Colombia contra toda esperanza latinoamericana

Colombia contra toda esperanza latinoamericana

Como si fuera nuestro, el cuento del libre mercado se ha convertido para la dirigencia colombiana en un hijo malcriado

Por: Jorge Ramírez Aljure
agosto 30, 2018
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Colombia contra toda esperanza latinoamericana
Foto: Portafolio

Por encima de los daños que le produce al país al libre mercado los políticos lo cuidan como a las niñas de sus ojos para extender sus perversos efectos sobre toda Latinoamérica. Dada la condición egoísta de los seres humanos el capitalismo se convirtió en la forma eficaz para desarrollar su vida económica, pero de allí no se dedujo jamás que constituyera un sistema perfecto cuyos resultados cubrieran las necesidades básicas de todos a los que debía proteger y menos cuidar el entorno terráqueo donde se adelantaba.

Le antecedió la moral que se había constituido en el único instrumento si no para eliminar de plano los efectos adversos del sistema de acumulación de riquezas que se fue configurando, sí para hacerlo razonablemente más llevadero. Y que se nos ha vuelto absolutamente indispensable cuando la evolución para ser mejores se quedó entre el tintero como consecuencia de los daños ecológicos insuperables que el capitalismo desbocado le ha producido a la tierra y amenazan con desaparecernos sin vestigios de lograrla.

Así fue como la costumbre beneficiosa de la organización tribal dio paso entonces a la moral grupal y de esta a la política intergrupal como moderadora de las relaciones e intercambios cada vez más complejos y problemáticos como fue desenvolviéndose la actividad del hombre, colocando esta última en la cúspide de las actividades que regirían sus destinos. Hasta que el neoliberalismo, en gracia del uso abiertamente inmoral del deseo de acumulación, decidió arrasar con aquella para postular el reinado absoluto de los principios económicos, supeditándola o asociándola a sus decisiones.

Por ello constituye un obstáculo mayor para Colombia y Latinoamérica que no hayan logrado, a lo largo de su historia, superar las limitaciones iniciales que minaron aquella capacidad moral y política que les permitiría hoy distinguir en materia económica lo que constituye mejor para sus pueblos. Una capacidad moral y política lo suficientemente fuerte para hacer viables no solo las posibilidades de libertad como países democráticos sino nuestras propias aspiraciones capitalistas que —dado el desbalance propio del sistema— también necesitan para hacerlas viables un poder político significativo en especial por parte de los más débiles.

Y mucho peor aquella barrera para el caso de nuestro país que ha asumido su posición particular de sometimiento como natural y logrado atacar cualquier posibilidad real de que aquel instrumento de libertad se configure por parte de Latinoamérica. Y para demostrarlo no necesitamos recordar viejas posiciones de Colombia para rechazar actitudes justas de países hermanos, pues basta citar 2 de las adelantadas en épocas recientes de globalización y libre mercado.

Primero lo hizo el gobierno de Álvaro Uribe al lograr que Venezuela, luego de maniobras discutibles por parte de nuestro país, se retirara en 2006 del Grupo Andino, muy caro para nuestros afectos, debilitando definitivamente un intento de integración que ya había sido herido con el retiro de Chile en 1976, cuando lo convirtieron a punta de tiros y crímenes en el adalid del libre mercado para nuestros pueblos. Hoy el grupo, disminuido de manera importante, sobrevive intrascendente como Comunidad Andina para cualquier decisión importante en materia política regional.

Y ahora, con la presidencia de Iván Duque, cuando cargó baterías para demoler el Mercado Común del Sur (Mercosur), ataque en el que no se contentó el mandatario con pedir el retiro de Colombia sino que invitó a sus miembros a desbaratar el grupo. Sin explicaciones mayores, como no sea que Mercosur no condenaba la situación de Venezuela, razón que parece no fue oída por disparatada y abusiva por el resto de integrantes, que han concentrado su labor política en mediar para lograr un acuerdo en Venezuela que les sirva a todos sus vecinos más que en complicarles la situación.

El alegato de Colombia es tan bisoño que considera que el esfuerzo suramericano fue un intento por fracturar la OEA, como si esta organización hubiera simbolizado una carta digna y progresiva de superación de nuestros pueblos, y hoy representara algo diferente a lo que fuera su vocación inicial de someternos a los Estados Unidos con los resultados que tenemos que lamentar.

La oscuridad de la decisión del gobierno Duque parece verse reforzada por el nombramiento del cuestionado exprocurador Alejandro Ordóñez como representante de Colombia en dicha entidad. Lo que descarta que obedezcan estas decisiones a errores o imprudencias fruto de la inexperiencia, pues corroboran que detrás de dichas determinaciones existe más una agenda radical que no aporta a la sensatez, a la civilización, a la paz ni a Latinoamérica.

Un intento más de cerrar el paso a otra integración política y económica de los países suramericanos, enmarcada en el aún más audaz de buscar la de toda Latinoamérica, donde no se necesita ser demasiado perspicaz para concluir que constituye, dadas la incertidumbre y dolamas que atravesamos gracias al capitalismo salvaje, una nueva arremetida de nuestro ridículo neoliberalismo contra las posibilidades apenas de sobrevivir, asestado de nuevo por un gobierno colombiano, que continúa fungiendo, sin que lo hayan nombrado, y menos compensado, como el socio estratégico de los Estados Unidos en Latinoamérica.

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