"Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos" Nuestra América, José Martí.
En el momento actual la gente piensa que la guerrilla ganó con los acuerdos de paz lo que perdió en sus años de lucha armada. Pese a que renunciaron a la guerra, sigue, y quizás por mucho tiempo, su rechazo social. No se imaginan que para que se logren los cambios en el sistema, que demanda una sociedad en tránsito a la reconciliación, se requiere voluntad política de ambas partes.
Aunque las transformaciones no se han visto, ni se ha producido algún impacto significativo de la construcción de la paz, hay visos de movimientos en el establecimiento, hay amenazas de irrumpir una tercera fuerza distinta a la clase emergente y a la tradicional o dinástica. Sin embargo, en ese marco pareciera que se estuviera reforzando el perpetuo modelo, en vista de que el estado de cosas sigue igual, así se añore un irreversible cambio de época.
Frente a esta coyuntura crítica es clave el diálogo entre las diversas fuerzas y de los movimientos alternativos en la búsqueda de la convergencia, dirigida a construir pactos, propuestas y a equilibrar los pesos, con el control social y político. El acontecimiento histórico de la humanidad, como lo fue la dejación de las armas, después de un acuerdo de paz del grupo insurgente más antiguo de América, no puede pasar desapercibido, quedar como una rueda suelta en nuestra sociedad, terminar desdibujado en un conflicto armado peor o llevar a que se legitime un sistema que avasalla con el trabajo precario, el clientelismo, las deudas y bases de datos y la exclusión a la clase trabajadora; que imposta dirigentes carismáticos que en su plan de negocios piensan que el país es suyo, o las instituciones, y que todo lo que hagan está bien, por lo que quien se monta a la tabla, estaría en la cresta de la ola, recibiría los favores de estar en la rosca, y viviría de la apariencia de poder, bajo el sometimiento a una estructura basada en la lealtad intrínseca al patronazgo de turno, que quita y que pone; que suelta la pita, con las prebendas, y la amarra, en las contiendas.
Quizás por ello la táctica es continuar con la idea de generar el manto de duda frente a los avances que como sociedad traerá la construcción colectiva de la paz, para lo cual, a quienes detentan el poder, se les hace clave irradiar el cuento del gallo capón del enemigo común: el coco que les sirve a sus intereses particulares y para preservar sus privilegios; el peligro, que todo lo puede y que para detener su amenaza “omnipresente” hay que destinar o adicionar el grueso del presupuesto a la defensa, a la infraestructura, a contener los riesgos, al tiempo que se le baja a la justicia social, a la educación, a la salud, al hábitat, a la prestación de los servicios públicos esenciales, a la realización de los derechos, a la calidad de vida. Pero, recuerden siempre que a punta de bala y de cemento, no se come.
El coco de las guerrillas, de los Maduros, de los mafiosos mexicanos, de los guaches, digo Guachos, y demás, que ahora llaman disidencias de las antiguas Farc y otros grupos armados ilegales, de las invisibles Águilas de lutos, de la criminalización de la protesta social, de los inmigrantes irregulares, de las demás fronteras y cortinas de humo que más adelante se inventarán para ponerle anteojos polarizados a la cruda realidad de que hay una crisis, de que los recursos públicos no son un barril sin fondo, que de la robadera de las estirpes delincuenciales con poder, la olla ya está tan raspada que está que se rompe; que las fuerzas políticas y sus liderazgos han perdido su real sentir —que es el servicio a la comunidad— para convertirse en un cartel más de la corrupción, hasta con gobernantes de fachada, puertas giratorias entre lo público y lo privado; sultanatos imposibles de modificarse desde adentro, sin que haya cesiones de poder, que en su gula, en su irrespeto a la ética, a las normas, a las buenas costumbres, han desbordado la capacidad de ingresos de la nación, por lo que el sistema va a necesitar aumentar la base, esta vez, quizás como siempre, en su credo del nuevo Dios Mercado, extendida a las franjas de población de la clase trabajadora que está más asfixiada por las cargas de la sociedad, que cada vez le exigen más al man de a pie y le descuelgan pesos a los que pueden.
En ese escenario, la tormenta perfecta para evitar la desmoralización de la gente, su conciencia crítica y libertad, su emancipación o su resistencia, es el miedo, a través del prisma mediático, del destaque de temas que se vuelven los prioritarios en las cocinas de las casas, léase la movilidad y la seguridad, por ejemplo, que son los grandes negocios y por lo que más la gente se endeuda para esclavizarse a los bancos. Allí es donde aparece el coco en su real esplendor. Caldo de cultivo para la manipulación y la especulación. Para las tensiones sociales, para el malestar y para el conformismo. Sin embargo, florece una generación de la paz, que se está educando, que amplía su pensamiento, que ha asumido otros discursos transversales, que ha dejado de mirar para otro lado, que desechó el debate belicista, que entre vientos y tempestades nos legó una fábrica de 8 millones de víctimas. A esta generación de la paz es a la que la sociedad le debería apostar. Aún hay esperanza. Vale la pena la paz, como diría José Martí en Nuestra América "con las armas del juicio, que vencen a las otras". Remember: trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.