Definitivamente en Colombia se nos están acabando las opciones, nos estamos quedando sin nadie en quien confiar. Y más que personas esta sensación es muy grave porque se refiere a instituciones que deberían ser el pilar de nuestra democracia. Al paso que vamos pocas entidades con responsabilidades públicas de origen gubernamental o privado, están quedando libres de toda mancha. Es decir, todo ciudadano de la calle se está sintiendo 'atropellado por la corrupción'.
Lo más grave es que la terrible segmentación social de Colombia también se refleja en el pecado de la malversación de recursos públicos, es decir, en el uso para beneficio particular de fondos que pertenecen a la sociedad. Es la cúpula del país, donde se supone que están a quienes se les aplica ese inaceptable adjetivo de 'gente bien' la que está dando las mayores muestras de que se perdió el norte en cuanto a la cacareada responsabilidad social, tanto en el sector público como en el privado. Lo que es evidente es que se volvió aceptable el festín de recursos que no son propios porque es la muestra de riqueza lo que da poder y la rapidez para alcanzarla, lo que se identifica con eficiencia, inteligencia.
No nos habíamos repuesto del escándalo de Interbolsa cuando ahora se descubre lo que está pasando en una de las pocas instituciones nacionales que aún tenían un amplio respaldo, las Fuerzas Armadas. Y no han sido precisamente los soldados rasos, a los que alimentan con salchichón, los que con frecuencia viven en cambuches, los que mueren por el país o quedan inválidos, los que resolvieron volverse millonarios con los recursos desinados al conflicto armado. No. Son los generales tanto del Ejército como de la Policía Nacional los que han demostrado unas habilidades infinitas para saquear el bolsillo de los colombianos.
Pero la pregunta que muchos se hacen es dónde estaban los honestos, que sin duda existen dentro de estos cuerpos, dónde estaban los ministros de Defensa, muchos de los cuales tienen hojas de vida impecables. Y más aún, donde estaban los instrumentos o instituciones de control que vigilaban la inmensa cantidad de recursos que se han destinado para la guerra. O es que no existen estos controles, lo cual es aún más grave. Manejar cifras que pueden representar entre el 5% y el 6% del PIB, monto con el que soñaría por ejemplo el sector salud, no puede haberse dejado al garete, como parece.
Claro que 'las manzanas podridas' no pueden empañar esta institución que tantas vidas y sacrificios ha hecho para lograr que Colombia esté hoy ad portas de un acuerdo de paz con las Farc, pero es fundamental que se reconozcan los errores, que se castiguen a los culpables y sobre todo que se enderece el camino.
¡Y qué no decir de los miembros de la élite que causaron el descalabro de Interbolsa! De las mejores familias, personas que ya se habían beneficiado de las ventajas de ser 'gente bien' en este país de poca clase media y todavía con muchos pobres. Imperdonable, y por ello como en el caso anterior, no hay escusa posible para que paguen sus penas como han vivido su vida, llenos de privilegios. Sería el peor mensaje que puede darse a una juventud que no debe entender nada, o peor aún, comprender demasiado: que si se es de 'clase alta', las cosas son más fáciles, más aún cuando de delitos se trata.
La corrupción no puede seguir atropellando a la sociedad colombiana. No hay excusa posible, venga de donde venga. Por consiguiente, entre las muchas cosas que tienen que cambiar en la esperada era del posconflicto, son las formas de control del manejo de recursos tanto públicos como privados, acabar con la solidaridad de cuerpo en casos de corrupción, estrategia que debe ser precedida por la recuperación del valor de la honestidad.
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