"Esta es Colombia, Pablo"

"Esta es Colombia, Pablo"

Pese al enmascaramiento de la equidad, utilizado por los poderes para el pueblo raso y sencillo en una sociedad desigual, la democracia sigue siendo un ideal atractivo

Por: Mateo Malahora
agosto 30, 2018
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Foto: Flickr Mark Koester - CC BY 2.0

La fatalidad histórica más insensible que padecen los pobres en Colombia es tener pleno conocimiento de que son excluidos y atribuir su situación a fuerzas sobrenaturales y no al carácter excluyente de las políticas públicas del Estado.

Exclusión que obra como descarte, actúa como eliminación y funciona como supresión.

Para frenar su lento exterminio, los menesterosos también se han aferrado, como el resto de la sociedad, a la democratización de la tecnología virtual, que ha hecho de los celulares dispositivos que le imprimen a la vida un falso lazo refundador de la vida en común, por su carácter mágico y fetichista, propio de la mercancía.

Igualdad que es observada como reguladora del espacio político, en la medida que se asume como un aire de igualdad social que no permite percibir las diferencias, los abismos sociales, económicos y culturales que existen entre un tarro de basura y la fiesta del bienestar que exhiben los propietarios del pan y de la miel.

Empujados por la caída y la desesperanza, los abandonados por la justicia social no sienten el menosprecio del Estado y se mueven, según al estrato al que pertenezcan, en contextos de espiritualidades protectoras, paraísos prometidos y libros de autoayuda, para tratar de evadir la desventura y lo desconocido.

Once generaciones necesitan los proscritos para alcanzar el estatus de clase media, mientras tanto invocarán a las divinidades para superar el desarraigo.

Puesta esta afirmación, en términos de tiempo, equivaldría a que un pobre viva más de tres siglos para superar la desigualdad, según la “esperanzadora” investigación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), foro en el cual Colombia fue admitida.

¿Qué diferencia existe entre el infierno económico de la venezolanización de la pobreza y la colombianización de la Guajira que se observa en los barrios periféricos de las grandes y pequeñas ciudades del país?

Los colombianos ya hicieron en otros momentos “la migración de la infamia”, pero los intereses mediáticos y políticos no la recuerdan. Cinco millones migraron hacia Venezuela para vivir de las bondades del petróleo en las décadas del sesenta al ochenta, sin contar los que viajaron al primer mundo a limpiar baños para enviar remesas protectoras a sus familiares.

Los excluidos, cuando son nuestros, hay que invisibilizarlos y esconderlos, porque son potenciales enemigos del orden instituido, perturban la estética y la tranquilidad social.

Para el modelo neoliberal los pobres son una dificultad, deshechos que no trabajan, que no producen, que no pueden convertir la espiga en pan, ni aportarle paz a los hambrientos.

Sobreviven en campos y ciudades que albergan conflictos sociales de alta y baja densidad, donde aún hay fuerzas dispersas que afectan el monopolio legítimo de las armas que debe descansar en manos del Estado, fuerzas geográficamente fragmentadas, con capacidad de recurrir a la violencia, que hacen más compleja la aplicación de la convivencia y la paz.

En ese contexto, toda mirada proclive al cambio de raíz o transformadora hay que impedirla con las armas para que no florezca el liderazgo en los enclaves del narcotráfico y la explotación tramposa del oro.

La ejecución violenta y el desplazamiento serán el precio que paguen quienes no tienen más protección que su piel y su camisa.

Lo alternativo se considera crítico, fustigador y censurable, bloquea las reglas del juego impuestas por corsarios que explotan la normalidad fraudulenta.

El panorama político del país revela que no estamos en la hora de la justicia social. Las medidas administrativas del Estado fomentan el modelo neoliberal, no dan prioridad a la erradicación de la pobreza, agudizan la crisis productiva, fomentada por las metrópolis mundiales, conceden reconocimiento al desempleo y la informalidad laboral, justificándolas como parientes pobres del progreso.

Entre falacias tecnológicas, ideologías agotadas y pedanterías políticas asistimos a la deriva un sistema que tiene enorme capacidad defraudadora, hermanado con la mundialización del capital que expande las fronteras del mercado, desterritorializa la producción y la traslada a distintos puntos del planeta donde encuentre nichos indulgentes, competencias débiles y gobiernos dóciles.

En su tarea legitimante han caído en la trampa los intelectuales de la región. Ingenua y candorosamente, convertidos en epígonos de nuevas colonizaciones, consideran que para la existencia de un Estado próspero sería preferible un capitalismo moderno sin obreros y sin ciudadanos, donde no haya vestigios del “contrato social”, sino contratos leoninos, agenciados por corporaciones insaciables.

Sin embargo, pese al enmascaramiento de la equidad, utilizado por los poderes, para el pueblo raso y sencillo, en una sociedad generadora de desigualdades, la democracia sigue siendo un ideal atractivo y es allí donde los protocolos de la libertad tienen un contenido político de primer orden.

Salam Aleikum.

* El título viene del poema El cuerpo de la patria de Jorge Rojas a Pablo Neruda.

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