Las universidades hoy en día buscan incrementar el número de profesores con formación en maestrías y doctorados. El propósito no es gratis, ya que este corresponde a uno de los indicadores que requieren para mejorar, calidad, productividad y visibilidad. Los profesionales que han tomado la decisión de hacer una carrera docente deben entender que para escalar y alcanzar las metas personales y profesionales el paso que hay que dar es invertir en educación profesional de alto nivel, maestrías y doctorados.
Por otra parte, las universidades prefieren que sus profesores se formen en el exterior, con la idea de que se haga transferencia de conocimiento (situación que se da en pocos casos), pues se supone que si se educa en un país desarrollado lo que allí aprenda se podría replicar en el nuestro y esto facilitaría la incursión en la ruta del desarrollo, pero esto no es del todo cierto si no se conoce el contexto nacional.
Colombia cuenta en este momento con algo más de 10.000 doctores en todas las áreas del conocimiento, y no se ve el desarrollo que se esperaría como consecuencia de las investigaciones que ellos hacen, que por lo general son focalizadas o direccionadas (no todas las profesiones aplican en este sentido). Esto no se puede atribuir a los profesionales, pues lo que el país no ha entendido es que no somos un país industrializado, nosotros no producimos máquinas y nuestro desarrollo tecnológico es pobre. Nuestra economía sigue siendo, al igual que en el siglo XIX, una economía agrícola y de extracción. Por otra parte, ya estamos sobrediagnosticados, ya que gran parte de las investigaciones van orientadas a ese tipo de estudios.
Continuando con los maestros y doctores ellos colocan todos sus esfuerzos para cumplirle a Colombia y también para poder lograr las metas personales y profesionales que se han propuesto. Los esfuerzos, en tiempo, dinero y sacrificio familiar son el reflejo de un deseo permanente y una pasión por generar cambio, pero desafortunadamente el sistema no está diseñado para que estas personas alcancen el éxito (como en todo hay acepciones). Por eso, muchos se limitan a hacer investigaciones precarias, con recursos escasos cuando se puede. Algunos se sienten a gusto con lo que hacen, otros se han cargado de altas dosis de frustración y como ocurrió en la década del setenta comienzan a migrar a países que le ofrecen mejores condiciones y oportunidades.
En el caso particular de quienes se dedican a enseñar ya se viene notando un deterioro progresivo en una de las profesiones que antaño eran más valoradas y respetadas —la académica—. Desde la alta dirección de las IES se imparten instrucciones que deterioran las condiciones laborales y personales de estos titanes, no solo deben hacer docencia, investigación y extensión, sino que deben administrar o co-administrar en el peor de los casos, con el agravante de que el mérito frente a los resultados en los procesos de calidad no se les reconoce a ellos, sino a quienes pretenden mostrar lo que en realidad no hacen. No obstante, si el resultado es adverso ya sabemos quién pierde. Como decía mi padre al retomar el pensamiento de sus abuelos “ganan indulgencias con padres nuestros ajenos”.
Por otra parte, si las condiciones de investigación (recursos, programas estructurados y políticas) e industrialización no lo requieren, para que se motiva a los más dotados a que hagan doctorados y maestrías, ¿no sería acaso más conveniente desarrollar los programas técnicos y tecnológicos para que lleguemos al desarrollo anhelado? Bien lo decía un artículo reciente del Espectador. El precio de estudiar un doctorado en Colombia o en otro país es muy alto.
Quienes llegan del exterior con una experiencia recién adquirida en algunos casos son ubicados en cargos administrativos, que no aportan al desarrollo de la ciencia y mucho menos al desarrollo del país. En otro caso solo se contratan para que publiquen en revistas bien posicionadas en el “mercado” de tal manera que las universidades asciendan en los rankings nacionales e internacionales, para poder atraer más “clientes”.
Nada más perversos que esto, pues no se nota en el sector real el impacto de sus investigaciones (por cierto, este sector poco invierte en investigación y desarrollo) y surge inmediatamente la pregunta, en realidad ¿cuál es el conocimiento que se está transfiriendo? La respuesta es, muy poco, pues tanto la formación que se ha recibido en el exterior como su aplicación en países subdesarrollados es casi imposible, y la razón es el contexto. Muchos de los científicos que se están formando afuera del país no hacen investigación focalizada a nuestro entorno, sino que se involucran en las investigaciones de quienes los asesoran y en el peor de los casos los intereses del asesor van en dirección opuesta a lo que el país necesita conocer.
Por otra parte, no se puede culpar —insisto— a quienes se esfuerzan por buscar un porvenir para ellos y su país, sino a las organizaciones gubernamentales, que no saben para quien legisla y mucho menos que es lo que está legislando. Se supone que los dirigentes y políticos tienen que proporcionar prosperidad, seguridad y ayuda para el desarrollo de su nación, pero eso en muchos casos no es así.
Quienes tienen pensado estudiar un doctorado en Colombia o en el extranjero, luego de graduarse si se quedan aquí, no esperen nada diferente a espinas y no rosas, porque estamos todavía en “pañales” frente al desarrollo en ciencia y tecnología y esto solo cambia si se involucran todos los sectores y se comprometen con este propósito, el compromiso debe ser visible, aprovechando el recurso humano que se ha formado, pero también dándole el estatus que se merece. Vuelvo entonces a la pregunta ¿es necesaria la formación de alto nivel y la transferencia de conocimiento?
Por ahora solo nos queda esperar ver qué nos depara el nuevo gobierno para dar una respuesta a esta pregunta.