Populismo, fascismo y dictadura: La encrucijada venezolana

Populismo, fascismo y dictadura: La encrucijada venezolana

Por: Ernesto Mieles-González
febrero 25, 2014
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Populismo, fascismo y dictadura: La encrucijada venezolana
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¿Es Venezuela una dictadura actualmente? ¿Es el gobierno de Maduro fascista? De la respuesta de esas dos preguntas dependen la suerte de la nación vecina y el futuro de la región, esto último debido al peso geopolítico que tiene Venezuela por ser uno de los principales países exportadores de petróleo en el mundo y por el liderazgo que ha tenido en el bloqueo del proyecto neoliberal en América Latina, así como en la articulación de uno alternativo, distinto al determinado por la política exterior usamericana.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, cuyo propio padre cayó asesinado por escuadrones de la muerte en la década de 1980, ha sostenido que Maduro es el verdadero fascista y no los líderes de la oposición, buscando así invertir el postulado sobre el que históricamente se articuló la defensa del proyecto -la "revolución"- chavista. Su argumento -si se lo puede llamar así- es que fascismo viene de fascio, haz de espigas. "Lo típico de los fascistas era atacar en gavilla, con uniformes negros, contra cualquiera que se opusiera al gobierno de Mussolini", dijo enfáticamente en su columna dominical de El Espectador de Bogotá (http://www.elespectador.com/opinion/quien-el-fascista-columna-475272).

Conforme a su análisis, Venezuela es esencialmente una dictadura fascista. Para darle sustento recurre a un parangón entre el régimen venezolano y lo que fuera el fascismo italiano, concluyendo que comparten características: "Lo típico del fascismo es ser al mismo tiempo revolucionario y reaccionario. Nacionalista, anticapitalista y populista. Le gusta dividir a la sociedad entre amigos y enemigos, en buenos y malos, en fieles y traidores, valerosos y escuálidos. Característico es también que el fascismo apruebe un sistema electoral mayoritario, en el que basta una pequeña mayoría en la votación para obtener una gran mayoría en el parlamento."

Diversos analistas y activistas, algunos de izquierda, han retomado esa idea, asegurando incluso alguno que el de Maduro es un régimen que tiene las catorce características del Ur-Fascismo señaladas por Umberto Eco (http://www.themodernword.com/eco/eco_blackshirt.html). La primera de ellas es el culto a la tradición. ¿Apela realmente el chavismo al culto a la tradición? No lo parece, aunque Chávez hizo constante alusión y referencia a elementos de la cultura popular, incluyendo el catolicismo. La décima característica enunciada por Eco es el elitismo. En este caso tampoco parece cumplir el gobierno de Maduro con el requisito aunque sea cierto que en la era del chavismo (la llamada Quinta República) surgió una nueva clase alta que, como antes hizo la del puntofijismo, hoy huérfana de poder político, se nutre de las rentas del petro-Estado.

Para no continuar con el escrutinio y dejar de verificar si el gobierno de Maduro cumple con esas catorce características, por ser éste un ejercicio fatigoso e inconducente, baste decir que efectivamente el gobierno de Maduro es populista y en consecuencia nacionalista y anticapitalista, revolucionario y reaccionario. Estas, sin embargo, son características comunes entre el populismo latinoamericano (de derechas y de izquierda) y el fascismo, mas no elementos definitorios, y por tanto exclusivos, de este último. La verdad es que todo fascismo es populista, pero no todo régimen populista es fascista, pues para que éste surja, además del anti-capitalismo o el nacionalismo y del maridaje entre vanguardismo revolucionario e ideología reaccionaria, se requiere la presencia de otros elementos, como el culto a la tradición o el aristocratismo (civil o militar), ya mencionados.

El de Maduro es un gobierno populista que recurre a un peligroso relajamiento (por no decir desconocimiento) de garantías judiciales básicas -como el derecho a un tribunal independiente o la prohibición del despojo de derechos civiles y políticos por decisiones de autoridades administrativas sin que haya juicio con las garantías propias de un proceso penal-. Es así que se persigue a algunos opositores violando el principio de independencia judicial. Como también se perciben actos de censura frente a canales de televisión con línea editorial adversa.

¿Pero eso lo convierte en una dictadura? ¿No ha habido acaso en Colombia, un país que se precia de ser una democracia madura, esfuerzos gubernamentales por minar la independencia judicial? ¿No es acaso Colombia un país donde el ejercicio del periodismo ha devenido una actividad peligrosa, como lo sugieren las cifras de violencia contra periodistas, especialmente los de medios regionales, que se ven obligados a la autocensura? ¿No es Colombia uno de los países donde resulta más peligrosa la actividad sindical?

Según el politólogo Víctor Mijares, Venezuela fue una "autocracia competitiva de partido hegemónico" durante el gobierno de Chávez. Con la muerte del líder el proyecto se ha fragmentado y el presidente Maduro parece no tener la capacidad de imponerse hegemónicamente (ver su entrevista para la Deutsche Welle del 13.02.14). Ni bajo Chávez ni bajo Maduro ha sido entonces Venezuela una dictadura, pues se han realizado elecciones periódicas libres y con veeduría internacional, y de todos modos algo va de una autocracia competitiva a un régimen dictatorial, como bien se sabe en Colombia, donde las chances de que se instale un gobierno nacional alternativo son mínimas -por no decir nulas- y eso no ha impedido reconocer la existencia de una democracia (frágil o disfuncional, pero democracia al fin y al cabo).

Venezuela no ha aprovechado al máximo los recursos provenientes del petróleo para avanzar con más celeridad en la senda del desarrollo (educación y salud de calidad para todos, seguridad social universal, investigación de punta en ciencia y tecnología, seguridad ciudadana y liberación frente al miedo). El país no tiene autonomía alimentaria y el estado sigue siendo rentista. Pero el mal manejo económico o la apenas leve mejoría del país en las mediciones del Índice de Desarrollo Humano no hacen del actual gobierno una dictadura. De modo que si la oposición desea un cambio de régimen o al menos un cambio de gobierno debería esperar y convocar y ganar un revocatorio presidencial, figura que contempla el ordenamiento constitucional venezolano (art. 72 de la Constitución) y que, por cierto, es desconocida en Colombia, donde en la práctica opera la inmunidad presidencial y no hay ninguna instancia o mecanismo de accountability real por parte del presidente de la República.

Los demócratas no pueden cohonestar la represión indiscriminada ni celebrar la censura ni la violación de derechos de los que se manifiestan pacíficamente. Pero el idealismo asociado al discurso abstracto de los derechos humanos no puede impedir ver que en los últimos quince años ha habido intentos de desestabilización que incluso se materializaron en un golpe de estado a Chávez en 2002. Esos intentos pasan por la desinformación, por la distribución de imágenes trucadas o falsas que reportan violencia extrema o por la circulación de opiniones y suposiciones enmascaradas como información.

A criticar entonces los desmanes y desafueros cometidos por fuerzas policiales o para-policiales (los llamados "colectivos"), pero sin hacerle el juego a quienes claman por la aplicación de la Carta Democrática de la OEA -sin que estén dadas las estrictas condiciones para ello- o sueñan con una intervención usamericana en territorio venezolano, similar a la que en 1964 depuso el gobierno de João Goulart en Brasil o a la que en 1973 segó de un tajo el experimento democrático chileno liderado por Salvador Allende.

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