Ana Delinda Lopera Jaramillo recuerda sonriente cuando Sandra, su hija, la llamo y entre emocionantes gritos le dijo: “mamá, ¡apareció el tío Gilberto!”. Ella y su hermano no se veían hace más de treinta años.
En 1950, la familia Lopera Jaramillo vivía en una finca del municipio de Liborina, occidente antioqueño. Gilberto y Ana Delinda, los mayores de cinco hermanos, recuerdan la infancia como una época muy feliz. El grupo familiar era unido y no le faltaba nada. El pilar de aquel hogar era Rigoberto Lopera, comerciante y padre del feliz hogar.
Con apenas 35 años, el señor Rigoberto fue asesinado. A raíz de este lamentable hecho, la estabilidad económica de la familia empezó a quebrarse rápido. Les fue arrebatada su finca, su madre no contaba con recursos para sostener el hogar y en el intento por seguir salir adelante, a los cinco hermanos les tocó tomar caminos distintos en sus vidas.
Ana Delinda fue llevada a un convento, donde se le permitió terminar sus estudios a cambio de ayudar con las tareas domésticas del lugar. Gracias a esto, a sus 16 años tuvo su primer empleo, con el que se costeó su vida y poco a poco fue recogiendo a sus hermanos para apoyarlos en la culminación de sus estudios.
Gilberto por su parte, se fue con un tío a trabajar a Chigorodó. Las labores de siembra y construcción le permitieron seguir con su vida. Sin embargo, llegó un momento en el que no volvió a saber de sus familiares, y encontrándose solo, llegó a la ciudad de Medellín entre los años 70 y 80.
“Que mi Dios me lo bendiga y proteja de todo mal y peligro, donde quiera que esté”, eran los pensamientos de Ana Delinda para su ausente hermano Gilberto, compañero de aventuras en la infancia. En el fondo, según cuenta, temía que ya no se encontrara con vida o que estuviera en situación de calle.
Ya con una edad avanzada y en situación de vulnerabilidad, Gilberto fue atendido por diferentes programas para personas mayores de la Unidad Amautta, adscrita a la Alcaldía de Medellín. A raíz de una avanzada patología visual que ponía en peligro su vida, se le asignó un cupo en una de las sedes de Calor de Hogar, en el corregimiento de San Cristóbal.
Al cuidado de profesionales en gerontología, Gilberto pasaba sus días en San Cristóbal. Cuando se le preguntaba por su familia respondía que no tenía. Sin embargo, el recuerdo de sus hermanos y de los días felices en Liborina empezó a aparecer en sus historias.
En este ejercicio de recordar, Gilberto dio a los profesionales varios nombres completos de familiares, a los cuales se les envió mensaje por Facebook. Un par de meses después, Sandra, una de las sobrinas que él recordaba tener, hija de su hermana Ana Delinda, respondió al mensaje y se concretó la cita para el reconocimiento y reencuentro.
El pasado martes 3 de julio, Gilberto salió algo confundido de su habitación, vio que había llegado una de las profesionales que lo acompañaba en el centro de cuidado, y a su lado había dos mujeres a quienes no reconocía. “Gilberto, ¿no va a saludar a su hermana?”, le dijo la profesional… y mirándose de nuevo a los ojos, reconociendo en el rostro cambiado la mirada fraterna de dos hermanos que aún no se olvidaban, Gilberto y Analinda volvieron a abrazarse. Las lágrimas asomaron y el abrazo fundido, confirmó la certeza de que no volverían a separarse.
“Verlo me causó mucha alegría, sobre todo por encontrarlo tan bien. Yo imaginé que si lo encontraba lo iba a ver decaído. Nosotros nos queríamos mucho, nos unía el amor por nuestro padre… lo recordamos antes de su muerte porque éramos los mayores, nuestros hermanos no se acuerdan bien de él”, afirma Ana Delinda.
Ahora, Gilberto recibe las visitas de sus hermanos en Calor de Hogar. En sus encuentros evocan los tiempos de sus días en Liborina y de las personas que hicieron parte de sus vidas. Feliz, así se siente Gilberto, un hombre que ya recuperó sus vínculos familiares y quien no pasará más días en la zozobra de la soledad.
Volver a Casa
Volver a Casa es un proyecto de la Alcaldía de Medellín, adscrito a la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, que busca facilitar el restablecimiento y/o fortalecimiento de vínculos afectivos, sociales, comunitarios, económicos y/o jurídicos de personas en situación de vulnerabilidad social, que por diferentes circunstancias fueron llevados al desarraigo de sus núcleos familiares y comunitarios. Durante el año 2017 y lo corrido de 2018, 614 personas han sido beneficiarias de este acompañamiento.
El proyecto se desarrolla entendiendo que los seres humanos estamos inmersos en un mundo de vínculos dados en los contextos familiar, comunitario o social, en los cuales se reconoce la existencia de vidas interconectadas, donde las relaciones cobran todo sentido. Por ello Volver a Casa, más que un espacio físico, es volver a la esencia de ser, a partir de la concepción “el otro soy yo.”