Popayán: generaciones, tiempos y libros

Popayán: generaciones, tiempos y libros

Cada vez más se difumina esa vieja ciudad enmarcada en las cuadrículas del centro histórico, donde convivían los descendientes de los habitantes más antiguos

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
septiembre 20, 2018
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Popayán: generaciones, tiempos y libros
Foto: Sonilortiz - CC BY 3.0

Lo veía con frecuencia cuando el sol amainaba parado en la puerta de su casa, al igual que tantos longevos como los que pronto quizá seremos, que desde una silla de ruedas o en medio de las rejas de una ventana, al lado de su fiel mascota, buscan un pretexto para sentir que están vivos, contagiándose del frenético bullicio de la ciudad cada vez más motorizada y al ver pasar caras que no conocen, pues hace muchos años tienen más amigos en el cementerio que en la ciudad antigua, que para él, su padre y abuelos era un espejismo de recuerdos ligados a la restauración de los pasos cargados por varias generaciones de "patojos" en innumerables Semanas Santas, y que al igual que tantos sitios como el café Alcázar, el hotel Lindbergh y muchos otros fueron revolcados por el terremoto de 1983. A veces en los lugares y momentos más inesperados son despertados por esas caprichosas asociaciones de la memoria, que en los sueños, al encontrar una amarillenta y ajada foto, o un viejo instrumento del trabajo que se dejó de ejercer hace años, nos topamos en un rincón del cuarto de los chécheres, o en el cajón de “esas pequeñas cosas”, como canta Serrat.

Por una humana y poética semblanza que sobre él había publicado Grace Patricia Gallego, en El Nuevo Liberal, supe que se llamaba Luis Carlos Durán, vástago de varias generaciones de expertos carpinteros y ebanistas especializados en la construcción y reparación de las piezas que ensamblan los pasos de la Semana Santa y que con su trabajo había educado a siete hijos, todos profesionales.

Con su partida sentí que cada vez se difumina más esa vieja ciudad enmarcada en las cuadrículas del centro histórico, donde convivían los descendientes de los detentadores de las riquezas y el poder con las cohortes de curas, misioneros y monjas, los caballos y mulas, los burócratas a los que habían recomendado, con los artesanos de diversos oficios que les prestaban sus servicios, con las ñapangas que además de las artesanías y apetitosos viandas les brindaban otros entretenimientos, al igual que las indígenas y negras desarraigadas de sus latifundios para dedicarlas al servicio doméstico.

Era el Popayán como una réplica familiar del Santafé de Bogotá  exvirreinal de sus parientes cachacos, luciendo vestidos oscuros, sombrero y sombrilla. La ciudad lluviosa de campanarios activos, misas en latín, música religiosa en las emisoras durante los días sacros y las mujeres con faldas largas y pañoletas cubriendo sus cabezas.

Era la Popayán, que desde 1908, cuando fueron escindidos los departamentos de Nariño y Valle del Cauca, ya había sufrido las consecuencias económicas, políticas y mentales de la desmembración de lo que fue el Estado Soberano del Cauca, que abarcaba la tercera parte de Colombia, y sus habitantes imbuidos de nostalgia por los gloriosos tiempos idos, como el pobre que alguna vez fue rico, desde las conversaciones improvisadas en las esquinas, en las bancas del parque Caldas, o en algún café de los que se esfumaron en el centro de la ciudad, se aferraban al recuerdo de las peleas familiares y políticas de caudillos como Obando, Mosquera y Arboleda. También abrazaban los versos de sus poetas, encabezados por el maestro Valencia, o se dedicaban a evocar sus año de prosperidad, en medio de largas tertulias al ritmo del tiempo detenido de la emblemática torre del reloj, donde no faltaban las graciosas anécdotas y chismes narrados con gracia y hasta en pipianescos versos adobados con el ají que en los corrillos o en publicaciones como el cadapuedario Satanás de Laurentino Quintana  desplegaron clásicos epigramistas y repentistas como Daniel Gil Lemos, Livio Paz Caldas Vicente Paredes Pardo, los hermanos Daniel y Jaime Vejarano Varona, Holofernes y otros representantes de esa Popayán que se fue y que en parte fue rescatada de las contingencias del olvido y del Alzheimer que amenaza la tradición oral, por Guido Enríquez Ruiz en el libro Todo el mundo es PopayánAnécdotas, Epigramas, Mentiras y Verdades de ediciones de la Tertulia Payanesa y Popayán Positiva de Antonio María Alarcón.

Rituales para profanar el ego. Con este título, el miércoles 19, en el auditorio del Banco de la República, el escritor más prolífico y reconocido de Popayán, Víctor Paz Otero, presentó su obra compuesta por 102 piezas narrativos, donde desborda su impactante poesía y riqueza de imágenes y conceptos que como flechazos nos despiertan al leerlos.

Con más de 25 obras publicadas entre ensayo, poesía y novelas como la autobiográfica y polémica La eternidad y el olvido, e históricas editadas por Villegas Editores sobre personajes como Bolívar, Obando, Santander, Mosquera y Miranda, Paz Otero sirve como abrebocas a la feria Popayán, ciudad libro, donde estrena su editorial La Metáfora Ediciones con el libro impreso por Editorial López.

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