Desde hace algunos días se ha venido escuchando que las directivas del canal RCN Televisión han tomado varias decisiones respecto a la parrilla o al contenido de sus programas de información y entretenimiento. Lo anterior debido a una crisis de rating y compra de los productos y producciones que este canal ofrece, que desde hace largos meses no convencen al público y espectadores colombianos. Por eso están replanteando todos sus servicios, para así evitar un descalabro financiero que lo deje como la cenicienta de la televisión, por debajo de su competidor directo y bien posicionado, Caracol Televisión.
Estos cambios de contenido, o como bien lo llaman ellos parrilla, estuvieron enfocados en sacar nuevas producciones de manera instantánea y antes que su competidor (Caracol). Algunos ejemplos de ello son: La ley del corazón 2, Mi familia baila mejor y La esquina del diablo. Todo esto para ver si al fin logran posicionar una de estas en el top diez de las producciones más vistas de la televisión colombiana.
Sin embargo, no escribo este artículo para hablar de novelas o series, porque sé que a la final lloraremos todos juntos, lo que a la final sí deseo compartir es mi opinión respecto a uno de estos tantos cambios que con bombos y platillos RCN pregonó como medio para salir de la impopularidad del rating que hoy les acecha. Hablo o hago referencia al noticiero de la noche, cuyo horario fue modificado hace unos meses —también por decisiones de las directivas—, pasando de una hora a tan solo media. No obstante, gracias a las nuevas y masoquistas decisiones del canal, optaron por regresar el noticiero de la noche a su duración habitual, es decir de una hora.
Tal resolución me dejó pensando, lo cual me llevó a cuestionarla por múltiples razones. Sin embargo, antes de continuar dejo por salvedad que no tengo nada en contra del canal, más allá de las críticas a sus narconovelas, series mediocres, noticiero parcializado, etc. Además, que quedo claro que tampoco veo Caracol, no soy castrochavista, comunista o petrista, y no odio a Uribe ni a Claudia Gurisatti.
Con eso en mente, lo único que sí puedo afirmar es que soy un ciudadano que cree que en un país como este debería haber mejores medios de información y comunicación, donde las noticias no sean un lucro de victimización, miedos, pánico, caricaturización, mentiras y parcialidades, donde los intereses de unos pocos no lleven a la imposición de verdades, donde la comunicación y la información sean un servicio público, incluyente e imparcial, y sobre todo donde no se utilice el derecho a la libre expresión como el derecho a la mentira y la calumnia, ya que este estaría violando derechos de mayor calado en el ser humano.
Partiendo de todo lo anterior, cuestiono y dejo ver mi malestar con una decisión que a mi modo es masoquista, ya que creo, y sin ser pesimista, que lo único que traerá es más descontento del público colombiano. Sin querer tapar el sol con el dedo, una de las posibles causas —aunque indirectas— de la caída de la popularidad de este canal es su noticiero. Es lógico pensar esto gracias a la tan notable parcialidad que ha tenido el canal, y por ende su noticiero, con la actualidad política de los últimos años, además de su afinidad y contribución con líderes políticos renombrados y cuestionados, y por sus notables cambios en su forma de ver, comentar y mostrar las noticias y la información.
Cada medio de comunicación posee la libertad de tener afinidades políticas, de manejar su línea editorial como le plazca, de tener posturas ideológicas y de tener el mejor postor financiero, pero lo que a mi modo de ver no tiene derecho es a manejar a su conveniencia el derecho a la libre expresión, a manipular la información, a favorecer por medio de mentiras los interés de unos pocos, a ocultar de manera hipócrita y solapada su parcialidad política y económica, y fundamentalmente de desinformar a esa ciudadanía promedio que considera y confía en la información que medios como estos dan, y que hace que cada vez más ignoren la realidad y la verdad de un hecho, de un personaje, de una idea y de las circunstancias que suceden en su país.
Todo esto a a la final, como ya lo había dicho, una decisión masoquista, porque ¿cómo se le podría llamar a una persona o ente que le gusta o encanta realizar y repetir un mismo proceso, sabiendo que por ende obtendría el mismo negativo y doloroso resultado? Si las directivas del canal buscaban atraer al público nuevamente por medio del informativo, creo que se descacharon, estaban ciegos o ya no les importa el rating. Seguramente ya se acostumbraron a estar siempre de coleros, más sabiendo que su noticiero ya ni aparece compitiendo con la soledad.
Hoy más que nunca creo que no solamente este noticiero y canal en Colombia está en crisis, en sí considero creo que el periodismo barato, los canales baratos y las producciones baratas en este país abundan, y cuando hablo de barato no hago referencia al poder económico que se le haya impuesto, sino a la calidad, pertinencia y eficiencia de los mismos, y que en Colombia es muy escaso. El rating no puede ser el medidor objetivo de una realidad que hoy hace que tengamos que escribir y criticar un bien que nunca debería ser criticado —como lo es el derecho a la información—, pero que lamentablemente en este país desde hace varias décadas se olvidó, seguramente porque para muchos canales el lucro primó sobre el derecho, y el rating sobre la calidad.
Finalmente, y modo de conclusión, hago un llamado a los que les interesa tener una información veraz, objetiva, equilibrada, justa, imparcial y de calidad para que piensen más de dos veces en gastar su visión 20/20, su oído de centinela y su capacidad de discernimiento en canales y noticieros que a la final lo único que les interesa, como muy bien decía Giovanni Sartori, es convertirnos en una sociedad teledirigida (1997) y en un mediocre más que llene su ansia de rating.