Cuando los hijos mueren primero
Opinión

Cuando los hijos mueren primero

No puedo describir el tamaño del dolor, ni el aturdimiento frente a lo que parece absurdo, que un hijo se vaya antes que uno

Por:
diciembre 24, 2018
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Me conmovió el martes pasado temprano, mientras me afeitaba, escuchar por la radio que habían fallecido tres personas, jóvenes adultos, en un accidente en la autopista norte de Bogotá. Hablaban de la celebración de un grado en la noche del lunes, que el vehículo, con una de las graduandas a bordo, se había estrellado. Pensé en el dolor de los padres y hermanos de los jóvenes, en la situación terrible de pasar del cielo a la pena mas dolorosa en cuestión de instantes. Una noticia triste, un dolor que ocurriría de manera anónima para la sociedad y para mí y, finalmente, una estadística más en el informe anual de Medicina Legal que, de acuerdo con su última edición, registró 6499 muertes en Colombia durante el 2017 en accidentes de transporte.

Hace algo mas de once años murió mi hijo Antonio en un accidente de tráfico. Tenía 19 años y el mundo por delante. No puedo describir el tamaño del dolor, ni el aturdimiento frente a lo que parece absurdo, que un hijo se vaya antes que uno. Y claro, lo obvio, la pena y la impotencia de no verlo más. Pasan los años y creo que parte de lo que me ha ocurrido es que he aprendido a convivir con su ausencia. Aunque el dolor sigue, también está vivo el recuerdo, que me consuela.

Me sorprendí, cuando el martes hacia las siete y media de la mañana, por un wasap de un colega de oficina, me enteré que dos de los fallecidos eran hermanas, Irlanda y Daniela, que habían cursado estudios y que se habían graduado en el colegio Suba Compartir, fundado y administrado por la Fundación Compartir, donde trabajo en la actualidad. Irlanda había obtenido su grado el lunes pasado en relaciones internacionales y estudios políticos y a fines de año se graduaba Daniela de abogada. Ambas cursaron sus carreras en la Universidad Militar Nueva Granada y fueron excelentes estudiantes, como también lo fueron en el colegio Compartir. Dejaron huella por su liderazgo, por el esfuerzo constante, apoyadas siempre por sus padres.

El asunto pasaba, entonces, de un sentimiento abstracto de condolencia hacia unos padres desconocidos a la inminencia de verlos, ya que compartíamos, desde ángulos distintos, no solo la tragedia de los hijos que se van antes, sino el colegio donde habían estudiado Irlanda y Daniela y en el que estudia Nasla, la hermanita, una bailarina maravillosa. Debía, pero, sobre todo, quería ir a la velación y las exequias. Necesitaba, por el colegaje del dolor, abrazar a los padres.

 

 

Las penas del encabezado de esta columna
son más frecuentes de lo que se cree,
particularmente las causadas por la estúpida violencia

 

 

Pude hacerlo con el papá y con el papa del papá. Colombia: las penas del encabezado de esta columna son mas frecuentes de lo que se cree, particularmente las causadas por la estúpida violencia. El abuelo, exmilitar, que en estos días tristes y terribles estuvo a cargo de los trámites burocráticos de la muerte (medicina legal y los contratos con la maquinaria funeraria), las conocía: un hijo suyo, muy joven, había muerto en combate con la guerrilla. Con un coraje envidiable daba y recibía consuelo. Me quito el sombrero.

La gente busca consuelo, y lo encuentra, en parte, en comprender los hechos trágicos como parte del designio divino. La gran ayuda del rito, de las palabras del sacerdote, que respeto profundamente, se traduce en ofrecer tranquilidad a los parientes.

Sin embargo, a veces me pregunto si no deberíamos, cuando suceden estas cosas, concentrarnos también en el mas acá.

En un poema que a mí se me ha convertido casi en dogma (“Límites”), Borges nos recuerda que todos los días estamos diciéndole adiós a alguien, a algo. En algún lado dice: “¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido?”. Hay un libro en nuestra biblioteca que jamás volveremos a abrir, hay una calle que ya cruzamos por última vez, hay una puerta que cerramos por última vez...

Entonces, aunque suena obvio, en esta vida tan breve, incierta, ¿no vale la pena procurar pasarla bien por la vía de que los demás sean acreedores de nuestro respeto y, en el caso de los hijos, aprovechar, mientras haya vida, para quererlos sin condiciones, inculcándoles el respeto por los demás?

 

Publicada originalmente el 10 de septiembre de 2018

 

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