“Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

“Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

Reportaje sobre la esclavitud sexual y laboral en Colombia. Testimonios y cifras dan cuenta de la grave situación que viven menores de edad y afrodescendientes que son sometidos a innumerables abusos

“Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

 ¿Qué se le ofrece patrón?

Patrón, propietario de un bien usado por otros,  persona que emplea obreros o trabajadores, defensor o protector de alguien o algo. Estos son algunos de los significados que arroja una búsqueda general acerca del concepto que se esconde detrás de esta palabra. El que una persona negra le diga patrón a una persona blanca en una ciudad como Cartagena, convierte estos significados en una significación social. La misma que permite identificar, describir y explicar las permanencias y transformaciones de las prácticas de poder, de sometimiento y sumisión propios de la esclavitud, que no se dan solamente en Cartagena. Estas actitudes y prácticas se transportan con las personas a través del tiempo y de generación en generación.

En el 2013, no es extraño ver caminando por las calles de Cartagena a mujeres blancas seguidas por mujeres negras cuidando de niños y niñas blancas. Las mujeres blancas son las personas que emplean a las mujeres negras; las negras son sus beneficiarias. ¿Hasta dónde esta relación que se establece entre patronas y trabajadoras puede transformar a las mujeres negras en un bien usado por otros u otras, es decir, en sus esclavas?

El testimonio de Jenny Hurtado presidenta del Sindicato de Trabajadoras Domésticas, Sintrasedom -sucursal Cali- es elocuente. Jenny es una mujer negra. No nació, ni ha vivido en Cartagena. Ha hecho resistencia a la esclavitud desde la lucha contra las prácticas de explotación laboral de mujeres negras y blancas sometidas al servicio doméstico.

¿Por qué es pertinente el testimonio de Jenny?

Cuando Jenny tenía ocho años, fue entregada por su madre a una mujer blanca para que le prestara el servicio doméstico. Su progenitora era madre soltera y velaba por 8 hijos porque su esposo en razón a que ganaba buen dinero y lo gastaba en trago y en otras mujeres, la abandonó. Jenny, entonces, dormía en el piso (el perro en su propia cama), comía en la cocina (el perro en su propia taza),  hacía los oficios que la patrona no (recogía la caca del perro); trabajaba pero no devengaba, porque el dinero lo recibía su madre.

Jenny siempre supo que estaba siendo esclava pues rechazaba las acciones de sometimiento de su patrona a través de actitudes de reivindicación de su dignidad. En una ocasión, Jenny encontró una “trampa” que su patrona le había puesto: una joya preciosa y dinero en un recipiente que debía asear. Lo que hizo fue recoger la caca del perro, mezclar en ella los “hallazgos” y “obligar” de esta forma a su patrona a “escarbar” en la caca del perro sus pertenencias. Lo hizo, dice, para demostrarle que tenía “valores” y que todas y cada una de sus acciones de resistencia tenían una significación. Esa lección fue motivo para que la despidieran. Para sí misma, Jenny había ganado la batalla en contra del sometimiento y se habría librado de la herencia de la esclavitud. Había invertido la pirámide del poder que proporciona tener dinero pero, además, descargado de sus hombros la pesada “herencia” de la esclavitud para no transportarla nunca más.

Lo que no sabía, era que estaba siendo aprovechada como mano de obra (seguramente barata) en desarrollo de sus fuerzas productivas (una niña cuenta con más energía vital que una mujer…en este caso su madre), pues le parecía correcto ser “solidaria” con su madre a través de la generación de recursos para ella y sus hermanos/as ya que no contaban con un padre “proveedor”.

En últimas, Jenny estuvo haciendo resistencia a una forma particular de relaciones de producción (acuerdo económico entre su madre y su patrona) que hacen parte de la historia económica universal de la trata de esclavos.

A través de historias como las de Jenny podemos dar cuenta, que detrás de la cifras se encuentran motivaciones para promover los procesos de transformación social que toman tiempo (que no van al ritmo de los informes de resultados, ni de la noticia) pero que no por eso hay que dejar de hacerlos. En estos procesos deben participar todas las instituciones sociales, incluyendo la familia o núcleo primario de la sociedad.

A este tipo de relaciones de producción y a la manera como se enlazan con las prácticas familiares que las validan, ser refiere Luz Stella Cárdenas directora de la Fundación Renacer en Bogotá: “A nosotros en Colombia nos hace falta ponernos a pensar, pensarnos como sociedad, es decir a repensarnos, a nosotros nos hizo daño el narcotráfico, la violencia de tantos años y nos acostumbramos a ese tipo de violencias y a ese tipo de transacciones comerciales en las que la vida del ser humano es importante en la medida de cuánto dinero tienes o posees, y en esa cultura comercializamos todo, comercializamos los cuerpos, comercializamos las almas, comercializamos todo...¡las familias lo dicen! ‘es que mi hija sí es verraca porque no se deja morir de hambre y se fue para Japón, no se deja morir de hambre porque trae la plata a la casa’. ¡Ahí nace todo!… pero no es que sean malas mujeres no es que sean las peores madres del mundo…ellas representan al común de las madres de las comunidades en estas condiciones…lo que quiero decir que está generalizada y permitida esa conducta… ¡no pasa nada! El chino se va para España…roba bancos y trae esmeraldas… y cuando llega aquí se compra una camioneta…y lo que dicen es… ‘¡el chino está progresando!’, ¿sí?.. Y resulta que nadie pregunta ¿oiga y si termina preso?, ¿Qué está haciendo?, ¿los valores de él?, y yo me pregunto ¿cómo están educando a sus hijos?, ¿sí?...tenemos una sociedad basada en la ilegalidad y pues ahí nace la explotación, nace el narcotráfico, nace todo… entonces no importa si yo paso por encima de ti”.

Foto: Robespierre Rodríguez - “Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

Foto: Robespierre Rodríguez

 

Luz Stella da testimonio de la violencia sutil normalizada de la que participan madres, hijas e hijos en aras de la supervivencia. En casos como este las madres esclavizan a sus hijos e hijas y todas y todos son esclavizados por el llamado status o necesidad de mantener una apariencia por la que se paga un precio incalculable.

Hasta ahora, lo que han dicho Jenny y Luz Stella y lo que agregamos nosotros, es que hay prácticas culturales de explotación que se consideran normales o simples malas experiencias como en el caso del geógrafo. Lo que podemos agregar es que en los tres casos la economía familiar debe ser incluida como una condición de vulnerabilidad para las víctimas potenciales y reales de trata de personas.

¡Esta es la tierra del Champurrón: champeta, putas y ron!

Ricardo Chica, periodista e investigador de la Universidad de Cartagena, como nativo y hombre negro pensador de la comunicación y conocedor de su propia historia explica que: “Cartagena por su condición de puerto, siempre ha sido un escenario de convergencias que tienen que ver con los movimientos y las dinámicas de la gente… y que en los puertos donde entra y sale gente se hacen ofertas de vida licenciosa (como se decía en la Colonia)…como la prostitución… documentadas en el archivo general de indias, en España, donde se da cuenta de todos los movimientos portuarios en la época de la colonia y en los archivos de los consulados de comercio que existió aquí en Cartagena. Esto también va ligado a la vida de muelle, a la vida de puerto, al intercambio, a la confluencia de migraciones, al comercio de mercancías; lo mismo que a las manifestaciones Festivas del siglo XVII, XVIII y XIX que se van configurando alrededor de un eje y el eje está constituido por las prácticas del catolicismo… la virgen de las candelas se celebraba en La Popa y en los caminitos de la popa ocurrían estas prácticas licenciosas, las escenificaciones sexuales, las mismas que hoy día se realizan con las esclavas, con el personal de servicio de la casa; con los esclavos también. Entonces allí hay una negociación donde la cosificación del cuerpo es crucial”.  A esta condición de muelle, explica Ricardo, se suman los efectos negativos del sistema socio racial y la desaparición de un esquema subsidiado de la economía como consecuencia de la apertura económica.

Respecto a los efectos negativos del sistema socio racial afirma Ricardo: “…entre más blanco seas sufres menos los efectos del sistema socio racial…por eso es que tú encuentras todavía en las casas, a la mamá que le dice a la hija que tiene que mejorar la raza”.  Y agrega: “El sexo, en el marco del sistema socio racial, se perfila cómo un estereotipo; entonces la mulata, la negra, el negro, el mulato, el moreno son subjetividades exóticas que encajan en el escenario de playa, de relax, de tiempo libre. Y entonces  terminamos siendo una mercancía, esto no está tan lejos de lo que significa la esclavitud. La esclavitud es la cosificación, la mercantilización del cuerpo que pasa por el sexo”.   Respecto a la desaparición de un esquema subsidiado de la economía como consecuencia de la apertura económica comenta: “cuando se desmonta  el régimen subsidiado… cuando se cierran los muelles, cuando los privatizan y los barrios ya no tienen acceso a los muelles, a ese intercambio comercial, aparece el rebusque…cuando desaparece el empleo aparece el trabajo…el rebusque; por eso es que tu encuentras sesenta mil moto taxis… y por eso es que tu encuentras que antaño a principios de siglo, durante toda a la mitad del siglo XX las zonas de tolerancia de Cartagena eran claras, primero quedaban en Torises, entonces después quedaron en Tesca, después en los años sesenta desaparecieron; entonces aparecieron ciertos focos de la oferta de la prostitución en Cartagena como por ejemplo la calle de la media luna en Getsemaní que todavía quedan unas huellas, unos resquicios de eso. Pero hoy por hoy en virtud de los efectos de exclusión de modelo económico y donde no hay empleo, donde los niveles de informalidad son tan altos, tu encuentras un eje de oferta de prostitución que va desde el Laguito hasta los confines de la ciudad, hasta la salida hacia Turbaco; estamos hablando de una oferta de casi 20 kilómetros. En horas de la tarde, en horas de la noche, encuentras disposición de gente, señoras, señores, gente en todas las etapas de la vida para todo tipo de cliente que no son solamente los turistas, también son los camioneros…”.

Ricardo menciona la permanencia y transformación de las llamadas zonas de tolerancia (lugares delimitados para vender y comprar sexo) entre 1950 y 2013, las mismas que estaban ubicadas en los contornos y el centro de la ciudad. De acuerdo con Fernando Chacón, periodista y documentalista de la Red TAMAR, para 2009 en Cartagena dicha zonas de tolerancia rompen los límites dibujados por Ricardo y se establecen “de manera informal” en las plazas de mercado, las zonas de invasión y los sectores populares, es decir los lugares dónde niños y niñas se rebuscan la comida; allí llegaban los pederastas a intercambiar sexo por comida. Nosotros, para 2013 pudimos comprobar, por observación participante, que aún hay niñas sentadas en la barra de bares conocidos de la ciudad ofreciendo sus servicios y que ahora hay parejas de nativos jóvenes con extranjeros adultos compartiendo en lugares de “recreación” y relax. Por referencias externas  supimos que el barrio Nelson Mandela es un sitio abierto a este tipo de prácticas.

Int 2 - “Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

Foto: Robespierre Rodríguez

 

Al ser interrogado sobre la relación entre explotación sexual y esclavitud, Ricardo responde: “Cartagena es una cuestión  ambigua porque en Cartagena encuentras unas prácticas de la verraquera, unas prácticas de la tenacidad y encuentras que la gente sale a las calles y pone una mesa de fritos y trata de supervivir…pero eso no ocurre en todos los casos. Fíjate, el día que no hay comida en la casa mandan a la muchacha donde la tienda del cachaco, a la muchacha de 14, 15, 18 años, la de 25, la que sea, va y todo mundo en la casa sabe a qué va y entonces ella va donde el señor de la tienda y él le puede decir entonces vamos pa´detrás de la cortina…y eso ya resuelve el arroz, el papel higiénico, la salsa de tomate y el huevo….entonces fíjate que dentro de las prácticas de la supervivencia, dentro de las prácticas de la micro resistencia, dentro de las prácticas de la tenacidad, está este elemento de  comerciar con el cuerpo… a mí me parece que el perfil de la subjetividad más despreciada y más mal  tratada en Cartagena es que seas mujer, que seas pobre, que seas negra, que vengas de los montes de María: ¿qué haces tú, además de una familia que seguramente está fracturada por todo tipo de violencias; que haces tú a los 15 o 16 años…en un contexto excluyente…en un contexto donde te discriminan?. ¡Hombre!, sencillamente buscas un marido que es lo que hacen muchas mujeres y no solo de Cartagena, yo pienso que en Colombia, buscan un marido que les resuelva el problema…y bueno si ese marido finalmente te dejo por otra… buscas otro y pares un hijo a ese  también, ¿sí?, y de una u otra manera las mujeres utilizan esa táctica para sobrevivir, estoy hablando de ciertos perfiles de ciertos casos, no hay que generalizar, habría que indagar”.

Lo que han dicho Ricardo  y Fernando es que hay prácticas de abuso que se dan al interior de la familia y que normalizan el uso del cuerpo de las mujeres como medio para la generación de ingresos (tanto para los padres como para los hijos) y que esta normalización traza una línea directa entre abuso sexual de menores y explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes. Dichas prácticas encuentran sustento en imaginarios como el de “mejorar la raza” que se asocia con el “status” que le proporciona a una mujer negra casarse con un extranjero y tener un hijo con él, para que la “mantenga”. Hecho que transforma el matrimonio en una transacción. Esto es “lo normal”, la normalidad sobre la que hay que aplicar un proceso de transformación social.  En otras palabras, la condición de puerto que refuerza la mercantilización del cuerpo como cualquier otro bien y la auto discriminación expresada en los llamados procesos de blanqueamiento son prácticas normalizadas a través de la cultura que han trascendido los siglos. Lo que podemos agregar es que ambas deben ser consideradas como condiciones de vulnerabilidad para las víctimas potenciales y reales de trata.

Superada la explicación podemos afirmar que las declaraciones de Ricardo nos introducen a la llamada esclavitud moderna o trata de personas en la modalidad de explotación sexual de mujeres y niñas y nos obliga a explicar que trata de personas y prostitución no son la misma cosa. La trata de personas es la conversión de las personas en mercancías, es la cosificación del ser humano. Es por eso que los casos de Jenny, la niña que se fue a Japón, el joven que se fue a España y la niña que fue a la tienda del cachaco podrían configurarse como trata, porque aunque cuesten ser interpretados desde la ley, pueden ser interpretados desde la cultura.  Diferente es que la modalidad más conocida y denunciada de la trata de personas sea la explotación sexual de mujeres, pero debemos decir que no es la única.  Esta consiste en captar, trasladar dentro o fuera del país, quitar la identidad, incomunicar y prostituir de manera forzosa a una mujer.  A diferencia, la prostitución puede ser la libre elección de una persona con autonomía para decidir sobre las condiciones de su trabajo. Sin embargo, una mujer que ejerce la prostitución puede ser víctima de trata cuando es obligada a ejercer en contra de su voluntad, o si hubo consentimiento inicial, éste es nulo por estar viciado. Con el ejercicio de la prostitución forzada la relación entre mercancía y consumidor, la esclavitud sexual, comienza a ser directa porque a las mujeres se las trata como un objeto y a los hombres como los dueños de ese objeto.  Como vemos, antes como ahora, en el contexto de la esclavitud sexual y la trata de personas, el cuerpo sigue siendo un bien, es decir, una cosa adquirida a través del dinero, con un agregado, con un plus que hasta ahora no ha sido mencionado de manera explícita pero que seguramente está presente, pues hemos hablado de niñas y jóvenes, nos referimos a la virginidad; un “valor” que sin lugar a dudas aumenta el precio de la mercancía y el “status” de la virilidad del consumidor en el mercado de la trata de mujeres en la modalidad de explotación sexual. Esta afirmación es confirmada por Helga Flamtermesky coordinadora del proyecto Mujer Frontera del departamento Psicología Social Universidad Autónoma de Barcelona. Helga trabajó por más de tres años en una investigación acción participativa con mujeres de países “proveedores” y “compradores” de mujeres y con mujeres que se autodefinen como “esclavizadas en el día a día de la trata”. Para testificar, Helga refiere la historia de Lily; Lily me contó que “cuando tenía cinco años sus padres empezaron a vender sus servicios y “caricias” para conductores de taxis y buses. Me explicó como recordaba el primer día que la obligaron a meterse en la boca el pene de un señor, recordaba el olor, los colores […] El trabajo consistía en entrar al coche, metérsela en la boca y salir rápido. Debía hacerlo una y otra vez y  con diferentes hombres todo el día. […] No importaba si lloraba, es más, sus padres le decían que si lloraba a los clientes les gustaba más […] Su padre vigilaba para que no la tocaran mucho, y vigilaba para que no la violaran porque ante todo tenía que conservar su virginidad para poder venderla a un mejor precio después. Decía que cuando le llegó su primera regla empezaron a ofrecer su virginidad en una casa de prostitución. Sus padres la llevaban allí el segundo, tercer, y cuarto día de regla para fingir un sangrado de virginidad y de desgarro”.

Foto: Scarlett Cinema - “Yo nací puta y puta moriré”: niña explotada sexualmente en Cartagena

Foto: Scarlett Cinema

 

En algún momento de la historia colombiana, hacia los años cincuenta, la virginidad era considerada al interior de la familia o unidad primaria de la sociedad, un “valor” localizado en el cuerpo de la mujer, a través del cual el hombre, en el momento de casarse, adquiría el honor; cuando el esposo tomaba la virginidad de su esposa (quien era honorable por ser virgen) se convertía en su dueño. La esposa, quien había entregado  su virginidad a cambio de convertirse en esposa y madre sería reconocida como la madre de sus hijos, es decir, de los herederos de todas las provisiones que el hombre lograra con su trabajo. Esta concepción del matrimonio como una transacción simbólica y económica se traduce en la adquisición de las mujeres por los hombres, a través del matrimonio, como un bien más; y se extiende al mercado de la explotación sexual en la necesidad de conservar la virginidad de las mercancías aunque físicamente, la hayan perdido. De nuevo Helga da testimonio de lo dicho: “en la primera visita que hice a un puerto donde hay un centro escondido de rescate, atención y acogida a víctimas de trata, vi que en la sala donde comen y se reúnen había unos carteles con la foto de una fruta y una serie de recomendaciones en varias lenguas. No entendía por qué esa fruta encabezaba advertencias y recomendaciones para mujeres que no estuvieron en situación de trata. Pregunté ¿qué era esa fruta y por qué estaba en el cartel? Las mujeres hicieron silencio y se miraban entre ellas, y le pidieron a la psicóloga del centro que me explicara, porque a ellas les daba vergüenza. El cartel era una advertencia sobre el uso de esa fruta dentro de la vagina de las mujeres, las enfermedades que da, y recomendaciones para lavarse después de usarla. Esa fruta roja, pequeña como una uva, se utiliza para vender la virginidad varias veces. Las mujeres con las que hablamos ese día nos contaron que a algunas les obligaban a ponérsela varias veces al día para engañar a los clientes pues esa fruta explotaba en su vagina y parecía sangre”.

Con el ejercicio de la prostitución forzada, narrada a través de la historia de Lily y de las mujeres obligadas a pasar por vírgenes varias veces, la relación entre mercancía y consumidor comienza a ser directa y evidente.  Como vemos, antes como ahora, en el contexto de la esclavitud sexual y la trata de personas, el cuerpo sigue siendo un bien, es decir, una cosa adquirida a través del dinero. A partir de esta información y haciendo un enlace con el concepto de esclavitud  y de patrones, es decir, los propietarios de un bien usado por otros, vendrían a ser, de nuevo: por un lado, los padres de la niña y adolescente, pues comenzó a ser explotada sexualmente antes de perder su virginidad, y por el otro, las y los dueños del negocio de las “vírgenes eternas”.

Pero y entonces ¿Cuál es la relación entre abuso, explotación y trata?

De acuerdo con Nelson Enrique Rivera Reyes, Subdirector terapéutico de la Fundación Renacer-ECPAT Colombia “lo que se llama abuso, legalmente, es un abuso sexual o acceso carnal y lo que se llama explotación implica una retribución”. Esto quiere decir  que toda explotación incluye un abuso. Nelson pone un ejemplo para explicarse: “…en caso de que el abusador esté dentro de la casa, en caso de que sea el padrastro…puede abusar a la niña… pero primero hace todo un ejercicio de conquista o a veces de amenaza…y entonces le da celulares…le da cosas…!eso ya lo convierte en un explotador[1]¡”. Y agrega: “entonces es muy difícil separar una cosa de la otra…la explotación sexual no tiene que ver con  el sitio donde ocurra el acto, puede pasar en la casa de la niña, en el vecindario, en el prostíbulo, en una whiskería…la diferencia fundamental (entre abuso y explotación) estaría en que haya o no retribución independientemente de cual sea la percepción que tiene el niño/a de esa retribución…tenemos niños de seis u ocho años que han recibido la retribución y no la ven como eso, ellos la ven como una transacción: tú me das eso y yo te doy esto…¡los niños no alcanzan a percibir lo que está pasando!”. Cuando las instituciones sociales han naturalizado la concepción de su cuerpo como un bien disponible para sus abusadores, llámense familiares o desconocidos, “por eso es que para los niños hay programas terapéuticos y para  los explotadores hay cárcel”, concluye Nelson.

Lo que ha dicho Nelson es que la naturalización existe y consiste en que las comunidades comienzan a ver algo, en este caso el abuso y la explotación, como algo normal. No es que los niños y las niñas lo vean como algo normal, es que no lo alcanzan a comprender. Es Nelson mismo quien cuenta el caso de una niña que haciendo resistencia al proceso terapéutico decía: “Yo nací puta y puta moriré”.



[1] Ley  1336  y 1329 de 2009

 

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