Por estos días uno de los artistas que está dejando en “alto” a Colombia salta al ruedo con un predecible éxito, así como todos sus empalagosos ritmos. Lo que causa controversia y hasta indignación son las imágenes que se observan en el video. Un ramillete de mujeres, con esbeltos cuerpos y escasas prendas, tendidas en una cama, acompañan al artista colombiano, en un agasajo donde se exhibe alcohol y gestos obscenos.
Cómo ha cambiado la música.
Los problemas que aterrizan en estas canciones son las paupérrimas parábolas que quedan: una herejía cargada de letras misóginas. Qué estrafalaria alteración en nuestra apología diversa y culta.
Por otra parte, están los aborrecidos estereotipos que tanto han dislocado esta sociedad, desde los que interpretan estos ritmos con sus estilizados cuerpos, su pulcra sonrisa, sus pieles rayadas, en conjunto con sus bailarinas que en diminutos bikinis exhiben su belleza exótica, sensual y erótica. Qué insolencia.
La industria musical es tan intangible que a diario oímos ritmos fusionados con otros, artistas aglomerados con otro. No es tan fácil interpretar este nuevo alud musical.
Por consiguiente, y por estar en la onda de la evolución musical, hacemos catarsis a este patrimonio autóctono. Vallenato, reguetón, popular, y ritmos caribeños disfrazados de bachata retumban nuestros tímpanos; y lo peor es que hacen eco, y perduran hasta perturbarnos. En complicidad están los diales en la radio y las redes sociales, que desmoronan y oprimen diariamente las impecables e ignoradas letras añejas.
Cómo echamos de menos a los verdaderos exponentes de la buena música. Abramos el telón: Juan Gabriel, Freddy Mercury, Joan Sebastian, Rocío Dúrcal, John Lennon, Javier Solís, entre otros. Qué falta que hacen.
Culturalmente, y para fortuna nuestra, en nuestro país aún se conservan algunas autóctonas raíces campesinas en cuanto a ritmos musicales. Bambucos, pasillos, carranga, torbellinos y rancheras hacen parte del enardecido repertorio musical. Pero son ellos, nuestros campesinos, los que no dejan caducar esta arqueología cultural, que causó un gran impacto en los que gozamos de las exquisitas y contagiadas letras y ritmos.
Cerrando este telón, finalizo con la idiosincrasia que carece nuestro país y América latina, porque si existe una gran baraja diversa en cultura musical y que deleite un excelente paladar auditivo es la nuestra.
Que los valles de los ríos Magdalena, Cauca, Orinoco, Patía, Ranchería, Amazonas, Putumayo y Sumapaz sean testigos del rebrotar de la verdadera música colombiana.