Abrazo a las madres de Soacha
Opinión

Abrazo a las madres de Soacha

No se puede aceptar la banalidad que encubre las ejecuciones extrajudiciales. Solidaridad y respeto para las madres que vieron morir sus hijos por un millón de pesos

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septiembre 24, 2018
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Los colombianos tenemos la obligación de recordar los espantosos asesinatos de Soacha, ocurridos hace diez años a manos de miembros del estado, para que nunca se repitan. Y a las madres de Soacha, emblema del dolor de miles de familias afectadas por el mismo tipo de crímenes, mostrarles nuestra solidaridad y acogerlas con profundo respeto y consideración. El repudio a la brutalidad, sobra decirlo, está por encima de ideologías de izquierda y derecha.

Falsos positivos: un eufemismo que, en Colombia, banaliza hechos terribles. Es pariente, como expresión, de una falsa alarma. Un diagnóstico médico errado, una señal de un embarazo que, finalmente, no lo es, son falsos positivos. Convive con otras referencias militares como “neutralizar”, mi más ni menos que matar, quitar la vida a un adversario.

Hace diez años varias madres de Soacha perdieron sus hijos, algunos de ellos menores de edad. Son ellas emblema del dolor de un crimen sin par en ese siglo: jóvenes asesinados por miembros de la fuerza pública que, a cambio, hacían méritos en sus carreras o recibían algún dinero o algunos días de vacaciones.

 

Son ellas emblema del dolor de un crimen sin par en ese siglo:
jóvenes asesinados por miembros de la fuerza pública que, a cambio,
hacían méritos en sus carreras o recibían algún dinero o algunos días de vacaciones

 

Una o dos directivas del alto gobierno, particularmente la 029 del 2005, suscrita por el ministro de Defensa, alentaba al cobro de recompensas por la captura o abatimiento de miembros de grupos al margen de la ley.

La directiva, sin embargo, no es suficiente. Se requiere de ejecutores, de orientadores que armaban el entramado: detectar a los muchachos, embaucarlos con cuentos como el del empleo, fusilarlos, disfrazarlos, montar el escenario de policía judicial y, por ende, comunicar, triunfalmente, el éxito heróico a las autoridades y los medios de comunicación.

Y, necesarios, son los personajes obedientes que le caminan a lo que el respectivo superior les dispone. Como Hanna Ahrendt lo dice de Eichmann, el nazi de la logística de transporte de familias judías a los campos de concentración: individuos que podrían ser, prácticamente, nominados al honorífico empleado del mes. Asesinos que tienen hijos, que van a misa, que sienten que cumplen con su deber. La banalización del mal.

Lejos de conseguir la satisfacción de las madres de Soacha, en agosto pasado el teniente coronel Gabriel de Jesús Rincón, en la sala de definición de situaciones jurídicas de la JEP, pidió perdón. Se reconoció que el militar armó y aprobó operativos como los de Soacha y proveyó el pago de un millón de pesos por cada joven captado para ser asesinado y presentado como guerrillero muerto en combate. A las madres, obvio, les ofende que los asesinatos de sus hijos formen parte, de acuerdo con algunas interpretaciones, de hechos de guerra, propios del conflicto.

Mas allá de lo que la ley disponga, el verdadero reto consiste en que la sociedad colombiana dé garantías de no repetición de hechos de barbarie como los llamados falsos positivos. Es un asunto de cultura, que envuelve el repudio radical con la solidaridad y el acogimiento a las familias víctimas. Por ello, hay que recordar, de manera recurrente, los hechos para que nunca sean repetidos. No se puede aceptar la banalidad que encubre las ejeciones extrajudiciales.

Solidaridad y respeto con las madres de Soacha.

 

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