelearse.

*Artículo publicado en el New York Times, una de las tres finalistas en categoría imagen del Premio de Periodismo Gabriel García Márquez 2018

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